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Psicothema was founded in Asturias (northern Spain) in 1989, and is published jointly by the Psychology Faculty of the University of Oviedo and the Psychological Association of the Principality of Asturias (Colegio Oficial de Psicólogos del Principado de Asturias).
We currently publish four issues per year, which accounts for some 100 articles annually. We admit work from both the basic and applied research fields, and from all areas of Psychology, all manuscripts being anonymously reviewed prior to publication.

PSICOTHEMA
  • Director: Laura E. Gómez Sánchez
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  • ISSN: 0214-9915
  • Digital Edition:: 1886-144X
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Psicothema, 2001. Vol. Vol. 13 (nº 1). 127-131




LA VIOLENCIA EN PAREJAS JÓVENES

Rosaura González Méndez y Juana Dolores Santana Hernández

Universidad de La Laguna

Se analiza la relación existente entre el nivel de violencia en parejas jóvenes, distintas variables relativas al clima familiar (violencia marital observada, castigo físico y afecto recibidos, y grado de justicia atribuido a los progenitores), y sus expectativas respecto a la pareja (atractivo, comunicación y defensa de opiniones). Participaron 1146 estudiantes de enseñanza media, con edades comprendidas entre los 16 y 18 años. Los resultados muestran diferencias significativas en las conductas de padres y madres ante sus conflictos maritales, pero no en las conductas de los jóvenes. Los análisis de regresión lineal señalan los factores que predicen la violencia en los jóvenes de ambos sexos.

Violence among young partners. This study examines the relationship among the following variables: a) the level of violence among young partners, b) several indicators related with the family context (witnessing marital violence, physical punishment, affection, and justice attributed to parents), and c) the preference to some partner’s characteristics (attractive, communicative, and able to defend his/her opinions). A sample of 1146 students was surveyed. The results showed significant differences between fathers and mothers on marital behaviour, but not among young partners. The lineal regression analyses reveal the factors that predict violence in young partners.

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La violencia durante el noviazgo ha sido mucho menos estudiada que la violencia marital. No obstante, algunas investigaciones indican que su incidencia puede ser más elevada, aunque sus consecuencias no sean generalmente tan graves (vid. Barnett, Miller-Perrin y Perrin, 1997). En este sentido, se ha señalado que las mujeres más expuestas a las agresiones masculinas no son las casadas, sino las separadas y solteras (Reiss y Roth, 1993). Asimismo, se ha constatado que la violencia se manifiesta incluso en parejas muy jóvenes.

Cuanto más tiempo pasa antes del primer episodio violento, más fácil es que la relación se mantenga a pesar de las agresiones (Flynn, 1990). Asimismo, los estudios retrospectivos con mujeres maltratadas indican que, en muchos casos, se produce una progresión de la violencia (v.g. Walker, 1979). Todo esto hace que el pronóstico para las parejas de novios que viven una relación violenta no sea nada halagüeño, y señala el período en el que se inician las primeras relaciones como un momento crítico para cualquier labor preventiva.

La violencia suele instalarse en las relaciones de forma gradual. En muchos casos, no se manifiesta hasta que se inicia la convivencia. Sin embargo, antes de que esto ocurra pueden producirse algunos indicios que deberían alertar a los que comienzan una nueva relación. En este sentido, la práctica profesional con mujeres maltratadas viene señalando el peligro de ciertos antecedentes. Así, por ejemplo, Corsi y Ferreira (1998) identifican una serie de conductas que suelen preceder a la aparición de la violencia. Entre ellas destacan los intentos de control y aislamiento, la agresividad verbal, la falta de reconocimiento de los propios errores, diversas formas de humillación y desprecio hacia la pareja, etc.

En su reciente revisión, Barnett et al. (1997) mencionan distintos factores de riesgo para las jóvenes parejas. Concretamente, destacan la violencia vivida en la familia de origen, las actitudes respecto a los roles de género, la necesidad de control e, incluso, un romanticismo o una reactancia elevadas, etc.

