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Psicothema was founded in Asturias (northern Spain) in 1989, and is published jointly by the Psychology Faculty of the University of Oviedo and the Psychological Association of the Principality of Asturias (Colegio Oficial de Psicólogos del Principado de Asturias).
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PSICOTHEMA
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  • ISSN: 0214-9915
  • Digital Edition:: 1886-144X
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Psicothema, 1993. Vol. Vol. 5 (Suplem.1). 133-150




AFECTIVIDAD, COGNICION Y CONDUCTA SOCIAL

Darío PAEZ ROVIRA y Andrés J. CARBONERO MARTINEZ

Departamento de Psicología Social. Universidad del Pais Vasco

Este artículo revisa los modelos psicológicosociales actuales de la relación entre afectividad, cognición y conducta social. La afectividad como una clave interna o el modelo de la afectividad como información indirecta (Bower et al.), la afectividad como información directa (Schwartz et al.), la afectividad como un determinante del estilo de procesamiento de la información (Fiedler et al.) y la afectividad como un aspecto de los procesos motivacionales, son los modelos examinados. La discusión teórica y los resultados de las investigaciones nos llevan a concluir que los modelos más heurísticos son los no proposicionales y que plantean las funciones específicas de las emociones.

Palabras clave: Modelos; Afectividad; Cognición; Conducta social.

Affect, cognition and social behaviour. This article reviews current sociopsychological models on affect, cognition and social behaviour. Affect as an internal cue or indirect informative model (Bower et al.), affect as information or direct informative model (Schwartz et al), affect as a determinant or the style of information process (Fiedler et al.) and affect linked to motivational proceses. Theoretical discussions and the review of the results obtained from different studies allow us to conclude that the more heuristical models are non propositional and affirm the specific functions of emotions.

Key words: Models; Affect; Cognition; Social behavior.

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Los estudios sobre Cognición y Afectividad han estado marcados por el debate sobre la prioridad de un sistema sobre el otro y en última instancia sobre la disociación entre ambos. Tras el desarrollo y auge de la Psicología Cognitiva, los fenómenos afectivos quedaron en segundo término dentro del campo de estudio de la Psicología Científica manteniéndose intactos o bien los modelos explicativos clásicos de la primera mitad de siglo (Lewin, Allport, Eysenck, etc.) o bien el modelo freudiano. Sin embargo, en los 60 resurge el interés científico por su estudio (Schachter y Singer, 1962; Arnold, 1945; Tomkins, 1962); así, por ejemplo, Schachter y Singer (1962) consideraron el sistema emocional como una consecuencia de lo cognitivo. Finalmente, con el debate mantenido entre Lazarus (1982) y Zajonc (1980, 1984), se plantea el tema de la disociación, considerando que una aproximación Cognitiva tradicional no puede abordar el estudio de lo emocional ya que los criterios y vocabulario empleados para lo cognitivo no son válidos para entrar en el campo de las emociones. La solución de Zajonc ha sido considerar el sistema emocional como radicalmente diferente del sistema cognitivo, mientras que para Lazarus aquel es un sistema cognitivo, pero diferente de los sistemas cognitivos comunes.

En ese marco de relaciones entre ambos sistemas, ha tomado cuerpo el estudio de la influencia de la afectividad sobre el pensamiento, el juicio, la percepción y la conducta social, constituyendo todo ello un area de desarrollo importante de la psicología social actual. En este artículo presentaremos el estado de la cuestión sobre dicha influencia en la cognición y la conducta social, los diferentes modelos explicativos que se han postulado y sus limitaciones. Siempre que sea posible presentaremos datos experimentales o correlacionales de investigaciones realizadas en nuestro contexto.

DEFINICION DE LA AFECTIVIDAD

Rimé (1989) señala tres niveles en los fenómenos afectivos; (a) Procesos motivacionales o básicos, están marcados por elementos hereditarios; se hace referencia a los objetivos, a los planes que el sujeto humano tiene y que lo disponen a un estado de preparación, o tendencias de acción, para interpretar la información exterior de modo que si encuentra condiciones que faciliten la consecución de sus objetivos se producirán las emociones positivas o, si por el contrario son condiciones que lo impiden, se producirán, las emociones negativas, (b) Procesos asociativos o condicionales que representan a aquellas reacciones emocionales que no se hallan presentes en el momento del nacimiento, sino que se desarrollan mediante procesos de condicionamiento clásico. Y (c) Procesos esquemáticos o de nivel superior; los estudios al respecto indican que toda experiencia emocional da lugar a una elaboración de un esquema cognitivo que se configura como una representación en la memoria de las condiciones en que tuvo lugar el episodio, cuando se repite éste varias veces se genera un esquema general denominado prototipo, es decir, un conjunto de elementos informacionales organizados que comprenden dimensiones fisiológicas, motrices, expresivo-faciales, subjetivas, cte., se puede entrar en el conjunto de la red por cualquiera de las entradas (Leventhal, 1980, 1982, 1984; Lang, 1979, 1984, 1988; Bower, 1981, 1987, 1991).

En este artículo nos referiremos a la afectividad como concepto que engloba al estado de ánimo, a las emociones y a las evaluaciones afectivas. Por estados de ánimo se definen las tonalidades afectivas generales que caracterizan un periodo psicológico; algunos teóricos los consideran como estados afectivos de baja intensidad y relativamente resistentes, con causas antecedentes no inmediatamente salientes, y por lo tanto, con escaso contenido cognitivo; es decir, no tienen una sola causa especifica y actuan de forma difusa y de manera persistente en el tiempo. Una emoción se asocia a la evaluación de una situación y causa específica, y se caracteriza por una menor duración temporal y una mayor intensidad afectiva que los estados de ánimo, así como por una tendencia de acción y efectos localizados en la cognición, además de tener un contenido cognitivo claro. Tanto los estados de ánimo como las emociones cumplen una función informativa: le indican al organismo como está y como se relaciona con el medio, cumpliendo el fin de orientar la reacción. Pero mientras los estados de ánimo funcionan como un "input" positivo o negativo inespecífico y general que puede ser fácilmente mal atribuido a una causa incorrecta; las emociones tendrían funciones de señal más específicas en relación a situaciones ambientales particulares, orientando al organismo hacia un curso de acción específico (Fiske y Taylor, 1991; Forgas, 1991).

Finalmente, la evaluación afectiva es el juicio agradable-desagradable que se realiza sobre objetos sociales, que es estable y que se se puede recuperar de forma "fría" de la memoria. La evaluación placentera-displacentera es el componente central de las actitudes, concebidas como fenómeno afectivo (Fiske y Taylor,1991; véase en castellano Valencia, Páez y Echebarría, 1989).

