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Psicothema was founded in Asturias (northern Spain) in 1989, and is published jointly by the Psychology Faculty of the University of Oviedo and the Psychological Association of the Principality of Asturias (Colegio Oficial de Psicología del Principado de Asturias).
We currently publish four issues per year, which accounts for some 100 articles annually. We admit work from both the basic and applied research fields, and from all areas of Psychology, all manuscripts being anonymously reviewed prior to publication.

PSICOTHEMA
  • Director: Laura E. Gómez Sánchez
  • Frequency:
         February | May | August | November
  • ISSN: 0214-9915
  • Digital Edition:: 1886-144X
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Psicothema, 1993. Vol. Vol. 5 (Suplem.1). 411-426




LA PSICOLOGIA SOCIAL Y EL HECHO URBANO

José Antonio CORRALIZA y Juan Ignacio Aragones*

Universidad Complutense de Madrid. Universidad Autónoma de Madrid*

En este trabajo se propone el estudio de la vida en las ciudades como campo de trabajo de la Psicología Social y Ambiental. La ciudad es tanto una estructura espacial como social, que incide sobre el comportamiento individual y social. Se sistematiza los modelos y aportaciones más relevantes para el estudio psicológico del hecho urbano. Igualmente, se revisan las primeras aportaciones de psicólogos y sociólogos sobre la ciudad. Unos y otros destacan los aspectos negativos de la vida urbana, particularmente a partir del éxito de las teorías de la sobrecarga. En un apartado posterior se señala la necesidad de que los psicólogos sociales trabajen en la definición de modelos de calidad de vida urbana. Se sugiere prestar atención a cuatro factores: Grado de control, nivel de seguridad en el escenario, programa de actividades sociales del lugar y satisfacción estética.

Palabras clave: Vida urbana; Estímulos urbanos; Lugares urbanos; Problemas urbanos; Sobrecarga informativa; Calidad de vida urbana.

Social Psychology and the urban fact. In this paper, the study of urban life as a domain for Social and Environmental Psychology is proposed. The city is a spatiat and social structure that influences upon the individual and social behavior. The most relevant models for the social-psychological study of urban life are reviewed. The first constributions of sociologists and psychologists on this subject are also included. Their explanations are based on the negative effects of urban life, specially as a consequence of the success attained by overload theories. Subsequently, the work on definition of models for quality of urban life is stressed. The paper suggests that it would be neccessary to take into account, at least, four factors: level of space control, level of security in the setting, social activities programs, and esthetic satisfaction due to urban places.

Key words: Urban life; Urban stimuli; Urban places; Urban problems; Overload theory; Quality or urban life.

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Tal vez resulte sorprendente encontrar un escrito sobre el espacio urbano entre un conjunto de trabajos sobre la Psicología Social. Este es más una propuesta de trabajo que un informe de resultados. Para un psicólogo social escribir sobre la ciudad es, en cierto sentido, escribir sobre su propio origen. En efecto, la Psicología Social nace y se convierte en un campo relevante por los problemas derivados del hecho urbano. El nuevo hábitat humano, la gran ciudad, constituye de hecho el referente espacial de las nuevas relaciones sociales. Si la Psicología Social nace porque se hace necesario el estudio de la heterogeneidad, la diversidad, el conflicto, etc., estos fenómenos aparecen con el nuevo hábitat del desarrollo: la ciudad. De hecho, el proceso histórico de industrialización produjo la ruptura y la fragmentación del mundo social basado en los grupos parroquiales donde la interacción es intensa y permanente; este modelo básico de organización social fue sustituido por un modelo de organización a gran escala. Con el desarrollo, el sujeto no solo tuvo que aprender a moverse en un nuevo hábitat y a manejar nuevos artefactos: también tuvo que aprender patrones nuevos de relación social. El escenario de los patrones de relación social prototípicos de la modernidad es la ciudad.

La ciudad es tanto un problema ecológico, como un problema social. K. Lynch en un viejo trabajo considerado ya clásico propone pensar sobre la siguiente fantasiosa pesadilla:

"Imaginemos por un instante que por efectos del crecimiento de la población humana y de la evolución de la técnica, se ha llegado a la total urbanización del globo terráqueo: que una ciudad única cubre la superficie útil de la tierra... ¿Verdad que tal perspectiva se nos aparece como una pesadilla?, ¿y que tal visión produce la sensación de estar cogidos en una inmensa trampa de hileras infinitas de enormes inmuebles, sin posibilidad alguna de escapar a la continua presencia y a la presión de la gente (...) El aire sería impuro, el agua lóbrega, las calles atestadas de gente y llenas de peligro..... (Lynch, 1982, 245).

Tal vez haya que pensar en estas situaciones extremas para plantear el hecho de que, en efecto, la forma física de una ciudad determina la vida de sus moradores: sus esquemas de relación, los componentes de su identidad, las estrategias de agrupamiento, las carencias y motivaciones de su actuación, las imágenes que construye su mente, etc. Tal y como escribiera Montesquieu sobre las leyes, de la ciudad se puede afirmar que primero las personas construyen los edificios, pero luego los edificios cambian a las personas.

La ciudad, como espacio de relaciones sociales ha estado presente en los estudios e investigaciones de los psicólogos sociales. Sin embargo, su interés se ha centrado más en los síntomas de esta nueva experiencia humana, que en el análisis de los factores, procesos y modelos de organización espacial que la determinan.

"La ciudad es un laboratorio", según la clásica definición de R. E. Park, queriendo dar a entender, entre otras cosas, las posibilidades que la ciudad ofrece para estudiar el comportamiento humano en todas sus dimensiones, así como reconocer en la evolución de la ciudad procesos históricos de los que la ciudad es síntoma y causa, al mismo tiempo. Prestar atención, pues, al análisis de los fenómenos ligados a la vida urbana es una manera específica de estudiar el comportamiento humano en su contexto, tal y como se ha venido reclamando unánimente desde las líneas de investigación psicológica más dispares en los últimos años.

