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PSICOTHEMA
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Psicothema, 2006. Vol. Vol. 18 (nº 3). 374-377




¿ES VEROSÍMIL LA TEORÍA DE LA DELINCUENCIA DE DAVID LYKKEN?

Óscar Herrero y Roberto Colom

Universidad Autónoma de Madrid

Lykken propuso un modelo del comportamiento antisocial basado en las dificultades temperamentales de los delincuentes. Los rasgos considerados son impulsividad, ausencia de miedo y búsqueda de sensaciones. El presente estudio compara en esos rasgos a una muestra de población penitenciaria con una muestra de la población general. Los resultados señalan que los internos son, en promedio, más buscadores de sensaciones y temerarios, pero también menos impulsivos que la población general. Se discuten una serie de implicaciones que se pueden derivar de estos resultados.

Is David Lykken’s theory of crime likely? Lykken proposed a model of antisocial behaviour based on the criminal’s temperamental difficulties. Personality traits stressed by this model are impulsivity, fearlessness, and sensation seeking. The present study compares one sample taken from the general population with a sample of prison inmates on these traits. The results indicate that prison inmates score higher than the general population on sensation seeking and fearlessness, whereas their scores on impulsivity are lower. Some implications are discussed.

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Lykken (1995) propuso en su obra The antisocial personalities un modelo para explicar el origen del comportamiento antisocial. Según él, una vía posible para el desarrollo del comportamiento antisocial conlleva una expresión elevada de una serie de rasgos temperamentales. Un alto nivel en esos rasgos dificultaría el proceso de socialización, lo que se traduciría en dificultades para desarrollar una conciencia. Los rasgos temperamentales que este autor propone son la búsqueda de sensaciones, la impulsividad y la ausencia de miedo. La relación entre temperamento y delincuencia es probabilista (en términos de vulnerabilidad o diátesis), nunca determinista. Temperamento y socialización son factores relacionados.

Existen evidencias empíricas consistentes con el modelo de Lykken. Por ejemplo, los resultados del estudio longitudinal de Dunedin demuestran el valor del bajo control para predecir comportamientos problemáticos. Krueger, Caspi, Moffitt, Silva y McGee (1996) encontraron que un grupo de personas diagnosticadas de adicción a sustancias obtenía puntuaciones inferiores en control a un grupo de contraste, y superiores en emotividad negativa. Trabajando sobre esa misma muestra, Krueger (1999) observó que los bajos niveles de control predecían la dependencia de sustancias a los dieciocho años y el diagnóstico de TAP (Trastorno Antisocial de Personalidad) a los veintiún años.

La hipótesis del bajo miedo se ha centrado en el estudio de respuestas psicofisiológicas en psicópatas clasificados mediante el PCL-R. Las respuestas estudiadas incluyen la actividad cardiovascular (Ishikawa, Raine, Lencz, Birhle y Lacasse, 2000), la respuesta electrodérmica (Blair, Jones, Clark y Smith, 1997) y el reflejo de sobresalto (Patrick, Bradley y Lang, 1993; Patrick, Cuthbert y Lang, 1994; Levenston, Patrick, Bradley y Lang, 2000; Sutton, Vitale y Newman, 2002). En general, los resultados sugieren que el psicópata es una persona con una respuesta emocional aversiva atenuada.

Herrero, Ordóñez, Salas y Colom (2002) contrastaron algunos de los aspectos del modelo de Lykken. Se construyó y validó una escala de personalidad diseñada para medir los tres rasgos temperamentales propuestos por Lykken: la Escala de Dificultades de Temperamento de Cantoblanco Reducida (EDTC-R). Herrero et al (2002) compararon una muestra de adolescentes con una muestra de internos. Los primeros puntuaron por encima de los delincuentes en impulsividad y búsqueda de sensaciones, pero no se observaron diferencias en ausencia de miedo.

Herrero et al (2002) sugieren que la adolescencia es una fase del ciclo vital en la que la expresión de las dificultades de temperamento y, por lo tanto, la vulnerabilidad al comportamiento antisocial son muy intensas. Previsiblemente, la población adulta no delincuente se ubicaría por debajo de los adolescentes, tanto por su mayor maduración biológica como por la exposición extensiva a los procesos de socialización. Los delincuentes adultos, que según Lykken (1995) expresan niveles elevados de dificultades de temperamento, deberían puntuar por encima de la población general.