Nuestro artículo se centrará en la influencia del estado de ánimo sobre la cognición y la conducta social. Sintetizaremos tanto las investigaciones experimentales que inducen cambios de estado de ánimo, como las investigaciones de campo, de grupos no equivalentes, que examinan la influencia de la variabilidad natural de la afectividad.

AFECTIVIDAD, CONDUCTA Y JUICIO SOCIAL

Un aspecto de gran interés para el conocimiento de las relaciones entre Cognición y Emoción, es el estudio del modo como los diferentes estados de ánimo influencian nuestras percepciones y juicios sociales, y en definitiva, nuestra conducta social, con la considerable relevancia práctica del tema (conducta interpersonal, vida laboral, salud mental). La investigación generada en este ámbito es generalmente de tipo experimental y el estado de ánimo se induce a partir de manipulaciones sencillas v mínimas (recibir un regalo, recordar un hecho autobiográfico positivo o negativo, inducir éxito o fracaso en una tarea). Hay que decir que las investigaciones sobre la relación entre estado de ánimo y cognición analizan los efectos de la "afectividad positiva", en el sentido de elación-alegría, versus la "negativa" o baja afectividad positiva, en el sentido de disforia-tristeza, y no de afectividad negativa estrictamente en el sentido de alta ansiedad, presencia de "castigos" y de estrés.

Empíricamente, se ha encontrado que los estados de ánimo positivo: (1) Facilitan el aprendizaje y la ejecución. (2) Facilitan el auto-control y el diferir recompensas. (3) Aumentan el auto-refuerzo. (4) Aumentan las respuestas altruistas y de generosidad. (5) Influencian positivamente la percepción y el recuerdo, incluyendo la autopercepción. (6) Aumentan la sociabilidad y el contacto social. Y (7) Facilitan la persuasión. Los estados de ánimo negativo, tienen un efecto inverso, exceptuando que en ciertas condiciones aumentan las conductas altruistas (por ejemplo, si la emoción negativa es la culpabilidad) y también aumentan el auto-refuerzo (Valencia, Páez y Echevarría, 1989; Fiske y Taylor, 1991).

Como ejemplo de estos procesos, señalemos que Schwarz (1990) encontró que comparando sujetos en un estado de ánimo neutro v.s. un buen estado de ánimo (por ejemplo, a los que se les interrogaba después de que ganara el equipo local en una competencia deportiva o después de que se les daba un pequeño regalo, o los que respondían en un día soleado), estos últimos evaluaban su vida como más satisfactoria. Forgas y Moylan (1987) encontraron que las personas que habían asistido a películas alegres, emitían juicios socio-políticos más optimistas que las personas que habían asistido a películas tristes, agresivas o que un grupo control de espectadores de cada uno de los tres tipos de películas, entrevistados antes de entrar al cine. Hay que indicar que las personas que vieron películas tristes o agresivas no emitían juicios más pesimistas que las personas que aún no habían visto ninguna película. Esta asimetría, entre la influencia del estado de ánimo positivo que lleva a ver todo mejor, y la ausencia de efecto del estado de ánimo negativo, se encuentra normalmente con otras formas de inducción de estado de ánimo. En una investigación de validación de la versión castellana del Velten, realizada en nuestro Departamento, se confirmó que los sujetos en un estado de ánimo positivo tenían una percepción estimada del riesgo de contraer enfermadades cardiovasculares, SIDA y cáncer menor que bajo un estado de ánimo negativo (Páez et al., 1989).

AFECTIVIDAD, MEMORIA Y COGNICION SOCIAL

La influencia de la activación emocional en un amplio rango de procesos cognitivos, y en particular sobre la memoria, así como la tendencia a la recuperación y reactivación del estado de ánimo positivo, se ha convertido en un "tópico" popular de la psicología cognitiva. Por ejemplo, los sujetos con buen estado de ánimo, producen respuestas o reacciones más diversas y menos usuales, como asociaciones de palabras más innovadoras, o como clasificar como miembro de una categoría a ejemplares poco prototípicos (por ejemplo dicen que bastón es un buen ejemplo de la categoría ropa). En algunos estudios experimentales el procedimiento estandar consiste en inducir un estado estado de ánimo en los sujetos para poder analizar su efecto sobre los procesos cognitivos (Blaney, 1986; Bower, 1981; Bower, Gilligan y Monteiro, 1981; Bower, Monteiro y Gilligan, 1978; Clark y Fiske, 1982; den Uyl y Frijda, 1984; Teasdale y Russell, 1983; Teasdale y Taylor, 1981; Haaga, 1989; Perrig, y Perrig, 1988).