LA DECADENCIA URBANA

La ciudad es una estructura espacial que ha modificado radicalmente la manera de vivir de la especie humana. Ello es especialmente cierto tomando como referencia la gran concentración metropolitana. Esta ha constituido un complejo que recoge los más preciados sueños de la sociedad moderna, a la vez que ha producido las más angustiosas pesadillas.

En efecto, vivir en la ciudad es probablemente la característica que unifica a los habitantes del planeta. Incluso cuando no se vive en una gran metrópolis, en las zonas más aisladas del planeta, a través de reclamos, la ciudad se hace presente. De acuerdo con la lúcida sentencia que escribiera K. Marx, la historia moderna consiste en la urbanización del campo y no como antes en la ruralización de la ciudad (Marx, 1967).

Esta enorme concentración de pobladores, recursos, tecnología y medios ha creado un tipo de asentamiento nuevo cuyos efectos sobre la especie son llamativos, y, podría decirse, únicos en el proceso de evolución. Tal y como se ha escrito, la metrópolis moderna es un tipo de asentamiento inusual en especies de mamíferos, siendo un tipo de hábitat más propio de especies de insectos (Davis, 1982).

La ciudad representa el medio cotidiano que habita una proporción mayor de personas cada año. El crecimiento de las ciudades se produce a un ritmo que supone un incremento mundial medio del 6%. En algunos países (particularmente, en algunos países en desarrollo) este porcentaje de crecimiento se duplica. La tabla 1 recoge las tasas de incremento de la concentración urbana en un período muy reducido de la historia reciente, y muestra la tendencia persistente a la concentración espacial, particularmente en los países "en vías de desarrollo". La proyección de población para los próximos 35 años confirma esta tendencia como un hecho estructural de la evolución demográfica. Incluso en ciudades donde este crecimiento se desacelera, ello no implica que disminuya su estructura espacial. La ciudad se expande; y esta sentencia es cierta espacialmente, pero es aún más cierta referida al modo de vida que por este nuevo asentamiento se ha creado.

Las grandes ciudades modernas, caracterizadas por la heterogeneidad de sus habitantes y la visible falta de integración de sus espacios, consituye un mosaico de fénomenos sociales y espaciales. La ciudad supone la creación de una "concentración gigantesca" que, sin embargo, en la visión más optimista, permite irradiar "las ideas y prácticas que llamamos civilización" (Wirth, 1938).

Un aspecto que se comentará posteriormente se refiere a la valoración de los distintos componentes de la "civilización" urbana. Pensadores de adscripción muy diferente han descrito los procesos asociados con el desarrollo de las ciudades, y todos ellos subrayan con muy diferentes argumentos que la ciudad ha cambiado la manera de vivir. Tal y como se verá posteriormente, sin embargo, los análisis psicológicos y sociales de la ciudad se han basado en el hecho de que la ciudad tiene mala fama, y los estudios e investigaciones se han fundamentado en el supuesto implícito de que la concentración gigantesca metropolitana es una agresión para el funcionamiento psicológico y la vida social de los sujetos.

La ciudad está progresivamente dejando de ser un "lugar", escribe Castells (1986), para convertirse en un "flujo". La tecnología, a su vez, permite vastos procesos de interacción en el vacío, que incrementan la tendencia a la individualización de la vida personal. En efecto, el fenómeno urbano constituye hoy uno de los hechos claves para la comprensión de la totalidad de la situación social. Podría decirse, aunque ello resulte paradójico, que la ciudad es el medio natural del hombre. R. E. Park escribía en 1925:

"La ciudad, particularmente las grandes ciudades metropolitanas de los tiempos modernos son, en todas sus complejidades y artificios, la creación más majestuosa del hombre, el más prodigioso de los artefactos humanos. Debemos concebir nuestras ciudades como los talleres de la civilización, y, al mismo tiempo, como el hábitat natural del hombre de nuestro tiempo".

En un interesante libro, el geógrafo D. Harvey (1989, vid. pp. 232 y ss.) sintetiza esta nueva manera de vivir. Basándose en aportaciones muy diferentes (Marx, Simmel, Wirth y Sennet, entre otros), concluye que la civilización urbana se define por la presencia de cinco notas características: El individualismo debido al fetichismo del dinero, la alienación debido a la separación espacial del lugar de producción, del lugar de consumo y del lugar de residencia, la comunidad, el ambiguo papel del estado y la nueva forma de estructura y funciones de la familia urbana. La civilización urbana está llena de contradicciones, y parece que lo que un aspecto produce, el otro lo deshace. Harvey recoge esta idea subrayando el hecho de que la civilización urbana aún hoy constituye la arena de "la más intensa confusión social y política". Literalmente escribe:

"(La ciudad) es un lugar de misterio, el sitio de lo inesperado, lleno de agitación y fermentos, de múltiples posibilidades, libertades y alienaciones; de pasiones y de represiones; de compolitismo y radicales parroquialismo; de violencia, innovación y reacción... La ciudad objetiva el conocimiento más sofisticado en un paisaje físico de extraordinaria complejidad, poder y esplendor al mismo tiempo que recoge fuerzas sociales capaces de las innovaciones sociotécnicas y políticas más amenazantes" (Harvey, 1989, 229).

Poco a poco, los análisis psicológicos y sociales de la vida urbana se basan en un optimismo radical, mezclado con una nostalgia infinita de la pequeña comunidad. Por eso, los síntomas actuales de deterioro de la vida urbana se adecúan bien a este discurso de la "mala fama de la ciudad". Las explicaciones sobre el declive urbano permiten aludir a dos tipos de procesos diferenciados. El primero de ellos, se refiere al establecimiento de una ciudad dual (Castells, 1986; Rodríguez- Villasante, 1986), en la que junto a espacios funcionales revitalizados, coexisten zonas míseras, abandonadas y en progresivo deterioro. La razón más estructural del declive urbano procede de la conjunción de una amplia gama de elementos entre los que, según la síntesis recogida en una reciente aportación (Benavides, 1991), se encontrarían elementos como la menor calidad medioambiental (polución, escasez de espacios, ruidos, deterioro y abandono, etc.), el insuficiente o encarecido parque de viviendas, la escasez de suelo para la actividad industrial, los insuficientes sistemas de transporte intraurbano y de acceso al núcleo, etc.

