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PSICOTHEMA
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Psicothema, 1996. Vol. Vol. 8 (Suplem.1). 327-351




UNIDAD Y DIVERSIDAD DE LA PSICOLOGÍA

Mariano Yela

Tratado de Psicología General. Historia, teoría y método

La psicología parece hoy, a primera vista, un conjunto diverso y dispar de conocimientos teóricos y de procedimientos prácticos. ¿Es una ciencia? ¿En qué sentido lo es? Y, si lo es, ¿es una ? ¿O más bien la palabra designa ciencias distintas y modos de conocer diferentes? ¿En qué consiste la diversidad patente de la psicología actual? ¿Hay algún fundamento para defender, dentro de esa diversidad, la unidad básica de la ciencia psicológica?

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1. La diversidad de la Psicología

La psicología parece hoy, a primera vista, un conjunto diverso y dispar de conocimientos teóricos y de procedimientos prácticos. ¿Es una ciencia? ¿En qué sentido lo es? Y, si lo es, ¿es una ? ¿O más bien la palabra designa ciencias distintas y modos de conocer diferentes? ¿En qué consiste la diversidad patente de la psicología actual? ¿Hay algún fundamento para defender, dentro de esa diversidad, la unidad básica de la ciencia psicológica?

Son éstas cuestiones vivas y disputadas vivamente. Todo psicólogo que aspire a entender lo que hace tiene que enfrentarse con ellas. Mi parecer ha sido expuesto en varios trabajos1. A mi juicio, hoy la psicología es, de hecho, diversa y dispar. Existen, sin embargo, razones, creo que suficientes, para intentar y tal vez conseguir la elaboración de una ciencia psicológica capaz de ir superando las disparidades y de coordinar en una unidad básica la inevitable y conveniente diversidad de enfoques, técnicas y perspectivas. Trataré de mostrarlos en las páginas que siguen.

1.1. La situación actual

La psicología es hoy una ciencia pletórica, frustrante y desunida. Es, desde luego y en primer lugar, pletórica. Los psicólogos y las investigaciones y prácticas psicológicas crecen sin cesar y aceleradamente.

Garvey y Griffith (1971) comprueban que el número de psicólogos se duplica cada diez o doce años. La American Psychological Association empezó en 1892 con 26 miembros; en 1974 llegaban a 40.000 (Little, 1975; McKinney, 1976). La Sociedad Española de Psicología se inició en 1952 con 12 fundadores; ahora cuenta con unos 1.500 afiliados. En 1970, 36 asociaciones nacionales pertenecían a la Unión Internacional de Psicología Científica, con un total de 50.000 miembros; en 1980 había ya 44, que reunían a más de 100.000 psicólogos (Rosenzweig, 1982). En realidad, el número de psicólogos es aún mayor. Por ejemplo, en España la Asociación cuenta con unos 1.500, pero existen más de 30.000 psicólogos titulados.

Rosenzweig calcula que hay más de 300 psicólogos por millón de habitantes en los países desarrollados. Si esta tasa y aquel crecimiento se extienden a todos los países, y si nos permitimos jugar con extrapolaciones, puede preverse, como hace medio en serio Le Ny (1982), que en el año 2000 habrá 4.000 millones de psicólogos y 2.000 millones de consumidores de psicología. Si el ritmo sigue, no mucho más tarde existirán más psicólogos que habitantes en nuestro pequeño planeta azul.

Una proliferación semejante se da en las publicaciones. La información psicológica se duplica cada quince o veinte años (Garvey y Griffith, 1971). En 1969 conté 16.000 entradas en los Psychological Abstracts (Yela, 1971); en 1973 habían ascendido a 24.000 (Montserrat-Esteve, Porta y Vallejo, 1974); ahora hay más de 30.000. Parecidas tendencias se observan en el crecimiento de revistas, congresos y aplicaciones.

En 1946, Carl Seashore, el célebre psicólogo de la música, me decía en su casa de lowa: «Cuando yo era estudiante, había un solo curso de psicología, ahora hay cientos; en el futuro habrá tantos como actividades humanas.» Y así va sucediendo.

La psicología es, sin duda, pletórica. Más aún, en algunos de sus campos, como en el psicogenético y en el neuropsicológico, figura en la vanguardia de la investigación científica.

La psicología es también frustrante. Suele acontecer, aunque no siempre, que, cuanto más precisa es una investigación, tanto más limitados y triviales son sus resultados, y a la inversa, cuanto más importante es el asunto, más dudosa y polémica es la teoría, la técnica o la interpretación de los resultados. Conocemos muy bien la tasa de respuestas de la rata en la caja de Skinner. Sin embargo, «en el estudio de procesos mentales superiores [...] los resultados han sido poco más que una larga historia de dudas, frustraciones y generalizaciones triviales» (Deese, 1969), y «la primera ley de Fodor [...] viene a decir: cuanto más global [...] es un proceso cognitivo [...], tanto menos lo entiende nadie» (Fodor, 1983, p. 107).