Los estudios relativos a los efectos del estado de ánimo sobre la memoria han informado sobre dos clases de efectos: (1) Memoria dependiente del estado de ánimo o Retención estado dependiente ("mood-state-dependent retention", MSDR). La memoria dependiente del estado de ánimo se refiere al hecho que lo que uno recuerda en un estado de ánimo es determinado por lo que uno aprendió o lo que percibió en ese mismo estado de ánimo, al margen de la tonalidad del estímulo. Por ejemplo, si yo escucho música alegre en un momento de tristeza, es más probable que recuerde esa misma música cuando nuevamente este triste -al margen de que la tonalidad del estímulo sea congruente o no con el estado de ánimo- es por ello que el recuerdo es más alto cuando el estado de ánimo coincide en las fases de aprendizaje y de recuerdo (Bower et al., 1978; Haaga, 1989). Bower et al, (1978), basándose en diversos trabajos de los teóricos del aprendizaje que habían encontrado que la retención era mejor cuando el entrenamiento y la situación de prueba ocurrían bajo el mismo "estado biológico interno", plantearon que el estado de ánimo en el que se encuentra una persona podría servir de contexto distintivo para almacenar y recordar informaciones específicas. El núcleo de esta hipótesis era dilucidar que si la memoria es superior cuando el estado de ánimo es el mismo durante el entrenamiento y la prueba, entonces si cambia sustancialmente el estado interno del sujeto entre ambos momentos, el sujeto encontrará dificultad para recordar los eventos. Así, Bower (1981) señala que las memorias adquiridas en un determinado estado son accesibles principalmente en ese estado, pero estarán disociadas o no disponibles para el recuerdo en el estado alternativo. El punto central de este fenómeno sería, entonces, que lo que uno recuerda durante un estado de ánimo estará determinado en una porción importante por lo que ha aprendido cuando previamente ha estado bajo ese mismo estado de ánimo; la valencia afectiva del material recordado es, para este efecto, irrelevante, si bien es preciso señalar que nuevos hallazgos de Bower y Mayer (1985) han cuestionado la fiabilidad de los estudios referentes a este efecto. (2) Efecto de congruencia con el estado de ánimo ("mood-congruity effect". MCE). Las revisiones meta-analíticas realizadas han confirmado que se produce un fenómeno de congruencia entre el estado de ánimo y la memoria de estímulos cargados afectivamente. Se denomina memoria congruente con el estado de ánimo al hecho que los estímulos de una tonalidad afectiva (por ejemplo de tristeza o bajo estado de ánimo positivo) es más probable que se recuerde cuando se está en un estado de ánimo de la misma tonalidad (por ejemplo, deprimido). Este efecto se manifiesta por la facilitación del procesamiento de la información cuando la valencia afectiva del material es congruente con el estado de ánimo del sujeto, es decir, recordamos mejor aquellos contenidos consistentes o congruentes con nuestro estado emocional; este efecto que comentamos ha sido demostrado tanto en tareas de aprendizaje como en tareas de producción (Bower y Gilligan, 1979; Clark, Milberg, y Ross, 1983; Perrig y Perrig, 1988). Blaney (1986) indica que algunos materiales, en virtud de la valencia afectiva de su contenido, será más probable que sean almacenados y/o recordados cuando dicha valencia sea congruente con el estado de ánimo del sujeto; en este fenómeno, la concordancia entre el estado de ánimo durante el aprendizaje y el estado de ánimo en el recuerdo no sería necesaria ni relevante. Bower (1981) indica que estos efectos aparecen en varios campos del funcionamiento cognitivo, así se manifiestan en los procesos de atención selectiva, de percepción social, en las "fantasías" e interpretación de escenas ambiguas, en los juicios respecto de objetos o personajes familiares, en la probabilidad subjetiva de ocurrencia de eventos futuros y en los juicios sobre acciones interpersonales (Acosta, 1990). Pero el trabajo principal de Bower ha estado dirigido a comprobar este efecto en tareas de aprendizaje, de manera que hipotetiza que el estado de ánimo juega un papel de filtro selectivo en el aprendizaje y por ello el material congruente con el estado de ánimo resulta ser más interesante para el sujeto, más saliente, más profundamente procesado y finalmente mejor aprendido.

Los sujetos "normales" recuerdan más los estímulos positivos presentados (una tasa de recuerdo media superior del 6-8%). Los sujetos clínicamente deprimidos recuerdan más información negativa (tasa de recuerdo superior del 10%). Los sujetos que se encuentran en un bajo estado de ánimo, pero no clínicamente deprimidos, presentan un recuerdo equilibrado. Los sujetos en los que se induce experimentalmente un bajo estado de ánimo o un alto estado de ánimo positivo también presentan un recuerdo congruente, aunque con menor fuerza. Los sujetos deprimidos experimentalmente recuerdan una tasa superior de 6% de estímulos negativos y los sujetos en los que indujo alegría muestran una tasa superior de 4% de recuerdo de estímulos positivos (Matt, Vasquez y Campbell, 1992). Aunque las revisiones narrativas de las investigaciones concuerdan en que el recuerdo y el aprendizaje dependiente del estado son fenómenos poco frecuentes y difíciles de conseguir, la revisión meta-analítica de Ucros (1989) confirma que este efecto se produce de forma moderada y asimétrica. El efecto de dependencia es más fuerte para el estado de ánimo positivo y más débil para el estado de ánimo negativo.

ASIMETRIA POSITIVO-NEGATIVO EN AFECTIVIDAD Y COGNICION SOCIAL

Las investigaciones sobre la relación entre estado de ánimo y cognición indican que los efectos de la afectividad positiva y negativa (recordemos que en el sentido de disforia-tristeza y no de afectividad negativa estríctamente) son asimétricos: el estado de ánimo positivo refuerza la positividad congruente del pensamiento, mientras que el estado de ánimo negativo disminuye la positividad, pero, no aumenta congruentemente la negatividad. En otros términos, estas investigaciones muestran además que la influencia del estado de ánimo negativo en los procesos cognitivos (recuerdo, juicio, etc.) es menos fuerte que la de los estados de ánimo positivos. Estos resultados aportan nueva información en favor de la asimetría negativo-positivo. En diferentes áreas de respuesta se constata un sesgo de positividad: la gente tiende a realizar más asociaciones positivas, a recordar más hechos positivos, etc. Los sujetos "normales" en general, tienden no sólo a recordar más los hechos positivos; también tienden a percibir, a asociar, a realizar evaluaciones y a formular predicciones positivas (Leventhal y Tomarken, 1986).

Por el contrario, ante la recepción de información, se constata un sesgo de negatividad: la información negativa es más influyente que la positiva para la realización de juicios, a igual intensidad y novedad. La información negativa, en mayor medida que la positiva de similares características, produce un mayor impacto emocional, activa un procesamiento de la información mayor, se estructura más y tiene un mayor impacto en las conductas de aproximación-escape (Lewicka, Czapinski y Peeters, 1992 ).

Nuestras investigaciones sobre representaciones prototípicas, afectividad e intención de conducta ante el Sida (Blanco, Páez, Penin, Romo y Sánchez, 1993) confirman la idea que los aspectos negativos del estímulo (creencia en la controlabilidad y responsabilidad de la adquisición de la enfermedad) estaban más asociados y mejor estructurados con las emociones negativas (enfado) y con las conductas de escape (distancia social). Esto no ocurría entre los aspectos positivos (no responsabilidad, poco control), las emociones positivas (compasión) y las conductas de aproximación.