Estos problemas explican la mala fama de la ciudad, y avalan la pérdida de prestigio de la vida urbana. La ciudad sigue siendo, tal y como era reconocido por los autores de la Escuela de Chicago, el horizonte del progreso y la movilidad. Sin embargo, los modelos culturales están empezando a destacar los costes que la vida urbana conlleva, y evaluar su conveniencia.

Puede decirse que la ciudad es un complejo mundo de contradicciones, que sin duda, tienen efectos y claves relevantes para el comportamiento de los sujetos, que, sin embargo, no han sido adecuadamente abordados. A ello se ha contribuido, aunque con muchas limitaciones, trabajos y reflexiones de los psicólogos, particularmente, de los psicólogos sociales, que, como se verá más abajo, se ha hecho eco de la mala fama de la ciudad.

LA CIUDAD Y EL NACIMIENTO DE LA PSICOLOGIA SOCIAL

El estudio de la ciudad desde la perspectiva de las Ciencias Sociales puede situarse en torno al último tercio del siglo XIX y primero de XX. Una sistematización de los análisis históricos del hecho urbano desde la perspectiva psicosocial puede encontrarse en Blanco (1987). En uno de los primeros números la revista fundada en la Universidad de Chicago en el último quinquenio del siglo XIX (The American Journal of Sociology), se incluye un editorial titulado La era de la Sociología, acompañado de una ilustración fotográfica en la que una familia inmigrante llega a la ciudad de Chicago en un carro. El contraste entre el mundo rural que tiene que urbanizarse y el urbano produce un conjunto de problemas que justifican el nacimiento de las ciencias sociales. Esta es la información básica y la preocupación central que moldea la actitud ante el hecho urbano que heredan autores como Park, Burgess, Wirth, y tantos otros. Podría decirse que la ciudad era considerada como el destino forzado y sus escritos ilustran la preocupación por la recuperación de la comunidad en una estructura espacial al mismo tiempo necesaria y nociva.

La obra de Morton y Lucia White (1962) sostiene la tesis de la oposición al hecho urbano de los intelectuales americanos que constituyen los precursores de la perspectiva psicosocial. En otro texto (Bettin, 1982) se desarrolla la contribución de autores europeos desde una perspectiva similar. En uno y otro libro (pero particularmente en el de los White) se hace un recorrido por las contribuciones de diferentes autores, desde el siglo XVIII hasta la primera mitad del siglo XX, tratando de examinar lo que ellos denominan "las raíces intelectuales del antiurbanismo y la ambivalencia ante la vida urbana en EEUU". Siguiendo el discurso de estos autores puede verse claramente cómo se va conformando el antiurbanismo como tesis central heredada por la Psicología Social. En un breve recorrido por su obra se observa cómo algunos de los personajes apoyan esta idea. A continuación un sucinto recorrido por este interesante trabajo recogiendo aquellas referencias y observaciones que apoyan esta sensibilidad de rechazo hacia lo urbano.

Entre estos ilustres miembros del panteón americano cabe citar al mismo Benjamin Franklin quien situó, siempre según White y White (1962, p.18),"los problemas de la ciudad en forma sumamente práctica, haciendo planes para resolver los problemas de la pavimentación de la ciudad, el cuerpo de bomberos, la higiene pública, los hospitales, la administración gubernamental, el delito y la educación".

Sin duda, otro ilustre predecesor, fue Jefferson que en The Notes on Viginia hacía reproches a la vida urbana, veía la necesidad de las fábricas en Europa, pero la inmensidad de tierras que tiene la nación Americana hacía, a su juicio, innecesario las superpoblaciones que existen en el viejo continente. Llega a decir: "Para las operaciones generales de fabricación, que nuestros talleres permanezcan en Europa. Mas vale llevarles provisiones y materiales a los trabajadores de allí que traerlos a ellos hasta las provisiones y materiales, y con ellos sus costumbres y principios... las muchedumbres de las grandes ciudades contribuyen tanto al sostén del gobierno puro cuanto las úlceras a la fuerza del cuerpo humano. Lo que mantiene el vigor de una república son las costumbres y el espíritu de un pueblo". Como se puede fácilmente observar el texto no está falto de sustancia y las ideas conservadoras y antiurbanas son la base de su planteamiento.

Por el contrario otra figura notable, que influyó en los estudios sobre la ciudad de forma muy positiva fue William James. El que estaba fuertemente impresionado por la metrópoli norteamericana influyó en el desarrollo de los estudios sobre la ciudad, es no solamente uno de los primeros psicólogos, sino que puede ser considerado como el filósofo de la ciudad norteamericana y tuvo una fuerte ascendencia sobre tres personajes centrales en los estudios de la sociedad urbana. Fue impulsor de toda una generación reformista, nacida en torno a 1860 y que forman hoy día un grupo de reconocido valor intelectual. Entre ellos cabe destacar a Robert Park, el sociólogo más representativo de la Escuela de Ecología Humana. Jane Adams, que podría ser considerada hoy en día un referente para la Psicología Comunitaria y John Dewey un filósofo que siempre estuvo preocupado por los valores de la pequeña comunidad. Sus discípulos ya reconocían en la ciudad un hecho real y natural; y no deseaban destruirla, sino que la asumían como una nueva forma de planterarse las relaciones sociales. Tanto Adams como Park percibieron cómo en la ciudad norteamericana del siglo XX iban desapareciendo el sentimiento y el contacto comunales. John Dewey compartió esta convicción y tambien él llegó a preocuparse por los efectos de la industrialización sobre la vida urbana. Dewey, el pragmatista no trascental, y Park, el sociólogo empírico, compartieron igual, hasta cierto punto, la tradicional desconfianza del norteamericano ante la ciudad.