Finalmente, la mayor frustración proviene de que la psicología se muestra como una ciencia dividida en una multiplicidad de áreas y enfoques inconexos y, lo que es peor, en una diversidad dispar de escuelas que discrepan o se oponen en sus modos de concebir el objeto de su ciencia, el tipo de cuestiones que formulan, los fenómenos a que atienden y las maneras de intervenir en el estudio y solución de los problemas prácticos.

La fragmentación desordenada de la psicología es reconocida universalmente. La lista de referencias sería interminable2. Hay que añadir, además, que la desunión interna de la psicología no es nueva. Empezó pronto. Ya en 1874, el mismo año en que apareció la edición completa de la Psicología fisiológica, de Wundt, Brentano declaraba en el prefacio de su obra Psicología desde el punto de vista empírico que su propósito era «sustituir las psicologías por una psicología» (Brentano, 1944).

El sistema de Wundt, el primer intento deliberado de construir una psicología científica, contiene ya las tensiones internas que van a provocar y ahondar la fragmentación. Por su objeto, la psicología es, predominantemente, una ciencia cultural (una Geisteswissenschaft) que trata de la conciencia y la experiencia inmediata (unmittelbare Erfahrung). Por su método es, a la vez, una ciencia natural (una Naturwissenschaft), es decir, una ciencia experimental de las observaciones introspectivas sobre fenómenos relativamente simples, como la sensación, la percepción y los afectos elementales, y una Geisteswissenschaft, es decir, una ciencia cultural que estudia los fenómenos y los procesos superiores a través del examen de los productos culturales de los pueblos (Völkerpsychologie) (Wundt, 1921; Fritsche, 1979).

Külpe y Titchener intentaron extender el método de la ciencia natural a todos los fenómenos conscientes, mientras Dilthey negaba la posibilidad de que con tal método pudiera comprenderse ninguno. La polémica entre Ebbinghaus y Dilthey acerca del carácter natural o cultural de la psicología, nunca del todo resuelta, fue inmediatamente seguida por la fragmentación de los dos puntos de vista.

Frente al estudio de los contenidos de la conciencia, la indagación de sus funciones, por las diversas corrientes funcionalistas. Frente al atomismo asociacionista, la psicología de la forma. Frente a la consideración de los fenómenos mentales como elementos causales en la conciencia, los enfoques fenomenológicos que los interpretan como intencionalmente dados a la conciencia. Frente al carácter explicativo de la psicología como ciencia natural, su carácter comprensivo - verstehende - como ciencia del sentido de las vivencias humanas. Frente a la introspección y el mentalismo, los intentos de objetividad de la reflexología rusa y el conductismo americano. Frente al interés exclusivo por la conciencia, la búsqueda psicoanalítica de las raíces inconscientes del psiquismo.

Wundt, Titchener, James, Wertheimer, Husserl, Dilthey, Pavlov, Watson, Freud... psicologías, no psicología. Psicologías de 1925, Psicologías de 1930 (Murchison, 1928, 1930), Siete psicologías (Heidbreder, 1933)..., cada una con pretensiones de exclusividad y todas internamente divididas. No sólo se han distinguido hasta 140 escuelas psicoterapéuticas (Marshall, 1980); una fragmentación similar presentan los enfoques presuntamente más «objetivos». Hay conductismos teoréticos y los hay radicalmente empíricos, y cada uno se diversifica en orientaciones fisicalistas, operacionales, mediacionales y cognitivas (Mackenzie, 1977; Yela, 1980). Por su lado, las múltiples corrientes de la llamada psicología cognitiva prácticamente han renunciado a buscar una teoría unitaria y se disgregan en una multitud desazonante de microteorías (Mayor, 1980).

La crisis de la psicología (Bentley, 1927; Bühler, 1929; Westland, 1978; Leahey, 1979) parece permanente. Siempre se ha intentado superarla. Nunca se ha conseguido. Watson (1913) ofreció su concepción como la sola capaz de colocar a la psicología «en el seguro camino de la ciencia». Hoy, tres cuartos de siglo después, el objetivo parece tan lejano como entonces. Skinner dictaminó hace tiempo el fin de la era de las teorías, pero las teorías siguen proliferando. En 1930, Spearman publicó su trabajo G and after: a school to end schools («G y después: una escuela para terminar con las escuelas»). No acabó con ellas. Añadió la suya y las muchas escuelas factoriales que originó.