EXPLICACIONES DE LA INFLUENCIA DE LA AFECTIVIDAD SOBRE LA COGNICION Y LA CONDUCTA SOCIAL

Las características comunes de las teorías actuales sobre las relaciones entre afectos, cognición y conducta social son, por una parte, y en oposición al punto de vista tradicional, que los estados afectivos se incorporan como componentes de un sistema de procesamiento y recuperación de la información; y por otra, el carácter ecléctico, integrativo y complementario de las diversas corrientes. Podemos distinguir cinco explicaciones básicas de la influencia de la afectividad sobre la cognición y la conducta social: (1) Modelos de almacenamiento y recuperación basados en las investigaciones cognitivas sobre los procesos de la memoria "affect-priming models" (Bower, 1981, 1983; Isen, 1984); la afectividad se concibe como un indicador o factor que facilita indirectamente el tipo de información que se procesa (se recuerda, se atiende o se interpreta) preferentemente. (2) Modelos heurísticos de juicio o atribucionales ='"affect-as-information model"-; la afectividad se toma como fuente de información que influencia directamente la toma de decisión y el juicio (Schwarz y Clore, 1983, 1988; Schwarz y Bless, 1991). (3) Modelos centrados en las estrategias de procesamiento y en las variables de la capacidad de procesamiento; la afectividad influencia el estilo de organización de la información (el cómo se procesa la información), el estilo de respuesta o de acción genérica de respuesta (Clark y Isen, 1982; Fiedler, 1991). (4) La afectividad al activar cierta información consume "espacio de memoria" y limita la capacidad de procesamiento del organismo. Y (5) modelos motivacionales, que sostienen que los efectos de la afectividad sobre la cognición se deben a razones motivacionales, y no cognitivas, de defensa de la auto-estima, y en general del sistema del self.

Los Modelos de Preactivación y accesibilidad de la Afectividad

El primer modelo de procesamiento de la información aplicado a la afectividad, que trató de dar cuenta de los resultados sobre la relación entre afectividad, cognición y conducta fue el modelo de Bower de la memoria semántico-afectiva (Bower y Cohen, 1982; Gilligian y Bower, 1984), quien recurrió a la teoría de la red semántica de la memoria a largo plazo (Collins y Quillian, 1969; Anderson y Bower, 1973; Collins y Loftus, 1975; Anderson, 1976) para explicar los diferentes efectos de la afectividad sobre la memoria. Según el modelo propuesto por Bower la memoria humana puede ser representada en términos de una red asociativa de conceptos semánticos y esquemas que es utilizada para describir eventos; cada uno de éstos es representado en la memoria por un conglomerado de proposiciones descriptivas. La activación se extiende y generaliza desde un nodo a otro siguiendo los lazos asociativos existentes entre ellos. Pero la asunción más relevante de Bower (1981) es que cada emoción tal como alegría, depresión o miedo, tiene un nodo específico en la memoria que recoge siempre aquellos aspectos de la emoción que están conectados con ella mediante indicadores asociativos, tales como (1) las reacciones autonómicas, (2) la conducta expresiva, (3) las etiquetas verbales y (4) las descripciones de situaciones evocadoras de la emoción. Este nodo sería de carácter proposicional, se estructuraría por asociación, se reforzaría por repetición y una vez activado, la activación se difundiría siguiendo los lazos o asociaciones (Bower 1981, 1987). Cada unidad de emoción está además vinculada con proposiciones que describen los hechos de la vida de cada uno a partir de los cuales esa emoción ha sido activada.

Los nodos emocionales pueden ser activados por diversos estímulos sean fisiológicos o significados verbales simbólicos. Cuando se activan por encima de un determinado umbral, la unidad de emoción transmite la excitación desde aquellos nodos que producen el patrón de activación autonómico y la conducta expresiva comúnmente asignada a la emoción. Cada emoción puede inhibir recíprocamente a otra de cualidad opuesta; por otra parte, si dos emociones son activadas al mismo tiempo y no son mutuamente inhibidoras, entonces la impresión subjetiva y el patrón conductual puede ser una mezcla de ambos patrones puros. La activación de un nodo emocional, además, extiende la activación a través de estructuras de memoria con las cuales está asociado, creando excitaciones subumbral en esos nodos de eventos, de manera que un indicio débil, que describe parcialmente un evento, puede combinarse con la activación de una unidad emocional para conseguir que su activación total sobrepase el umbral de conciencia.

Otras características de los nodos proposicionales afectivos serían los siguientes: a) algunos nodos son heredados (hay relaciones estructurales innatas entre elementos neurofisiológicos y representaciones basadas en ellos); b) hay un grado de organización de la afectividad de un nivel superior al postulado por las redes asociativas; c) la relación entre elementos en un nodo afectivo no se produce mecánicamente sino por significado o semánticamente: "por atribución de causalidad"; d) existirían redes proposicionales entre nodos de emociones positivas por un lado, y negativas por otro, estas redes o meta-nodos explicarían la difusión indiferenciada de la afectividad; e) los juicios sobre objetos sociales se harían mediante una integración de los atributos afectivos positivos y negativos, mediante una suma de elementos congruentes y mediante la diferencia, resta o balanza entre elementos afectivos positivos y negativos (vease Bower 1987; 1991 y una versión en castellano de la polémica en Echebarría y Páez 1989).

En su más reciente reconceptualización de la teoría de la red asociativa, Bower (1991) plantea que un concepto u objeto de actitud, está unido a las proposiciones que expresan las creencias mantenidas por los sujetos -"hechos"-, y, a los nodos que representan las valencias positivas o negativas; asimismo existen vínculos de unión directos entre los "hechos" y las valencias. Muchos de los "hechos", que son aprendidos, son neutros, otros en cambio son positivos y otros negativos. Cuando un hecho positivo es contemplado, el procesador central provoca una activación pequeña y simultánea del nodo de la valencia positiva en el sitema emocional. Así, cada vez que se experimenta o contempla uno de los diversos "hechos" positivos vinculados al concepto, el vínculo entre éste y el nodo de valencia positiva se vuelve cada vez más fuerte. La misma regla de fortalecimiento de los vínculos de conexión ocurren con los hechos negativos y con las valencias negativas. Cuando se le pide al sujeto que evalúe un concepto, es decir, emita un juicio, el sistema de control evalúa las diferencias en la fuerza de los vínculos mantenidos entre el concepto y las valencias positivas y negativas (y que históricamente, como hemos visto, han recogido a su vez los vínculos entre las creencias y las valencias), siendo en definitiva un juicio de carácter algebráico o sumario. Ello implica que el juicio sumario de la deseabilidad de un objeto persista a lo largo del tiempo, incluso después de que el modelo haya olvidado porqué lo deseaba, así como todos los acontecimientos detallados y fugaces que contribuyeron al sumario.

El estado de ánimo facilitaría la accesibilidad y primacía de los elementos de la memoria semántica y episódica de carácter congruente, y dirigiría la atención hacia determinados estímulos del contexto haciéndolos salientes, favoreciendo la percepción sesgada de estímulos ambiguos y facilitando la conducta congruente con los esquemas activados -estas influencias se darían tanto a nivel automático, como consciente. Este modelo predice de forma uniforme, siguiendo un gradiente de similitud semántica, un efecto de dependencia y de congruencia del aprendizaje, la memoria, el juicio y la conducta con la afectividad (véase arriba).