El tratamiento que White y White (1962) dan a este trío es similar en la obra en cuanto a volumen, pero no lo es en cuanto a contenidos. Mientras que sobre Addams se limitan a hacer unos comentarios sobre su trabajo como "asistente social". A Park le dedican un mayor número de citas textuales mostrando la gran influencia que tiene este autor en el desarrollo científico de los estudios urbanos: finalmente, de Dewey prestan atención a las reflexiones del autor en dos temas: el proceso de socialización del niño en la sociedad industrializada y la ruptura del grupo primario que se produce en las sociedades urbanas. Algunas de las reflexiones sobre estos autores van a ser recogidas a continuación para ilustrar una parte de la herencia que recogen los investigadores de los problemas sociales del medio urbano.

Jane Addams, dicen los White, que resulta ser la más destacada figura que haya producido EEUU en materia de asistencia social. Su origen campesino le permitía entender mejor al campesino europeo que emigraba a las ciudades norteamericanas, conocer su vida y hábitos. Una de sus grandes aportaciones fue preparar el camino para una empresa más teórica: la sociología urbana de Robert Park.

La biografía de Park, el más influyente en los científicos sociales preocupados por el tema urbano, fue un sociólogo que primeramente vio la sociedad muy cerca, como periodista, desarrolló luego vastos intereses filosóficos y sociológicos, para convertirse finalmente en una figura que ejerció gran influencia en su carácter de profesor de Sociología en Chicago. Park estaba bajo el hechizo de William James. Mientras Park estaba en Harvard escuchó a James pronunciar su famosa conferencia "Sobre cierta ceguera en los seres humanos" en la que James vituperaba esa ceguera que a todos nos aflige cuando se trata de comprender los sentimientos de personas que son diferentes a nosostros. Viajó a Berlín donde contactó con Simmel, cuya visión de la ciudad más psicológica que meramente artefacto físico influyó en la concepción de la vida urbana que desarrolló Park; para aquél la ciudad era más un estado de ánimo que el medio puramente físico. William James le había incitado a descubrir qué ocurría detrás de los rostros de los individuos, en tanto que Simmel le alentó a estudiar lo que el sociólogo alemán llamaba la "vida mental" de la ciudad como conjunto.

Según Park la gran ciudad únicamente recompensaba la excentricidad: en ella hasta el delincuente, el individuo defectuoso y el genio encuentran más oportunidades para desarrollar sus dotes que en la aldea. Entre otras atracciones de la ciudad, en comparación con los pueblos y con el campo, Park señalaba una acentuación del elemento causal, de lo fortuito.

Para este autor, la ciudad no es únicamente una entidad jurídica; es, ante todo, según su frase tan frecuente, un estado de ánimo. No es meramente una reunión de personas, de servicios sociales o de medios administrativos. Es "un conjunto de costumbres y tradiciones, así como de acciones organizadas y de los sentimentos que son inherentes a dichas costumbres y que se trasmiten mediante dicha tradición. En otras palabras, la ciudad no es tan sólo un mecanismo físico y una construcción social. Interviene en los procesos vitales de los seres humanos que la integran; es un producto de la naturaleza y, en particular, de la naturaleza humana" (Park, 1952). En la misma obra observaba Park que, en las ciudades, la reunión de seres humanos resulta más organizada mediante "herramientas'" humanas como las comunicaciones, los transportes, las instituciones políticas y artificios económicos como las fábricas. Herramientas, seres humanos y lugares están todos entretejidos en un mecanismo psicofísico.

Desde la perspectiva de la interacción social se planteaba el papel del anonimato, describiendo de una manera muy gráfica esta característica de la vida urbana, constituyendo esta sentencia un argumento claramente precursor del análisis que, con posterioridad, S. Milgram realizaría de las relaciones del "familiar extraño" (Milgram, 1992). Park escribe:

"Una proporción muy elevada de la población de las grandes ciudades, incluidos los que tienen su residencia en casas de vecindario y casa de departamentos, viven en buena medida como la gente que está en un gran hotel, es decir, viéndose pero sin conocerse" (Park. 1952).

En el célebre ensayo, que se viene comentando (Human Communities) sobre la ciudad que apareció por primera vez en 1916, Park sostenía, como más adelante lo haría Dewey, que "probablemente la ruptura de los vínculos locales y la debilitación de las restricciones e inhibiciones del grupo primario, bajo la influencia del ambiente urbano, es en muy buena medida responsable del aumento del vicio y del delito en las grandes ciudades". Por grupo primario entendía lo mismo que Cooley, decir, un grupo en el que prevalecían la asociación y la cooperación cara a cara. La ciudad es el mecanismo fagocitador de este tipo de relaciones.

Mientras que Wright pensaba que las ciudades terminarían desapareciendo, Park pensaba que "si la ciudad es el mundo creado por el hombre, es el mundo en el que, en adelante, está condenado a vivir" (Park, 1952). Esta visión refleja una actitud social y política reformista dentro de una sensibilidad claramente conservadora: Los problemas sociales están asociados al "problema urbano" y éste reside en el reto de adecuar la "libertad de la ciudad" a un óptimo nivel de orden y control social. Su visión de los problemas urbanos refleja esta sensibilidad reformista y conservadora:

"La existencia misma de la gran ciudad crea problemas de higiene, de sida familiar y de control social que no existían cuando los hombres vivían en el campo o en las aldeas. Así como el cuerpo humano genera las toxinas que con el correr del tiempo lo destruyen, también la vida comunal, en el proceso mismo de crecimiento y como consecuencia de sus esfuerzos por mantener a la altura los cambios que implica dicho crecimiento, crea enfermedades y vicios que tienden a destruir la comunidad... Las comunidades pueden envejecer y morir, y de hecho así ocurre, pero otras nuevas comunidades, aprovechando la experiencia de sus predecesoras, están en condiciones de crear organizaciones sociales más adecuadas y más capaces de resistir las enfermedades sociales y los vicios corruptores" (Park y Burgess, 1921.)

El gran discípulo de James, Dewey estaba de acuerdo con Jane Addams y Robert Park, consideraba que la sociedad "es un número de personas que se mantienen juntas porque trabajan en una misma dirección, con un espíritu en común y remitiéndose a propósitos comunes. Las necesidades y los própositos comunes reclaman un intercambio creciente de unidad de sentimientos de simpatía" (Dewey, 1923; p.7). La divergencia cada vez mayor entre las ideas de Dewey y las realidades urbanas obligaron al pensador a formular nuevamente sus ideas sobre las promesas de la vida urbana.