La exposición a un contexto familiar violento es uno de los factores que, de forma casi sistemática, emerge a través de la investigación como predictor de la violencia de pareja. No obstante, los resultados no son siempre consistentes, y pueden variar según el sexo, el nivel de violencia observada y/o sufrida, etc. Así, por ejemplo, algunas investigaciones han encontrado que la transmisión es más probable en los varones que en las mujeres (vid. Foo y Margolin, 1995).

La relación entre necesidad masculina de control y maltrato no es consistente (vid. Hotaling y Sugarman, 1986). Sin embargo, algunas investigaciones apuntan en esa dirección. Prince y Arias (1994), por ejemplo, encontraron dos perfiles masculinos entre los agresores. Uno, con alta autoestima y bajo sentido de control sobre sus vidas, que utiliza la violencia para sentir que aumenta su control. Otro, con baja autoestima y bajo control, que se muestran violentos en respuesta a su frustración. Por otro lado, Stets (1991) descubrió que una elevada necesidad de control sobre la pareja predice tanto la agresión como la victimización durante el noviazgo. Asimismo, Hockenberry y Billingham (1993) encontraron que los jóvenes más propensos a utilizar formas de violencia menos graves tenían también medidas de reactancia más elevadas.

Para que alguien decida romper una relación violenta, lo primero que necesita es darse cuenta de lo que está sucediendo, y cuáles son las consecuencias de mantener dicha relación. Sin embargo, si las agresiones se dan a edades tempranas es posible que las víctimas carezcan de experiencia e información para valorar adecuadamente su situación. Asimismo, la idea romántica de que «el amor lo puede todo» juega en contra de las mujeres, al hacerles creer que podrán cambiar a su pareja. En este sentido, Barrón y Martínez-Iñigo (1999) apuntan que las mujeres han sido socializadas para tolerar las adversidades que afectan a sus relaciones, cosa que no ocurre con los hombres.

En nuestro país no existen estudios que aporten información sobre el porcentaje de jóvenes que están viviendo una relación violenta. La presente investigación tiene el propósito de iniciar esta labor, y analizar algunos factores que podrían representar un riesgo para las jóvenes parejas.

Objetivo e hipótesis

El objetivo de esta investigación fue analizar el nivel de violencia de pareja que manifiestan los jóvenes encuestados, y calcular el peso predictivo de distintas variables con relación a la misma. Más concretamente, se estudiaron el clima familiar (violencia marital observada, castigo físico recibido, afecto recibido de los progenitores y grado en que los consideran justos) y las expectativas respecto a la pareja (que la pareja se lo cuente todo, sepa defender su opinión, y sea atractiva). De estas tres últimas medidas, las dos primeras fueron elegidas como indicadores de la necesidad de control sobre la pareja. La última fue utilizada para distraer a los participantes y disminuir así el efecto de deseabilidad.

En cuanto a las hipótesis, esperábamos encontrar mayor nivel de violencia en los varones que en las mujeres (tanto entre los progenitores como entre los hijos). Asimismo, confiábamos en poder predecir la violencia de pareja a través de las variables analizadas.

Método

Sujetos

La muestra, integrada por 1.146 estudiantes de medias, fue seleccionada mediante muestreo polietápico por conglomerados. En este sentido, definimos los centros de enseñanza media de la provincia de Santa Cruz de Tenerife como conglomerados. Tras calcular el tamaño de la muestra correspondiente a un error muestral de ±4%, y un nivel de significación de 95.5%, estimamos el número de aulas necesarias para realizar el estudio. La muestra se distribuyó de la siguiente forma: 645 (18 centros) en Tenerife, 165 (6 centros) en La Palma, 159 en el Hierro y 177 en Gomera. En estas dos últimas islas se entrevistó al conjunto de la población de estudiantes con las características requeridas. Todos los participantes tenían entre 16 y 18 años (63.4% mujeres y 36.6% varones). Asimismo, el 76.4% había tenido pareja en algún momento, aunque sólo el 38.8% la mantenía.