Sin embargo, los fenómenos de dependencia han mostrado ser inestables o menos fuertes que los de congruencia (Bower,1991). Este modelo tampoco da cuenta del hecho de que la activación de un estado emocional produce un efecto global, que no sigue el gradiente de asociación semántica entre el estímulo que activó el estado de ánimo y las áreas afectadas. Activar un estado de ánimo positivo o negativo a partir de un área dada (afiliativa por ejemplo) induce pensamientos, juicios, etc., congruentes aún en áreas muy diferentes (de logro por ejemplo). Fue por ello por lo que Bower reorganizó su modelo y agregó la característica de la red, que hemos visto anteriormente.

El modelo cognitivo de la emoción no sólo es incapaz de dar cuenta de la activación indiferenciada de la afectividad, sino que también es demasiado complejo para un proceso de activación tan rápido como es el emocional.

Tampoco explica por qué existe una asimetría entre estados afectivos positivos v negativos (los primeros tienen una influencia mucho más fuerte que los segundos), ni sobre el hecho que los efectos del estado de ánimo negativo se dan sobre recuerdos y juicios autoreferentes y no sobre otras personas, así como tampoco tiene mecanismos explicativos para el hecho de que estados afectivos negativos tengan influencia diferenciada en los procesos cognitivos. La depresión influencia el recuerdo, pero, no la percepción; la ansiedad influencia la percepción pero no, el recuerdo (para una crítica más extensa véase Echebarría y Páez, 1989; Johnson y Tversky, 1983; Leventhal y Tomarken, 1986; Mathews et al., 1986; Ingram et al., 1987).

El mismo Bower va a aceptar que una serie de procesos postulados por la concepción asociacionista-mediacionista de la memoria afectiva, como el aprendizaje dependiente del estado de ánimo y el recuerdo dependiente del estado no se producen experimentalmente de forma fiable y postulará una teoría neo-asociacionista en la que se introducen una serie de elementos disonantes con la tradición mediacionista-asociacionista.

Los fracasos en inducir fenómenos de dependencia con el estado de ánimo se han explicado mediante un argumento de intensidad: sólo inducciones experimentales de cierta intensidad provocarían un efecto de dependencia. Ante esto se puede contra-argumentar que muchas de las manipulaciones son muy débiles y producen un efecto significativo aunque también débil (por ejemplo, el provocar que el sujeto encuentre el equivalente de 100 pesetas ha sido utilizado exitosamente para inducir efectos congruentes de la afectividad sobre el juicio). Los fracasos de obtener efectos se han explicado también mediante un proceso de asociación significativa entre el estado afectivo y el estímulo social. Se ha propuesto que sólo cuando el sujeto conscientemente establezca una relación significativa entre el estímulo y la emoción, se producirán efectos de dependencia -como mencionamos más arriba. Sin embargo, se han logrado producir efectos de dependencia en circunstancias en las que había pocas probabilidades que los sujetos establecerían fenomenológicamente relaciones significativas entre los estímulos y la reacción afectiva (Forgas, 1991).

Investigadores como Isen (1987) que desarrollaban investigaciones empíricas de corte similar a las de Bower van a evolucionar a teorías de corte esquematico-constructivista de la afectividad. Esta autora presupone que la afectividad y las emociones serían esquemas de pensamiento que se activarían a partir del contexto e influenciarían de "arriba-abajo" el procesamiento de la información y por ende, guiarían la conducta.

Hay un problema esencial con esta aproximación: mientras los esquemas cognitivos se ha mostrado que influencian la información fundamentalmente cuando actúan en la fase de percepción o codificación, la afectividad tiene un fuerte efecto en la recuperación, representada en el fenómeno de memoria y juicio congruente antes mencionados. Por último, estos modelos son demasiado cognitivistas e integran mal las dimensiones de preparación a la acción de las emociones.

La Afectividad como Información: el modelo de la "mala atribución"

Los modelos que acabamos de revisar se centran en la influencia indirecta y automática, subsconciente, de la afectividad concebida como un aspecto de las representaciones conceptuales de la memoria. Frente a éstos encontramos otros modelos que plantean que la afectividad juega tanto un rol de información directa como de orientación al estilo de reacción.

Varios autores, basándose en la investigación sobre atribución distorsionada de la activación y de la afectividad, han planteado que los estados afectivos tienen un papel informativo directo, al menos sobre la evaluación y juicio social. Schwarz and Clore (1983, 1988) proponen que los estados afectivos de un momento determinado pueden servir como fuente de información utilizada por los sujetos como un mecanismo heurístico que simplifique el juicio. Es decir, en el proceso de realización de un juicio social los sujetos consultan sus estados de ánimo para inferir sus reacciones evaluativas sobre el objeto y hacer un juicio de modo acorde; es lo que dichos autores han denominado heurístico "¿cómo siento acerca de ello?". Por ejemplo, cuando se les pide evaluar su bienestar, las personas utilizan el heurístico "¿cómo me siento?", si se sienten bien, dan un juicio positivo, si se sienten mal, negativo. Al hacer esto sobregeneralizan o atribuyen distorsionadamente su estado afectivo al objeto del juicio. Como hemos mencionado previamente, se ha encontrado que la gente en la que se ha inducido un estado de ánimo positivo mediante un regalo o a la que se entrevista en un momento en el que naturalmente se da un estado de ánimo positivo (día soleado por ejemplo) realiza juicios más positivos que la gente en estado neutro o negativo. Este modelo plantea que cuando la verdadera causa del estado de ánimo se pone de relieve (por ejemplo cuando se les pregunta directamente qué tiempo hace), la influencia de la afectividad en el juicio desaparece; es decir, los sujetos no utilizan sus sentimientos actuales como una base para evaluar la calidad de sus vidas en general cuando la causa de su actual sentimiento es puesta en evidencia. En línea con esta interpretación, una medida del estado de ánimo actual -evaluado al final de la entrevista- correlaciona con mayor fuerza con el informe sobre la satisfacción de vida en general cuando la referencia al tiempo no se menciona (Schwarz y Bless, 1991).

Para Forgas (1992) este modelo puede verse como una derivación de las investigaciones sobre los errores de atribución: los sujetos en un sentido "mal atribuyen" sus estados de ánimo actuales como debidos al objeto enjuiciado presente en ese momento, en lugar de a la verdadera causa (y además, ahora olvidada). La teoría predice, de modo consistente con sus raíces en el paradigma del error atributivo (Schachter y Singer, 1962), que sólo los sentimientos previamente inatribuidos pueden influenciar los juicios.