Otro autor de fuerte influencia en este trío de precursores de los estudios de la ciudad fue Cooley. Para él, los ejemplos principales de grupo primario se tenían en la familia, el grupo infantil de juegos y vecindario; todos los cuales, como se recordará, eran objeto de elogios en School y Society de Dewey. Pero Cooley señalaba en 1909:

"la intimidad del vecindario ha sido rota por el desarrollo de la intrincada malla de contactos más vastos que nos deja ajenos a personas que viven en la misma casa... En nuestras ciudades, las congestionadas de inquilinato y la general confusión económica y social han lesionado gravemente a la familia y al vecindario, pero resulta notable, considerando estas condiciones, la vitalidad que muestran: y a nada está más decidida la conciencia moral de la época que a restablecer su salud" (Cooley, 1909, p. 23.).

En resumen se podría decir que si Jefferson decía que terminaba todos sus discursos con el imperativo "dividid los condados en distritos". Con espíritu similar, Dewey podría haber cerrado todas sus conferencias con un "dividid la ciudad en comunidades más inmediatas"; Jane Addams, con un "dividid la ciudad en casas vecinales"; y Park, con un " dividid la ciudad en grupos primarios". Todos ellos reaccionaban contra lo que estimaban la maldición del tamaño urbano en el siglo XX. Su maestro Williams James, pudo sentirse entusiasmado ante la actividad de Nueva York, pero su odio al gran tamaño, expresado vivamente, fue aún más significativo para sus admiradores: Dewey, Park y Jane Addams. Como otros tantos intelectuales de la Epoca de la Reforma, formaban parte de un nuevo aldeanismo, de un movimiento destinado a contrarrestar el efecto anonador de todas las grandes organizaciones, y la gran ciudad no quedó exceptuada. El hecho de que tantas figuras intelectuales norteamericanas dijeran más en contra de la vida de la ciudad que en favor de ella es responsable de que hoy el urbanista no encuentre en los EEUU una vigorosa tradición intelectual de amor a la ciudad en que basarse.

En síntesis, los argumentos expuestos hasta aquí, tomados del trabajo de los White, han tratado de ilustrar la actitud negativa con que se comienzan a hacerse estudios sobre la ciudad del período de industrialización en EE.UU. La sociedad preindustrial, de los siglos XVIII y XIX, con valores de las sociedades agrícolas, donde las relaciones cara a cara y el grupo primario eran las propias de este tipo de sociedad, resultan ser las añoradas por el grupo de intelectuales reformistas. Muy probablemente este planteamiento produjo que el acercamiento de las Ciencias Sociales a los estudios urbanos se hiciera desde esta visión negativa, sin intentar de descubrir los valores emergentes en las sociedades post-industriales.

Esta tradición también influye en la Psicología de la época y la compromete con las ideas de su momento, llegando a trascender hasta los años setenta cuando Milgran establece conocida "teoría de la sobrecarga", que a juicio de Geller (1980), tiene connotaciones negativas sobre la ciudad. En resumen, se puede decir que la ciudad es "el artefacto humano" más importante que jamás haya realizado el hombre, pero sus grandes dimensiones dificultan las interacciones cara a cara que aún sigue siendo la causa de uno de los ideales perdidos de las sociedades agrícolas.

Sin duda que deberían haber sido los psicólogos sociales los más indicados para haberse acercado al tema de la ciudad, pero no fue así hasta finales de la década de los años sesenta. Sin embargo, fueron psicólogos del aprendizaje como Thorndike (1939 y 1940) uno de los pioneros. Trató de esta¡blecer un índice científico con el que diferenciar a las ciudades.

En un intento de aproximarse más al tema de la Psicología y la ciudad podría defenderse que los psicólogos sociales comprometidos con la investigación de la ciudad idealmente deberían estar implicados en dos clases de actividades: Aquellas que tienen valor práctico e inmediato y también aquellas que están preocupadas por el desarrollo de teoría de la conducta urbana (Krupat y Guild, 1980).

Estos esfuerzos implican la consideración de como la ciudad difiere de otros tipos de comunidades y cómo una ciudad difiere de otra. Esto lleva a varios problemas básicos en la investigación sobre el mundo urbano. El primer problema aparece cuando se quiere comparar ciudad con ciudad, el segundo, cuando se quiere comparar ciudad con no ciudad. A pesar del interés de este problema para la explicación del comportamiento humano, los intentos de los psicólogos por establecer una taxonomía de relevancia psicológica de las ciudades y los elementos urbanos es de muy limitado alcance.

Un primer intento de desarrollar un índice científico por el cual se diferencian las ciudades fue debido a E. L. Thorndike, un psicólogo que es mejor conocido por sus contribuciones clásicas en el campo de las teorías del aprendizaje. En su obra titulada Your city (Thorndike,1939) y, también, en 144 Smaller Cities (Thorndike, 1940), propone el uso de 37 criterios objetivos de bondad de la ciudad y los sumó dentro de una puntuación simple. Justificó la selección de estos items específicos como los que representaban "aquello que todas las personas razonables establecerían como significativo de la bondad de la vida para gente buena en una ciudad. Los items fueron clasificados en cuatro categorías más relevantes: oportunidades educacionales para el público, salubridad de la ciudad, dimensiones confortables; grado de limpieza, más otra categoría miscelánea de indicadores diversos.

Angell (1951) realizó un indice denominado Welfare Effort Index sobre un base concepto que denominó "integración moral" como la clave organizativa, definiéndola como "el grado para el que hay un conjunto de metas y valores comunes hacia los cuales todo es orientado y en términos de los cuales la vida del grupo está orientada" (Angell, 1951, 2).

Pero las tradiciones más influyentes en la clasificación de las ciudades versan sobre un enfoque de base económica o por la especialización productiva. De aquí surge el enfoque denominado de la calidad de vida, un ejemplo de este tipo de estudios es el realizado por Liu (1976). Este autor llego a identificar cinco componentes: Económico, político, ambiental (aire, ruido, calidad del agua, etc.), social (tasa de delito, actividades deportivas y culturales) y salud y educación.