Material y procedimiento

Se elaboró un cuestionario que incluía distintas preguntas relativas al contexto familiar (violencia marital observada, castigo físico y afecto recibidos, y grado de justicia de los progenitores), las aspiraciones respecto a la pareja, y la violencia manifestada por los participantes dentro de su relación (vid. apéndices). Para medir los niveles de violencia marital observada y de violencia con la pareja se utilizó una versión modificada de la Escala de Tácticas de Conflicto de Straus. El cuestionario definitivo fue pasado durante el horario de clases, a todos los alumnos que se encontraban en las aulas seleccionadas. En todos los centros donde fue posible, elegimos dos aulas de los niveles más altos. Asimismo, en aquellos donde se imparte Formación Profesional y Bachillerato-COU, elegimos un grupo de cada nivel. La participación de los jóvenes fue voluntaria.

Resultados

Los resultados han sido agrupados en dos apartados. Uno referido a los progenitores, y otro a los jóvenes de la muestra.

Violencia de los progenitores, vista por los hijos

Los datos relativos al comportamiento de los progenitores durante sus conflictos maritales figuran en la tabla 1. En ella puede verse, que existen diferencias significativas entre padres y madres en la mayoría de las conductas analizadas. Según los hijos, las madres tienden a pedir explicaciones y llorar con más frecuencia que los padres. Por el contrario, los padres tienden a hacer uso de estrategias más agresivas, con mayor frecuencia que las madres: marcharse (por horas o días), insultar, tirar o golpear objetos, y empujar o pegar.

Por otro lado, cabe destacar que el 12% de los jóvenes ha presenciado, al menos una vez, cómo sus padres agredían físicamente a sus madres (empujar o pegar). Sin embargo, sólo el 6% ha observado la misma conducta en sus madres. Estos porcentajes se elevan al considerar conductas que no implican agresión física directa, como son insultar (33.3% y 29.8%) y tirar o golpear objetos (23.2% y 14.2%).

La violencia de los jóvenes en sus relaciones de pareja

Los datos relativos a los jóvenes figuran en la tabla 2. En este caso, no se encontraron diferencias significativas entre chicos y chicas, respecto a la frecuencia de uso de las distintas conductas. Asimismo, el porcentaje de jóvenes de ambos sexos que dicen haber llevado a cabo las conductas más agresivas es muy similar. Así, por ejemplo, el 7.5% de los chicos y el 7.1% de las chicas señalan haber empujado o pegado a su pareja, al menos una vez.

Con los resultados, se calcularon dos índices de violencia marital (padre y madre) y dos índices de violencia de pareja, según el sexo de los participantes. Seguidamente, llevamos a cabo dos análisis de regresión lineal (paso a paso) con los índices de violencia de los jóvenes como variables dependientes y las otras variables estudiadas como variables independientes (violencia marital observada, castigo físico y afecto recibidos, grado de justicia percibida en los progenitores y aspiraciones respecto a la pareja). Los resultados de esos análisis figuran en las tablas 3 y 4.

El primer análisis de regresión lineal (paso a paso) indica que las variables que mejor predicen la violencia de los varones son la violencia de la madre, el deseo de que la pareja no defienda sus opiniones y sea atractiva, y el nivel de castigo recibido del padre (R2 = 0.21; F (4,298) = 20.45; p≤ 0.001).

Con relación a las hijas, el análisis de regresión lineal (paso a paso) indica que las variables que mejor predicen su violencia con la pareja son la violencia de la madre, el castigo recibido del padre, el deseo de que la pareja sea atractiva y el grado de afecto recibido de la madre (R2 = 0.10; F (4,560) = 15.79; p≤ 0.001).

Discusión

La primera de nuestras hipótesis sólo ha sido confirmada parcialmente. En este sentido, comprobamos que los padres tienden a ser más violentos que las madres, pero no encontramos diferencias entre los jóvenes, según fueran hombres o mujeres.