Estos efectos de evaluación determinada por el afecto, ocurren más con preguntas globales y tareas mal definidas (por ejemplo: ¿cuál es el grado de felicidad o satisfacción general?), para las cuales el sujeto utiliza su estado de ánimo como indicador; que con preguntas específicas (sobre el grado de satisfacción económica, por ejemplo). Igualmente los efectos del estado de ánimo se ven sobredeterminados por procesos de comparación social y de evaluación informativa. Los sujetos a los que se les hizo recordar sucesos pasados negativos se sentían más satisfechos o felices con su vida actual , ocurriendo lo contrario con sujetos que recordaron sucesos pasados positivos. En este caso la información afectiva actuó como punto de comparación. Cuando a los sujetos se les hizo recordar de manera vivida e imaginativa el suceso -es decir cuando se produjo realmente una cierta activación afectiva- se produjo el resultado inverso. En este caso se produjo un efecto de congruencia.

Este modelo del afecto como información, difiere de los modelos de la preactivación de los afectos ("affect-priming models") en diferentes aspectos: (1) Mientras que para las teorías de la preactivación el estado de ánimo es solo una fuente de información indirecta, a través de sus efectos se facilita el recuerdo de otras cogniciones: para Schwarz y Clore (1988) los estados afectivos son tan informativos como las cogniciones, bajo ciertas condiciones. (2) El modelo del afecto como información predice claramente efectos del estado de ánimo solo en la recuperación o en la etapa de juicio; en cambio, los otros modelos predicen efectos en la codificación, aprendizaje y atención. (3) Finalmente, los dos modelos pueden ser contrastados en términos de la amplitud del rango de fenómenos que pretenden explicar. Así, los modelos de "moodpriming" tratan de los efectos del estado de ánimo sobre el aprendizaje, atención, memoria, asociaciones y juicios; mientras que la teoría del estado de ánimo como información tan sólo se centra en los efectos sobre el juicio social. (Forgas, 1991).

En la más reciente reconceptualización del modelo, Schwarz y Bless (1991) trasladan el énfasis de los efectos de los estados afectivos sobre los juicios a una consideración más general de las consecuencias de los afectos positivos y negativos sobre el procesamiento de la información . Desde esta perspectiva, los estados afectivos tienen una función informativa general de señalización; y en particular, los estados de ánimo positivos trasmiten o señalan que "todo está bien en el mundo", activan el conocimiento de procedimiento, elicitan una estrategia de procesamiento de la información unida profundamente al uso de heurísticos simples, y que se caracteriza por una falta de consistencia lógica y poca atención al detalle; asimismo inhiben la capacidad de actuación en tareas que requieran unas estrategias analíticas orientadas al detalle; por otra parte, bajo un "buen" estado de ánimo se muestra una mayor tendencia a utilizar estrategias de procesamiento creativas, innovadoras, inusuales y heterodoxas (lsen, 1984). Por el contrario, los estados negativos señalizan situaciones problemáticas y dificultosas, activan el conocimiento procedural y elicitan estrategias cognitivas analíticas, cuidadosas, prestando considerable atención al detalle, y con un alto grado de consistencia lógica, pero probablemente con una considerable pérdida de creatividad. En definitiva, el estado de ánimo jugaría un rol de señalización de cual es el conocimiento de acción accesible desde esta perspectiva. Esto es congruente con los resultados que muestran que un buen estado de ánimo facilita la solución creativa de problemas, las tomas de decisiones arriesgadas y las conductas de aproximación social.

Una limitación de este modelo es que predice efectos únicamente para la fase de juicio y en relación a estados afectivos no atribuídos claramente a una causa. Hay resultados que muestran efectos de la afectividad en la fase de percepción y de recuerdo, no sólamente en la de juicio. También hay resultados que muestran que estados de ánimo con antecedentes claros y salientes tienen una influencia en el pensamiento (Forgas, 1991). Este modelo sirve para dar cuenta de los efectos directos sobre el juicio de la afectividad, pero, es insuficiente.

Afectividad y Estilo de Procesamiento de la Información

Los modelos considerados más arriba son esencialmente modelos de información, centrándose principalmente en el modo cómo se almacena y recupera la información, así como en la accesibilidad indirecta (Bower) o directa (Schwarz y cols.) ya sea proposicional o procedural e interpretación del contenido cognitivo. Algunos teóricos han considerado algunas cuestiones complementarias del modo cómo la información social, una vez accesible, se procesa; sobre el estilo en que ésta se organiza, más que en el contenido de ésta.

Así, diversos estudios indican que cuando se hace frente a una tarea de resolución de problemas bajo un estado de ánimo positivo, los sujetos tienden a tomar una decisión más rápidamente, utilizan menos información, tienden a evitar un procesamiento de la información sistemático y exigente, y, están más seguros de sí sobre sus decisiones; asimismo, son más creativos y clasifican a los objetos de forma más amplia e inclusiva (por ejemplo, sujetos en un buen estado de ánimo tienden más a clasificar ejemplares poco prototípicos –"bastón"- de una categoría como miembros de ella -"ropa"-); también, realizan más conductas y asociaciones menos usuales y toman decisiones más arriesgadas. Por el contrario, los sujetos en los que se ha inducido un estado de ánimo negativo presentan un estilo cualitativo de pensamiento más conservador y rígido, son más fiables en sus apreciaciones (más realistas y menos optimistas) y menos arriesgados (Forgas, 1989, 1992; Isen 1984; Isen y Means, 1983; Isen et al., 1982).

Recordemos, además, que la búsqueda de explicaciones se asocia generalmente a los hechos negativos o de fracaso. Esto sugiere que el estado de ánimo negativo presenta un estilo de pensamiento convergente, reduccionista y conservador, pero, también de contraste con la realidad, de explicación de ésta y de readecuación a la baja de expectativas. Por el contrario, el estado de ánimo positivo se asocia a un estilo de pensamiento divergente, creativo e innovador, vinculado al ensayo de nuevas formas de adaptación. Ambos estados de ánimo serían funcionales en un ciclo adaptativo; el estado de ánimo positivo reforzaría la fase de ensayo conductual y el estado de ánimo negativo apoyaría la prueba de realidad. Estas variaciones serían adaptativas, permitiendo el ensayo y reducción de conductas (Fiedler, 1988, 1991).