Las aportaciones reseñadas bajo este epígrafe permiten reconocer aportaciones relevantes desde las tradiciones psicológicas más influyentes sobre la preocupación que, en la explicación del comportamiento humano, tiene el hecho urbano. Es cierto que estas aportaciones no han permitido construir un modelo de crítica social global del hecho urbano y de los mecanismos de segregación y división social y espacial. Han permitido, sin embargo, definir una serie de conceptos psicológicos y sociales ligados al hecho urbano, que dieron lugar a los modelos explicativos construidos a partir de la aportación de Milgram de 1970.

LA EXPERIENCIA DE LA CIUDAD: MODELOS EXPLICATIVOS BÁSICOS

La definición de los problemas de la ciudad hecha desde los modelos tradicionales de investigación, no agota, pues, el nivel suficiente de explicación del hecho urbano, como reconoce Jiménez Burillo (1986). Los estudios sobre la ciudad requieren el planteamiento de otras consecuencias y rasgos de la vida urbana, que, desde un punto de vista psicosocial, se han formulado a partir de 1970. Los estudios psicosociales sobre la ciudad inician su andadura a principios de los años setenta y tienen un fuerte impacto en el trabajo de los psicólogos sociales. Krupat, en la presentación de un número monográfico sobre la ciudad del Journal of Social Issues, reconoce este hecho y apunta una doble explicación. De una parte, los estudios sobre la ciudad son acogidos por los psicólogos sociales desde la idea de entrar en contacto de nuevo con el "mundo real". "El desarrollo del campo de la Psicología Ambiental coincide y parcialmente refleja la 'crisis' en la Psicología Social" (Krupat. 1980, 2).

Korte (1980), sistematiza cuatro de estos modelos que, por su importancia merecen ser recordados. Son el modelo de L. Wirth (1938), de S. Milgram (1970), de H. Gans (1967) y de C. Fisher (1975). Más recientemente (Krupat, 1985, 48 y ss.) distingue diferentes modelos y definiciones psicosociales de la vida urbana. Krupat diferencia entre los siguientes modelos: El modelo tamaño de la población, el modelo de la ecología humana, la perspectiva subcultural, el modelo de la sobre- (infra)carga, la explicación de la ciudad como "mundo de extraños" (World of Strangers), el modelo psicoecológico y el modelo composicional.

L. Wirth sintetiza y actualiza el modelo básico de la Ecología Humana asentado, como es de todos conocido, en el supuesto de que el tipo de comportamiento del sujeto está determinado por el ambiente y la persona o se adapta al medio para sobrevivir o fracasa en este proceso. Wirth escribe en 1938 un importante trabajo que continúa dominando la discusión. El trabajo titulado Urbanism as a way of life (el urbanismo como estilo de vida) define la ciudad como una manera de ser nueva que se explica por la coincidencia de tres factores: La extensión, la densidad y la heterogeneidad de los habitantes de la ciudad. A partir de este conjunto de factores define la ciudad como el asentamiento duradero de una gran densidad de individuos de características heterogéneas. Según Wirth, el tamaño de la ciudad aumenta la diferenciación entre los individuos, debilita los lazos de interacción que pasan a ser secundarios (en lugar de primarios); la densidad de la población conduce a la rutina y parcialidad de las relaciones sociales que mantiene el individuo que, en el ámbito urbano, llegan a ser relaciones impersonales, superficiales. La diferenciación entre ellos dificulta la consecución del consenso social. Como escribe Krupat (1985, 51), para Wirth la metáfora del metro en el que un gran número de personas se mueven en manadas que son "masas inhumanas" captura intuitivamente la esencia de la existencia humana.

El modelo de Fischer (1975) considera la ciudad como un conjunto diverso y diferenciado, de acuerdo con la idea de Wirth, de individuos. Las diferencias entre ellos conforman distintos contextos subculturales. La ciudad aparece como, en expresión de Park, un mosaico de pequeños mundos (culturas, mundos de vida) conformado por comunidades étnicas o raciales, grupos de vecinos de similar ocupación o clase social y áreas enteras uniformadas por activas e influyentes cubculturas que, en su expresión, operan como una "masa crítica", cuya actividad ciertamente está en función del tamaño de la ciudad. En conjunto, estas cubculturas son un síntoma de la disminución del consenso social.

Lyn Lofland (1979) cree que vivir en una ciudad es "vivir en un mundo de extraños". Basándose en algunas de las ideas de S. Milgram ("los familiares extraños", véase Milgram, 1992) defiende la idea de que lo que ocurre en la ciudad se explica mejor por el anonimismo que por la sobrecarga. Más recientemente, Franck (1980) defiende una idea similar sobre la relación entre la ciudad y la frecuencia de contactos amistosos.

El enfoque de la Psicología Ecológica incide sobre el número de personas necesarias para "poblar" cada uno de los escenarios de conducta (véase Wicker, 1979). Del modelo conceptual derivado de la Psicología Ecológica, así como de los más importantes trabajos de investigación hechos en este marco, puede recordarse la teoría de la saturación referida a la ecuación entre el tamaño de la población y el tamaño de los escenarios de conducta, que, como es de todos conocida: Sobresaturación, equilibrio e infrasaturación. La aplicabilidad de este modelo a contextos urbanos, a pesar de la dificultad de operacionalización e instrumentación, resulta obvio y ha sido destacada por Wicker (1979).

Finalmente, el modelo composicional de Gans (1964) considera que la ciudad como tal no tiene impacto sobre los comportamientos de los individuos, si no es a través de la incidencia de otras variables sociales o demográficas (edad, clase social, sexo, etnia, etc.).