El presente estudio contrasta la predicción de Herrero et al (2002) en lo relativo al comportamiento de la población general frente a la población delincuente, es decir, se contrasta si los internos puntúan significativamente más alto que la población general adulta en las tres subescalas de la EDTC-R. Es imperativo tener presente que se pretende comparar una muestra de delincuentes y población general que permita extraer conclusiones generalizables a ambos grupos. Por ejemplo, se desea saber si es verosímil declarar que los delincuentes, como grupo, son más buscadores de sensaciones que la población general (Zuckerman, 1979; Aluja, 1991).

Método

Participantes

La muestra de internos estuvo compuesta por 183 varones de dos centros penitenciarios de la comunidad de Madrid, cuyas edades oscilaban entre los 18 y los 67 años (Media= 32, DT= 9.78). El 7.7% era menor de 20 años. El 32.8% se encontraba entre los 20 y los 29. El 42.6% tenía entre 30 y 39 años de edad. El 16.9% superaba los 40 años de edad. Estos datos son comparables a los conocidos sobre la población penitenciaria española (2.7%, 42.6%, 35.5% y 19.1%, respectivamente; DGIP, 2003).

No se consideró ninguna variable sobre la situación penal o penitenciaria de los participantes, puesto que el estudio no pretende asociar rasgos de personalidad con tipos delictivos o comportamientos penitenciarios. En cualquier caso, la muestra puede considerarse altamente representativa de la población penitenciaria, puesto que la mayor parte de los internos estaban clasificados en segundo grado de tratamiento penitenciario y se encontraban en distintas situaciones de separación interior.

La muestra de la población general estuvo compuesta por 397 varones. La edad media era de 40.05 (DT= 17.93). Las edades oscilaban entre un mínimo de 15 y un máximo de 85. El 17.4% pertenecía al grupo de menores de 20 años, el 17.1% se encontraban entre los 20 y los 29, el 14.9% entre los 30 y los 39, el 17.1% tenían entre 40 y 49 años, el 17.6% entre 50 y 59, y el 15.9% se encontraban entre esta edad y los 60 años.

Instrumentos y procedimientos

A ambas muestras se les aplicó la Escala de Dificultades de Temperamento de Cantoblanco Reducida (EDTC-R), que consta de cincuenta ítems con tres subescalas: impulsividad, ausencia de miedo y búsqueda de sensaciones (véase Herrero et al, 2002, para mayores detalles).

También se aplicó la versión española de la Escala de Búsqueda de Sensaciones de Zuckerman (Pérez y Torrubia, 1986), el EPQ-R (TEA, 1997) y el BIS-10 (Barratt, 1985).

Los índices de consistencia interna de la EDTC-R derivados de su aplicación a la población general fueron: .81 para la escala de búsqueda de sensaciones, .81 para impulsividad y .70 para ausencia de Miedo.

En la tabla 1 se consignan las correlaciones de las escalas de la EDTC-R con los tests criterio en la muestra de población general.

La escala de búsqueda de sensaciones de la EDTC-R obtiene la correlación más elevada con la SSS, la de impulsividad se relaciona intensamente con la BIS-10 y la de ausencia de miedo obtiene la correlación más elevada con P.

Análisis

Se realizaron una serie de análisis de varianza para comparar las puntuaciones medias en la EDTC-R de las muestras de población general y penitenciaria. Se realizó también un análisis de regresión logística binaria para determinar la capacidad de los distintos rasgos evaluados para distinguir entre ambos grupos.

Resultados

Los descriptivos obtenidos en las dos muestras aparecen en la tabla 2.

El ANOVA produjo resultados significativos para las escalas de impulsividad (F(1)= 8.327, MC= 116.236, p<0.05), ausencia de miedo (F(1)= 24.29, MC= 271.724, p<0.05) y búsqueda de sensaciones (F(1)= 24.757, MC= 353.245, p<0.05). El promedio de la población interna es más buscadora de sensaciones y temeraria, pero menos impulsiva que el promedio de la población general.

La mayor impulsividad promedio de la población general es un resultado inesperado, por lo que también se compararon ambas muestras en P y en el BIS-10, es decir, las dos escalas que se relacionan más intensamente con impulsividad, tanto de forma teórica (Eysenck, 1992; Luengo, Carrillo y Otero, 1990) como en los datos de este estudio (.556 y .748, respectivamente). Las medias obtenidas por la población general fueron: 5.25 para P y 49.01 para el BIS. Los internos obtuvieron una media de 7.45 en P y de 52.3 en el BIS. El ANOVA para P produjo resultados significativos (F(1)= 44.364, MC= 650.746, p<.05), mientras que para el BIS-10 el contraste no fue significativo (F(1)= 2.654, MC= 1020.212, p>.05). Por tanto, los internos puntúan, en promedio, más alto en P, pero no se diferencian de la población general en la impulsividad valorada por el BIS-10.