Este modelo plantea además que los efectos de la afectividad en la cognición y la conducta social se darían sobre todo cuando se debieran generar nuevas respuestas. Cuando en vez de construir, se debería reproducir un conocimiento cristalizado (actitud bien asentada, juicio bien establecido, respuesta habitual) la influencia de la afectividad sería mucho menor (Fiedler, 1991).

Para Forgas (1992) hay dos posibles explicaciones de estos efectos, una de carácter cognitivo y la otra motivacional. Así, desde el punto de vista cognitivista, los estados de ánimo positivos imponen el mayor esfuerzo cognitivo en la atención, memoria y capacidad de procesamiento en general cuanto mayor cantidad de información positivamente evaluada llega a ser accesible (Isen, 1984). Esta explicación, no da cuenta de la estrategia utilizada bajo un estado de ánimo negativo, por ello Mackie et al. (1991) sugieren que no se trata de un pérdida de capacidad cognitiva per se, sino más bien de déficits de atención que subrayan las estrategias de procesamiento de la información más superficiales típicas de los estados de ánimo positivos. La segunda explicación, sugiere que los sujetos en un estado de ánimo de elación tienden a proteger su valioso estado afectivo mediante el rechazo de ocuparse en procesamientos y demandas cognitivas que supongan gran esfuerzo (Isen, 1984). Esta explicación motivacional parece contradictoria con las evidencias de otras áreas de la psicología social que sugieren que precisamente la actividad esforzada e instrumental, tal como la ayuda a otra persona, activamente buscada por las personas, y conscientemente centrada en informaciones valiosas, a menudo es utilizada por la gente para mantener y mejorar sus estados de ánimo positivos (Forgas, 1989).

Podemos distinguir al menos dos clases de estilos de procesamiento: Clark y Isen (1982) fueron los primeros en introducir esta distinción al separar las estrategias de procesamiento "controladas" o conscientes y las "automáticas" o inconscientes (tales como la preactivación de la información congruente con el humor) para dar cuenta de los efectos del estado de ánimo en los estados disfóricos; así los procesamientos controlados pueden servir para el mantenimiento del estado de ánimo en condiciones de buen humor, y de reparación del estado de ánimo en el estado disfórico. Isen (1984), por su parte, encontró que la gente en un estado de ánimo positivo, en oposición a un estado de ánimo neutro, era más creativa, realizaba más asociaciones inusuales, utilizaba categorías más inclusivas y más amplias, precisaba menos información y alcanzaba una decisión más rápidamente. Fiedler (1991) sostiene, al distinguir entre procesos "productivos" y "reproductivos", la existencia de estrategias "libres" o "sueltas" y estrategias "atadas", asimismo sugiere que los efectos de los estados de ánimo probablemente están mucho más marcados cuando ocurren procesamientos cognitivos "libres", elaborados y productivos. Finalmente, Petty et al. (1991) proponen una distinción entre estilos de procesamiento de "ruta-central" o de "ruta-periférica", encontrando que los efectos del estado de ánimo en la persuasión están mediatizados por el estilo de procesamiento adoptado por el sujeto.

En definitiva, esas teorías muestran dos estilos de procesamiento diferentes, uno simplificado, de esfuerzo mínimo, y de carácter heurístico, y el otro sustantivo, analítico y sistemático. El tema subyacente común es que en algunas circunstancias, la gente tiene poco interés en el procesamiento analítico esforzado de un estímulo, y utiliza en cambio estrategias simplificadas y de esfuerzo mínimo, haciendo uso de la más accesible y preparada entrada tal como su propio estado de ánimo y otra información periférica. En otros momentos, se adoptan procesamientos más sistemáticos y cautelosos, requiriendo la consideración sustantiva de la información accesible y de la elaboración productiva de memorias y asociaciones relevantes. Los modelos del afecto como información dan cuenta de manera más apropiada de los efectos del estado de ánimo sobre el juicio social cuando se adopta el primer estilo de procesamiento heurístico; mientras que los modelos de preactivación de afecto son más adecuados para dar cuenta de los efectos del estado de ánimo bajo estrategias de procesamiento sustantivas (Forgas, 1992). En consecuencia, el estado de ánimo puede ser tanto un antecedente como una consecuencia del procesamiento elegido; así, el estado de ánimo positivo facilitará el procesamiento simple y reproductivo, y el negativo el procesamiento esforzado y sistemático (Schwarz, 1990).

La afectividad como utilización del "espacio" de información

El último tipo de explicación de carácter cognitivista sobre la influencia de la afectividad en la cognición y conducta social hace referencia a que la afectividad, en particular positiva, al activar una gran masa de información, "ocupa" la memoria activa y limita la capacidad de procesamiento de los sujetos. Por este mecanismo, los sujetos mostrarían el sesgo a tomar decisiones rápidas, utilizando poca información, etc.(Fiske y Taylor, 1991). Esta explicación no da cuenta del hecho que la afectividad positiva genera una mayor creatividad, ni tampoco del hecho que los efectos interruptores de la emoción negativa son más importantes.

Los sesgos afectivos como procesos motivacionales

Una explicación que se ha dado del sesgo de asimetría entre los estados de ánimo positivos altos y bajos (denominados negativos) es de índole motivacional. Los sujetos en buen estado de ánimo mostrarían la tendencia a procesar la información con un sesgo automático, positivista, confiado y "rápido" con el fin de mantener un buen estado de ánimo. Por el contrario, dado el carácter aversivo de los estados de ánimo negativos, los sujetos buscarían conscientemente evitar éstos, mediante formas de afrontamiento, lo que explicaría la asimetría entre afectividad positiva y negativa.

MODELOS NO PROPOSICIONALES Y DE INFLUENCIA ESPECIFICA DE LA AFECTIVIDAD

Se puede deducir del conjunto de críticas anteriores que los procesos emocionales no se pueden reducir a un determinado tipo de activación de la memoria semántica ni pueden ser analizados sólo como prototipos o esquemas de conocimiento semántico o procedural. Estamos de acuerdo con autores como Leventhal y Zajonc que postulan la existencia de un sistema emocional diferenciado del cognitivo, interactuando con él, con bases motórico-neurales propias, y que se definen como sistemas de preparación a la acción, es decir, cada emoción tendría una función específica (Leventhal y Tomarken, 1986; Zajonc y Markus 1984; Frijda, 1986; véase la revisión en Echebarría y Páez (1989).