Sin embargo, es la perspectiva de la "sobrecarga" que se desarrolla a partir del trabajo de Milgram (1970) la que se convierte en el punto ancla del desarrollo de las explicaciones psicosociales de la vida urbana. Milgram, partiendo del modelo de Wirth, intenta profundizar en las consecuencias psicológicas del mismo, centrándose en la caracterización psicológica de la experiencia de la ciudad. Con su trabajo abre la perspectiva para el desarrollo de los estudios de la ciudad desde la Psicología Ambiental. Según él, "la vida en la ciudad, tal y como es experienciada, constituye una serie continua de interacciones en situaciones de sobrecarga, resultado de la cual son los intentos de adaptación. La sobrecarga constituye y forma parte de una estrategia de adaptación que, en síntesis, consiste en dar menos tiempo a cada persona o a cada encuentro". La sobrecarga característicamente deforma la vida cotidiana e incide en el desempeño de roles, en la evolución de las normas sociales, en el funcionamiento cognitivo y en el uso de recursos (Milgrama, 1970, 1462). Según él, la ciudad pone limitaciones prácticas al impulso samaritano, que permite la "despersonalización" y garantiza el anonimato en este tipo de situaciones. Este trabajo de Milgram ha abierto una intensa e interesante línea de investigación y ha permitido desarrollar importantes aportaciones sobre las relaciones entre el comportamiento y el ambiente en contextos de sobrecarga (véase, Cohen, Evans, Stokols y Krantz, 1986).

Una síntesis del modelo de sobrecarga es efectuada por Cohen en 1978 (véase también Cohen y Evans, 1987) y, entre nosotros, por Rodríguez Sanabra (1987, 77-78). Estos autores resumen los cuatro supuestos básicos de la teoría de la sobrecarga ambiental:

1. Los seres humanos tienen capacidades de atención limitada.

2. Cuando las demandas del ambiente exceden a la capacidad disponible, se desarrolla un orden de prioridades construido en base a concentrar el esfuerzo disponible sobre aquellos inputs más relevantes para la tarea.

3. Una persona que esté expuesta a una situación intensa e impredecible dispone de menos capacidad atencional para desarrollar su tarea que otra que esté en condiciones ambientales normales.

4. Las demandas prolongadas de atención causan un agotamiento temporal de capacidad para atender (la sobrecarga produce "post-efectos").

Uno de los aspectos sobre los que ha puesto su atención la investigación psicosocial sobre el hecho urbano desde la perspectiva de la sobrecarga es el estudio del efecto de la ciudad en el comportamiento prosocial. Según la explicación que Stanley Milgram da del caso de K. Genovese, el no desempeño de conductas prosociales se explica por la sobrecarga informativa. Inspirándose en esta idea Page (1977) realizó un estudio sobre la hipótesis de que el nivel de ruido del ambiente constituye un estímulo suficientemente aversivo como para que los peatones eviten detenerse para ayudar a alguien a recoger unos paquetes que se le han caído o se detenga para dar cambio a alguien que lo requiere para llamar por teléfono. En un estudio de laboratorio, cuyos resultados pretenden extrapolar, Page comenta que un mayor nivel de ruido se han observado variaciones en la conducta pro- o antisocial. Toma como criterio la definición de comportamiento de baja implicación del sujeto frente a alta implicación. Los resultados en el laboratorio muestran que hay coincidecia en la emergencia de conductas prosociales de baja implicación en función de las variaciones en el nivel del ruido.

Sin embargo, en un estudio similar pero sobre la incidencia del nivel de temperatura, Schneider, Lesko y Garret (1980) pretendieron comparar los resultados en una situación natural (esquina de zona comercial) sobre la conducta de ayuda en cuatro supuestos (ayuda a una persona con muletas a coger un libro, ayudar a alguien que se le han caído objetos, ayudar a alguien a buscar una lentilla, y responder un cuestionario). En el laboratorio se operacionaliza la temperatura (moderada o alta), y se pretende ver su incidencia sobre comportamientos diferentes que van desde propinar electro-shocks a la clasificación de acuerdos o desacuerdos; en estos trabajos de laboratorio no aparecen ejemplos de influencia del nivel de temperatura sobre la voluntad de ayuda, concluyendo en que la ayuda es función del estrés producido por las variaciones altas-bajas de temperatura. Los resultados no son congruentes con sus hipótesis.

La teoría de la sobrecarga ambiental permite establecer alguna relación entre los supuestos del modelo y ciertos modos de conducta que ocurren durante la sobrecarga, aunque de acuerdo con Rodríguez Sanabra (1987, 79) no se hacen predicciones en el modelo de Cohen acerca de los efectos de la sobrecarga en la conducta. "Es presumible que la estrategia más frecuente empleada -escribe Rodríguez Sanabra- bajo sobrecarga sea concentrar la atención disponible sobre los indicios percibidos por el individuo como más relevantes para la tarea y despreciar los menos relevantes". La validez aparente de esta teoría, no puede ocultar la relevancia explicativa de un enfoque basado en destacar las influencias negativas de la situación de infraestimulación, tal y como se destaca por los autores de la Psicología Ecológica (Wicker, 1979).

Los modelos anteriormente aludidos presentan algunos rasgos problemáticos que no deben ser obviados. De entre éstos, queremos destacar especialmente dos. En primer lugar, la ciudad como ámbito de comportamiento y la más genérica discusión de la ciudad como cultura. Es cierto que en el espacio urbano existen una serie de patrones de comportamiento que pueden ser generalizados. Pero es, además, necesario considerar que en la ciudad se presentan y desarrollan procesos psicosociales. En segundo lugar, es necesario estudiar los efectos psicológicos de la vida en la ciudad. Ello requiere definir modelos para su delimitación y ejecución. El modelo de la sobrecarga, a pesar de las críticas (vid. Geller, 1980) ha sido enormente fructífero y debe ser continuado (véase Cohen, 1978; Krupat. 1985).

Estos modelos y perspectivas constituyen esquemas que pueden orientar la investigación psicosocial sobre la vida urbana. De todos los problemas que de ellos pueden inferirse, el más relevante para los próximos años es la investigación sobre la calidad de vida urbana.