Finalmente, se realizaron una serie de análisis de regresión logística binaria, empleando como variables independientes las escalas de la EDTC-R y como dependiente el grupo de pertenencia. Se empleó un punto de corte de .7. Esta prueba estadística permite determinar en qué medida una variable contribuye a clasificar correctamente a una persona en su grupo de pertenencia (en este caso delincuentes y no delincuentes). Al comparar a la población general con los internos, las pruebas ómnibus arrojaron resultados significativos (Chi-cuadrado (3)= 102.663, p<.05). Es decir, la inclusión de las variables independientes aportaba capacidad discriminativa sobre un modelo nulo. La tabla de clasificación mostró que se clasificaba correctamente al 59.7% de los internos y al 72.3% de la población general, mientras que el porcentaje global fue de 68.8%. Los estadísticos de Wald asociados a impulsividad (Wald= 46.795, p<.05), ausencia de miedo (Wald= 18.31, p<.05) y búsqueda de sensaciones (Wald= 38.792, p<.05) fueron significativos. La razón de ventaja asociada a impulsividad fue mayor que uno (Exp(B)= 1.307), por lo que el incremento en las puntuaciones de esta escala aumenta la ventaja de que un sujeto pertenezca a la muestra de la población general. Las razones de ventaja de ausencia de miedo (Exp (B)= .849) y búsqueda de sensaciones (Exp(B)= .795) fueron negativas, por lo que a medida que se incrementan sus puntuaciones disminuye la ventaja de que un sujeto pertenezca a la muestra general.

Discusión

Los resultados indican que la población penitenciaria presenta un nivel mayor que la población general en búsqueda de sensaciones y ausencia de miedo. Sin embargo, su nivel de impulsividad es menor, según la escala de la EDTC-R. Por tanto, se confirma, en líneas generales, la predicción de Herrero et al (2002).

Existe una amplia serie de trabajos que señalan a la adolescencia como una etapa del ciclo vital especialmente vulnerable a las conductas antisociales (Rutter, Giller y Hagel, 2000). La población penitenciaria ocupa un lugar intermedio entre los adolescentes y la población general, salvo en impulsividad.

¿Qué implicaciones tiene este resultado para la teoría de Lykken? En lo referente a búsqueda de sensaciones y ausencia de miedo, las propuestas de este autor se ven apoyadas. Los delincuentes adultos expresan niveles más elevados de estos rasgos que personas no delincuentes de su misma edad. Es posible que éste fuese así también en su juventud, y que estos rasgos temperamentales les hicieran más vulnerables a las oportunidades de delinquir que encontraron en su medio. Ahora bien, ambos grupos de adultos han estado expuestos a agentes socializadores y a la maduración biológica natural. Esto no sucede con los jóvenes evaluados por Herrero y cols. (2002), que se encuentran en un momento de alta expresión de estos rasgos. En teoría, aquellos que se encuentren en el extremo superior de la distribución de estos rasgos serán más vulnerables al comportamiento antisocial. El resultado final dependerá de una compleja relación entre su vulnerabilidad y las oportunidades que les ofrezca el ambiente. Por ejemplo, Garaigordobil (2004) obtuvo mejoras en el comportamiento asertivo y descenso en las conductas antisociales en una muestra de niños entre los 10 y los 11 años aplicando un programa de juego educativo. La influencia de factores de personalidad no implica imposibilidad de cambio.

Sin embargo, el comportamiento de la impulsividad observado en el presente estudio parece contradictorio con muchas de las evidencias publicadas. Desde la teoría de Gray (1987), de la que parte Lykken (1995) para cimentar su teoría de la vulnerabilidad, los niveles elevados de impulsividad (alta actividad de un sistema cerebral al que denominó Sistema Activador de la Conducta) se asocian con la psicopatía secundaria (una forma del trastorno caracterizada por la impulsividad). Los comportamientos impulsivos son también parte de los criterios diagnósticos del Trastorno Antisocial de la Personalidad (APA, 1995) o de la psicopatía (Hare, 1999). ¿Cómo puede explicarse entonces este resultado?