Los resultados sobre las influencias diferenciales de la ansiedad y de la depresión refuerzan esta idea del carácter funcional específico de la afectividad. Así, no sólo los estados de ánimo positivo y negativo producen efectos asimétricos, sino que entre los propios estados de ánimo negativos se encuentran diferencias. Revisando, brevemente, la relación entre ansiedad v.s. depresión, cognición y conducta, vemos que no se obtienen influencias homogéneas. Tanto la ansiedad como la depresión obstaculizan el aprendizaje, aunque la primera tiene una relación curvilínea y la segunda una relación lineal negativa (a mayor depresión, menor aprendizaje) (Leventhal y Tomarken 1986). La ansiedad parece estar asociada a una atención y codificación preferencial de estímulos "amenazantes". Por el contrario, no parece que ocurra lo mismo en la depresión. Los sujetos depresivos no muestran sesgos de atención (atención visual, umbrales de percepción, etc.) facilitadores de la percepción y codificación de materiales "depresógenos". Mientras que 5 estudios confirmaron el sesgo de atención de los ansiosos, de 4 estudios que analizaron tal efecto en los estados depresivos, 3 dieron resultados negativos y sólo uno positivo. En relación a la orientación de la cognición focalizada en estímulos amenazantes se ha encontrado que sujetos fóbicos ansiosos poseían mayor habilidad para detectar palabras relevantes de miedo presentes en el canal no atendido de una tarea de escucha dicótica. Se encontró que muchos ansiosos identificaban más palabras estresantes en tareas de detección de palabras. De manera consistente se ha encontrado que estudiantes ansiosos (época de exámenes), fóbicoansiosos y sujetos con ansiedad generalizada, presentaban una mayor latencia al identificar el color de una palabra amenazante. En otros términos hay una fuerte evidencia que demuestra que sujetos con estado de ánimo ansioso y con trastornos de ansiedad tienen un sesgo de atención y de percepción hacia los estímulos "amenazantes" o "ansiógenos". El hecho de que este sesgo no era sólo de atención y de codificación consciente, se demostró en la siguiente investigación: Los sujetos muestrales eran estudiantes con ansiedad generalizada (N=16) en los que se observaba un bajo rendimiento (mayor tiempo de reacción) cuando las palabras amenazantes eran presentadas de una manera inesperada. Se comparó este grupo con sujetos de menor ansiedad. Sin embargo, ninguno de los dos grupos recordó las palabras amenazantes que habían sido presentadas en una tonalidad muy baja, es decir, había un efecto de sesgo de percepción pera-atencional inconsciente en los sujetos ansiosos. Mientras que la depresión muestra un claro sesgo "negativo" en el recuerdo, la evidencia que confirme un sesgo "amenazante" en el recuerdo de sujetos ansiosos es mucho menor -2 de 4 investigaciones- (Mathews et al., 1986). La depresión se encuentra asociada a déficits en el recuerdo libre, más que en el recuerdo facilitado por indicadores; a déficits a largo plazo antes que a déficits a corto plazo; a déficits de recuerdo del material organizado más que del material poco organizado; y finalmente, a déficits de la información que requiere elaboración compleja antes que simple (Leventhal y Tomarken, 1986). La ansiedad también está asociada a déficits de memoria en tareas complejas y de elaboración "alta" (semántica) más que a déficits en tareas simples, pero también está asociada a un mejor recuerdo de materiales autorreferentes en condiciones de alto estrés (Smith et al., 1983). La depresión presenta un sesgo de juicio para los estímulos autorreferentes de tipo negativista, mientras que la ansiedad presenta un sesgo de tipo "amenazante". La visión "negativista" de los depresivos, o más bien su "lucidez" o realismo no positivista, ha sido claramente demostrada , en las relaciones a las cogniciones autoreferentes (Páez et al., 1986). A nivel de juicios, se ha encontrado que sujetos ansiosos, comparados con sujetos normales, perciben como más arriesgadas situaciones standard (Mathews et al., 1986). A nivel de efectos sobre las interacciones sociales, la depresión aparece asociada al abandono del contacto social, mientras que un estado de ansiedad media facilita el contacto social (Berkowitz 1968).

En síntesis, los resultado anteriores confirman que los sujetos ansiosos juzgarían situaciones ambiguas como peligrosas y percibirían selectivamente los aspectos amenazantes del entorno. Los sujetos depresivos recordarían más elementos negativos y tendrían más accesibles juicios y conductas negativas. Ahora bien, la ansiedad parece actuar, sobre todo, en la atención, mientras que la depresión sesgaría el recuerdo. Sin embargo, el modelo semántico-afectivo, no explicaría la razón por la cual los esquemas cognitivos de peligro, siendo más usados, frecuentes y organizados en los sujetos ansiosos (por lo que influirán en la atención, la percepción -incluso inconsciente- el juicio y la conducta), no influyen por el contrario en el recuerdo. Ni porque en la depresión, que muestra un claro efecto de sesgo en el recuerdo, además de influir los juicios y conducta, no habría una influencia en la atención. Esto sugeriría que la ansiedad estaría menos organizada como esquema que la depresión, que dependería más de estímulos conceptuales e internos concretos y que actuaría esencialmente a nivel semántico, pre-atencional, atencional y de codificación. Ahora bien, la ansiedad parece actuar sobre todo a nivel de la atención, mientras que la depresión sesgaría el recuerdo. Esto es congruente con la asociación encontrada en estudios epidemiológicos entre sucesos de pérdidas realizadas (significación de pérdida en el pasado) y la depresión, así como entre sucesos de amenazas de pérdidas y la ansiedad. Igualmente, a nivel de pensamientos conscientes, la depresión se centra en la rumiación de los fracasos y pérdidas ya realizados, mientras que la ansiedad se asocia a elucubrar las pérdidas que pueden suceder en el futuro. Estos resultados son difícilmente integrables en las concepciones cognitivas y plantean la necesidad de diferenciar los estados de ánimo según las emociones asociadas.

La teoría cognitiva de las emociones de Oatley y Johnson-Laird es compatible con estos resultados. Estos autores han postulado modelos no-proposicionales de la afectividad. Las emociones servirían como señal dentro del sistema cognitivo y fuera del organismo (tendrían una función de comunicación intra e interpersonal). Estas surgirían en los momentos de cambio o de transición de los planes para obtener fines del organismo, ya que se evalúa que éstos, o permiten claramente o impiden la realización de los fines adaptativos del organismo. Además, no serían de carácter proposicional, por lo que se difundirían más rápidamente y sin seguir los nodos semántico-conceptuales.

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