PSICOLOGIA SOCIAL Y CALIDAD DE VIDA URBANA

La calidad de vida ha sido objeto de múltiples referencias y constituye uno de los conceptos más polisémicos de las ciencias sociales. Lo que, desde la perspectiva psicoambiental, se quiere plantear es la necesidad de evaluar los espacios urbanos teniendo en cuenta el grado en que éstos satisfacen las necesidades individuales y sociales. Gran parte de la "mala fama" de la ciudad se basa en la experiencia intuitiva de incompatibilidad entre los programas impuestos por los escenarios urbanos y las demandas y planes de los sujetos. De hecho, las distintas propuestas de arquitectos y urbanistas se han basado en la búsqueda de un horizonte de mayor calidad de vida urbana. La "ciudad jardín" de Howard, la "ciudad radiante" de LeCorbusier son propuestas que tienen este objetivo. Jacobs (1961) ya argumentó sobre cómo estas propuestas no han logrado evitar la "decadencia urbana". En efecto, este autor sugiere que muchas de las aplicaciones de estas ideas no sólo no consiguen "reordenar" las ciudades, sino que de hecho son un instrumento para "saquearlas". El resultado es un entorno inabarcable, fuera de la capacidad de control de las personas donde disminuyen las posibilidades de relación social.

Este hecho ya fue destacado por Lynch que establece un sugerente diagnóstico sobre los efectos nocivos de la vida urbana. Según Lynch, es necesario estudiar las consecuencias y efectos que sobre el comportamiento humano tiene el "hecho colosal" de la ciudad. Para este autor, la ciudad es el escenario que produce una "carga de rensión perceptiva" que con frecuencia va más allá de los límites de la resistencia humana (Lynch, 1965/1988, 247 y ss). Junto a este fenómeno, Lynch destaca que la ciudad sea un espacio extraño, en el que es difícil sentirse como en la propia casa. A partir de aquí, se hace necesario construir modelos que permitan un análisis psicosocial de la calidad de vida en la ciudad.

Los estudios realizados por distintos autores y en diferentes ámbitos (véase Proshansky y Fabian, 1986; Gehl, 1980) permiten definir algunas de las necesidades básicas que deben ser tenidas en cuenta en el diseño y planificación de espacios urbanos. Entre estas necesidades, de acuerdo con aportaciones realizadas en otro momento (véase Corraliza, 1991), se debe destacar los siguientes criterios de calidad de los espacios urbanos:

a) La necesidad de control del contacto y la interacción social. Ello requiere prestar atención a las cargas de uso que soportan los distintos espacios urbanos, así como a elementos del diseño y remodelación de barrios y espacios residenciales.

b) La necesidad de seguridad y responsabilidad en el mantenimiento. Esta segunda necesidad procede de los problemas detectados a partir del trabajo de Newman (1972) sobre el "espacio defensible". Las investigaciones realizadas muestran la importancia del diseño y la ordenación en la génesis de actitudes y comportamientos positivos para el mantenimiento, cuidado y control de los espacios semipúblicos.

c) La necesidad de actividades sociales variadas. No debe olvidarse que diseñar un espacio urbano es diseñar un escenario social, un "lugar". Debe poseer oportunidades para la acción. Este es el caso de los espacios abiertos como plazas, parques, etc. A partir de estudios diversos sobre estos espacios se señala que, por ejemplo, las modernas plazas son infrautilizadas porque están pobremente diseñadas como escenario social, aunque en su organización y diseño recojan tendencias de alto valor vanguardista. La mejor plaza para sentarse es con frecuencia la más simple: bancos, paseos y lugares de cruce. Además, que la plaza se encuentre en áreas que atraigan una variada clientela (vecinos de la zona, visitantes, trabajadores, etc.). La presencia de otras atracciones sociales (vendedores ambulantes, artistas, etc.) refuerza aún más el carácter de "foro" abierto que han jugado los espacios urbanos en las ciudades. Cuando esto no ocurre, los espacios libres urbanos se convierten en un suburbio dentro de la ciudad, infrautilizado y en constante deterioro. En este sentido, se destaca igualmente la necesidad de promover actividades para ocupar espacios, para usar los espacios urbanos, y no sólo diseñarlos.

d) La necesidad de satisfacción estética. El debate sobre el diseño y la forma arquitectónica estará siempre presente (véase, por ejemplo, Groat, 1988). En este punto se quiere destacar la importancia de una serie de propiedades que deben tenerse en cuenta a la hora de diseñar espacios. En el diseño y la planificación se crean "paisajes urbanos", que tienen una gran importancia para la actuación e identificación del sujeto en la ciudad. Debe prestarse atención a la evaluación de los paisajes urbanos que se crean. La investigación psicológica ha mostrado la relevancia para el atractivo estético de, al menos, las siguientes propiedades que se plantean en un continuum dicotómico: la propiedad de la coherencia-complejidad, misterio-legibilidad, identidad visual-familiaridad.

CONCLUSIÓN

La ciudad, como se ha dicho, constituye uno de los problemas centrales en la organización de la sociedad post-industrial. La ciudad es una estructura espacial y, aún más, un flujo de actividades y procesos de relación social. Es necesario estudiar las implicaciones que esta nueva estructura social tiene para el sujeto. Harvey ha sugerido el estudio de este proceso que él denomina el "proceso de urbanización de la conciencia". Los psicólogos sociales deben incorporar como reto explicativo y como campo de investigación.

Los estudios sobre la vida urbana constituyen en efecto un campo privilegiado para observar las tensiones (en expresión de Darley y Gilbert, 1985) y posibilidades de la relación entre Psicología Ambiental y Psicología Social. Krupat en el trabajo de 1980 antes mencionado prácticamente no hace distinción entre Psicología Ambiental y Psicología Social en el caso de los estudios sobre la ciudad. Hay que subrayar que, aún contando con el auge y desarrollo de líneas de investigación específicas de la Psicología Ambiental, ésta hunde sus raíces en la Psicología Social. Los estudios y marcos del hecho urbano así lo muestran y así lo exigen para el futuro.

Agradecimientos

Esta contribución se basa en la ponencia no publicada realizada para el II Congreso Nacional de Psicología Social de Alicante, y en la conferencia impartida por los autores en las VI Jornadas de Psicología de Oviedo.

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