Lynam (1996) propone que los bajos niveles de la dimensión Control del Cuestionario Multidimensional de Personalidad se traducen en vulnerabilidad a la psicopatía y al comportamiento antisocial más persistente. Los trabajos derivados del estudio longitudinal de Dunedin señalan también la asociación entre bajo control y conducta antisocial. Este grupo de estudios no emplea población penitenciaria, sino una cohorte de población general. Lynam, Caspi, Moffitt, Wikström, Loeber y Novak (2000) encontraron una asociación positiva entre el nivel de impulsividad y el comportamiento delictivo, pero en una muestra de jóvenes de entre doce y trece años de edad. Gomá (1995) encontró que una muestra de internos que cumplía condena por robos con violencia obtenía puntuaciones mayores en impulsividad que la población general. En este caso, los delincuentes pertenecen a un grupo concreto, propenso a los comportamientos físicamente arriesgados. Por tanto, se puede considerar que la selección de la muestra puede ser una variable relevante para encontrar una explicación a la discrepancia.

Si bien la evidencia de mayores niveles de P o de búsqueda de sensaciones (ambos rasgos vinculados a la impulsividad) en población penitenciaria es abundante (Eysenck y Gudjonsson, 1989; Aluja, 1991; Rebollo, Herrero y Colom, 2002), la impulsividad se ha estudiado mayoritariamente en grupos especiales de delincuentes, o en grupos de población no penitenciaria. Sin embargo, los datos obtenidos en este estudio, en el que se ha considerado una muestra representativa, tanto penitenciaria como general, no apoyan la idea generalizada de que los delincuentes son más impulsivos. Este resultado tiene distintas implicaciones. Primero, es preciso aclarar el origen de los comportamientos físicamente desinhibidos arriesgados que se observan habitualmente en la población delincuente. Lo que puede parecer una tendencia estable de comportamiento quizá responda a factores distintos como el efecto directo del consumo de una droga o la ansiedad anticipatoria ante un síndrome de abstinencia. Segundo, los delincuentes que muestren altos niveles de impulsividad suponen un grupo dentro de una población más amplia. Sería necesario, por lo tanto, identificar el perfil propio de estas personas: edad, tipo de delitos, carrera criminal, peligrosidad y comportamiento penitenciario, diagnóstico de TAP o psicopatía, entre otros aspectos. Tercero, es preciso aclarar el papel de la impulsividad como elemento de vulnerabilidad a la conducta antisocial, y el curso evolutivo de este rasgo en la población delincuente. Puede que tienda a disminuir su intensidad de forma más acentuada que en la población general, o que sea sensible a experiencias como el encarcelamiento. Con todo, los resultados obtenidos en este trabajo proceden de dos escalas de impulsividad, una de ellas de reciente aparición. De hecho, con el BIS-10 no se encontraron diferencias significativas. Es preciso replicar estos datos con otros instrumentos cercanos teóricamente, como el I7 de Eysenck o la Escala de Sensibilidad al Refuerzo de Torrubia.

Finalmente, las diferencias en P que separan a la población general de los internos resultan especialmente interesantes. Mientras que P distingue a ambos grupos, la impulsividad no lo hace. Como se ha señalado, Lykken (1995) se basa en Gray (1987) pero éste, a su vez, deriva sus dimensiones de ansiedad e impulsividad de la E y la N de Eysenck. Pese a que P parece ser una dimensión asociada de forma significativa con el comportamiento antisocial (Eysenck, 1977; Eysenck y Gudjonsson, 1989) no se ha vinculado expresamente con los sistemas activadores (BAS) e inhibidores (BIS) de la conducta (o la ansiedad y la impulsividad). Corr (2001), revisando los vínculos entre las teorías de ambos autores, señala que P se ha asociado principalmente con el Sistema de Lucha y Huída (FFS). Este sistema neuropsicológico implica principalmente la amígdala, y es sensible a estímulos incondicionados aversivos. Matthews y Gilliland (1999) y Corr (2001) coinciden en señalar que el BIS y el BAS responden teóricamente a estímulos condicionados, y que, por lo tanto, los procesos de condicionamiento clásico (a estímulos aversivos) se han de explicar a través del FFS, o, lo que es lo mismo, a través de P.

Aunque Corr (2001) revisa trabajos con resultados opuestos a este planteamiento, es una idea interesante para el estudio de la relación entre personalidad y delincuencia. La teoría eysenckiana de la criminalidad es básicamente una teoría del condicionamiento clásico de respuestas de ansiedad ante conductas inapropiadas. Las aplicaciones de la teoría de Gray a la delincuencia (como la de Lykken) se centran en la actividad de BIS y BAS, vinculados a nivel de rasgo con E y N. ¿Se ha ignorado tanto la implicación de P como de su posible correlato neuropsicológico, el FFS?

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