Concretamente, los hijos señalan que sus padres utilizan estrategias más violentas ante los conflictos maritales que sus madres. Asimismo, las diferencias significativas halladas revelan que los padres tienden a marcharse, insultar, tirar o golpear objetos y empujar o pegar con más frecuencia que las madres. Sin embargo, las madres piden explicaciones y lloran más a menudo. Por otro lado, el porcentaje de jóvenes que ha observado a sus padres empujar o pegar a sus madres es del 12%, mientras que sólo el 6% ha observado la misma conducta en las madres.

Estos primeros resultados concuerdan con lo que cabe esperar a partir de los estudios realizados en otros países. Así, por ejemplo, la investigación sobre prevalencia indica que el porcentaje de personas que recuerdan algún episodio de agresión física entre sus padres se sitúa entre el 11% y el 20% (v.g. Henning, Leintenberg, Coffey, Turner y Bennet, 1996).

Los datos relativos a los progenitores contrastan con los de sus hijos. En este sentido, no hemos hallado diferencias significativas entre hombres y mujeres respecto a la frecuencia de uso de las distintas conductas. Asimismo, el porcentaje de casos donde se produce violencia es similar en ambos sexos (7.5% en los varones y 7.1% en las mujeres).

En general, los datos procedentes de encuestas a la población suelen presentar algunas diferencias respecto a los resultados obtenidos con otro tipo de muestras (v.g. mujeres en centros de acogida). Sin embargo, esto suele deberse a las características de los sujetos estudiados y no a problemas metodológicos (vid. Kantor y Jasinski, 1998). Por otro lado, la Escala de Tácticas de Conflicto elaborada por Straus (1979), o alguna versión modificada de la misma, arrastra una fuerte polémica. Así, por ejemplo, se ha suscitado debate sobre la existencia real de agresiones mutuas en las parejas, que suelen quedar reflejadas mediante este tipo de medidas.

Con relación a estas críticas, es cierto que esta escala no mide algunas conductas agresivas (v.g. de carácter sexual), y no analiza los motivos que generan la violencia o las consecuencias de la misma. En este sentido, una bofetada masculina suele tener peores efectos que ese mismo comportamiento en una mujer.

Por otro lado, la violencia de las mujeres puede ser una respuesta ante los intentos de su pareja de forzar su comportamiento. De hecho, la escala no permite saber si antes de la agresión se ha producido alguna forma de acoso o intimidación grave que justifique la agresividad femenina.

Finalmente, algunas agresiones femeninas pueden obedecer a un patrón relativamente aceptado -«chico besa a chica, chica abofetea a chico»-, que sigue siendo potenciado a través del cine y la publicidad. En este caso, habría que estudiar si este tipo de esquema de conducta tiene o no consecuencias a largo plazo para las relaciones.

Todo esto hace que los resultados relativos a las mujeres deban ser tomados con cierta prudencia. Asimismo, señalan la necesidad de estudiar el contexto en el que se producen tales agresiones. Con todo, los datos revelan que la violencia existe entre las parejas jóvenes y que, en algunos casos, se está produciendo un aprendizaje peligroso para la convivencia posterior.

Por otro lado, los resultados de los análisis de regresión confirman que es posible predecir la violencia de pareja a través de algunas de las variables estudiadas. En general, los jóvenes más agresivos son los que han observado más violencia en sus madres y han recibido más castigo físico de sus padres. Asimismo, hemos encontrado que el afecto recibido de las madres predice la violencia de las mujeres, cuando este factor va unido a los anteriores.

Estos datos prueban que los jóvenes expuestos a un contexto familiar violento tienen mayor tendencia a mostrarse agresivos en sus propias relaciones de pareja. Aunque el porcentaje de transmisión detectado es relativamente bajo (el 6.5% de los chicos y el 6.4% de las chicas), es previsible que esta tendencia se agrave con el tiempo, a medida que aumenta el compromiso de las relaciones. Sin embargo, no creemos que la exposición a un contexto familiar violento conduzca irremediablemente a la transmisión. Tal como señalan Yanes y González (2000), los hijos son capaces de someter su experiencia a un proceso de construcción, que frene la repetición de las pautas de interacción aprendidas. En este sentido, es prioritario intervenir en el ámbito educativo para que los jóvenes hagan una interpretación adecuada de su experiencia.

Con relación a las aspiraciones respecto a la pareja, hallamos que los varones más violentos no desean que su pareja defienda sus opiniones, lo que prueba la relación entre violencia masculina y deseo de control de la pareja. Por otro lado, creemos que la ausencia de correlación entre violencia y el deseo de que la pareja «se lo cuente todo», se debe a que esta última cuestión medía el deseo de intimidad y confianza, y no la necesidad de control.

Inesperadamente, hemos encontrado que el atractivo deseado en la pareja predice significativamente la violencia tanto en hombres como en mujeres. En este sentido, es posible señalar distintas explicaciones.

Por un lado, un elevado nivel de aspiración puede generar frustración debido a que la pareja no alcanza el nivel de atractivo deseado. En estos casos, el conflicto se agudiza si la relación continúa por presiones de la pareja o, simplemente, por no tener una relación de recambio. De esta forma, es fácil que la frustración dé paso a la agresión.

Otra posibilidad es que aquellos jóvenes que otorgan más valor al atractivo físico, descuiden el análisis de otro tipo de aspectos, que son esenciales para cualquier pareja (afinidad, equidad, comunicación, etc.). En este sentido, estas personas correrían mayor riesgo de construir una relación desequilibrada.

Finalmente, también es posible que tener una pareja físicamente atractiva provoque celos e inseguridad en algunos jóvenes, lo que sería motivo de continuos conflictos. En esta línea, Barnett, Martínez y Bleustein (1996) encontraron que los individuos celosos y dependientes eran proclives a mostrarse violentos con sus parejas.

En definitiva, los resultados indican la existencia de violencia en las jóvenes parejas, y señalan algunos factores como elementos de riesgo. En este sentido, es importante iniciar una labor educativa que informe a los jóvenes de las trampas de la violencia.

Agradecimientos

Esta investigación ha sido financiada con fondos del Instituto Canario de la Mujer y de la Dirección General de Enseñanza Superior (proyecto PB96-1036).

APÉNDICE 1

• ¿En qué medida crees que tus padres sienten afecto por ti?

Ningún afecto
Mucho afecto
Tu padre
1
2
3
4
5
6
7
8
9
10
Tu madre
1
2
3
4
5
6
7
8
9
10

• ¿En qué medida crees que tus padres son justos contigo?

Nada justo/a
Muy justo/a
Tu padre
1
2
3
4
5
6
7
8
9
10
Tu madre
1
2
3
4
5
6
7
8
9
10

• ¿Cómo reaccionan tus padres cuando se enfadan contigo?

 
Mi Padre
Mi Madre
 
Nunca                    Siempre
Nunca                    Siempre
Lo hablan conmigo
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10
Dejan de hablarme
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10
Me gritan
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10
Me prohiben salir
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10
Me pegan
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10
Otra ( indica cuál)
..................................

• Piensa en tu pareja ideal. ¿Cómo te gustaría que fuera?

Poco
Mucho
Que sea atractivo/a
1
2
3
4
5
6
7
8
9
10
Que me lo cuente todo
1
2
3
4
5
6
7
8
9
10
Que defienda sus opiniones
1
2
3
4
5
6
7
8
9
10

APÉNDICE 2

Escala utilizada para medir tanto la violencia marital de los progenitores como la violencia de pareja entre los jóvenes

Nunca
Siempre
Pide explicaciones
1
2
3
4
5
6
7
8
9
10
Se lo guarda
1
2
3
4
5
6
7
8
9
10
Deja de hablar
1
2
3
4
5
6
7
8
9
10
Llora
1
2
3
4
5
6
7
8
9
10
Grita
1
2
3
4
5
6
7
8
9
10
Se marcha
1
2
3
4
5
6
7
8
9
10
Insulta
1
2
3
4
5
6
7
8
9
10
Tira o golpea un objeto
1
2
3
4
5
6
7
8
9
10
Empuja o pega
1
2
3
4
5
6
7
8
9
10

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Aceptado el 11 de julio de 2000

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