Incluso los que buscan y esperan una teoría integradora, reconocen la desunión actual (Bertalanffy, 1970; Gilgen, 1985; Royce, 1970, 1982; Staats, 1983a y b; Staats y Naitoh, 1985). Numerosos estudios bibliométricos atestiguan la fragmentación de la psicología en áreas diferentes, dispares e inconexas, colegios invisibles y grupos incomunicados de psicólogos en la investigación, la enseñanza y las aplicaciones3.

Los «clásicos» de la psicología, reconocidos con amplia unanimidad por los historiadores (Annim, Boring y Watson, 1968; Coan, 1971), representan eminencia más bien que unidad: James, Freud, Adler, Köhler, Watson, Pavlov, Skinner...

Si, operacionalmente, la psicología es lo que hacen los psicólogos, nuestra ciencia consiste en un conglomerado de actividades aisladas y antagónicas (Westland, 1978), y, «si la unidad la buscamos en algo común a todos los que se llaman a sí mismos psicólogos, entonces nuestra búsqueda es necia, es una silly quest» (MacLeod, 1970, p. 38). La psicología no es una sola disciplina, es más bien algo así como «un océano con todas sus corrientes y subcorrientes, mares y golfos, miles de islas y miles de millones de peces» (Wolman, 1973, IX). Los psicólogos «nos ahogamos en el mar de nuestros propios productos» (Staats, 1983a, p. 15), o, dicho más crudamente, en un potpourri de conocimientos (Krech, 1970), o un hodgepodge de trivialidades (Koch, 1981). Quizá habrá que dar la razón a William James cuando llamó a la psicología that little nasty subject (Kendler, 1981, p. 306).

En conclusión, la psicología es superabundante, pero su permanente crisis de desunión arroja graves sombras sobre su futuro. Pudiera acontecer, como temen Richelle, Le Ny y Rosenzweig (Fraisse, 1982a) que, dentro de algún tiempo, sólo queden algunos psicólogos aislados en sus laboratorios y que los asuntos psicológicos sean recogidos, para alborozo de Comte, por las ciencias biológicas y sociales: la psicología habrá sido un episodio pasajero en la longue prise de conscience, chez notre espèce resignée, de ses propres inadaptations (Richelle, 1982, p. 71).

¿Será tan sombrío nuestro futuro?

1.2. Las razones de la diversidad

Se alega que la psicología es todavía demasiado joven. No ha tenido tiempo de alcanzar su madurez. Wundt fundó su laboratorio en 1879. En 1908, Ebbinghaus señaló que la psicología tenía un largo pasado, pero una corta historia. Boring (1929, p. 385) repitió la frase y la hizo popular. Se sigue repitiendo hasta nuestros días (Fraisse, 1982a). Tengamos, pues, paciencia.

Creo que esta razón es válida, pero insuficiente. Galileo inició sistemáticamente la física; Newton la elevó a su primera plenitud. Galileo murió en 1642; Newton nació el mismo año. Unas pocas décadas bastaron. ¿Por qué un siglo no ha sido suficiente para la psicología?

La razón, suele añadirse, es que el objeto de la psicología es más complejo que el de la física. Incluye la experiencia y la acción del hombre. Lo que significa que abarca, de alguna manera, toda la realidad. Ya lo declaró Demócrito: «Ánthropos mikrós kósmos. » Lo subrayó, asimismo, Aristóteles: «La psique es, en cierto modo, todas las cosas» (He psykhé tà ónta pós estin pánta. Perì Psykhés, III, 8, 431 b, 21). Una ciencia que pretende estudiar este objeto se enfrenta, obviamente, con una tarea interminable.

De nuevo esto es verdad, pero no toda la verdad. Explicaría el crecimiento lento y laborioso de la psicología. Pero es que ocurre lo contrario, el crecimiento es acelerado. Explicaría también la diversidad de áreas y niveles, la multiplicidad de técnicas y enfoques complementarios, pero no la persistente disparidad de escuelas aisladas o en perpetuo conflicto.

En la psicología, ciertamente, habitan al menos dos almas, como en el pecho de Goethe. Y no sólo dos, sino más, como las tres o cuatro personalidades de Miss Beauchamp (Prince, 1906), o los múltiples egos del Steppenwolf, de Hesse, o del personaje del Yo no soy yo, evidentemente, de Torrente Ballester. En realidad, la psicología, si quiere estudiar al hombre, ha de ser una y mil como éste: «Es imprescindible ser uno y mil para sentir las cosas en todos sus matices», escribía el joven García Lorca (1918, Prólogo).

Bien, aceptémoslo. El hombre es uno y mil. Así debe ser la psicología. Lo malo es que sólo parece ser mil; la unidad no se ve por ninguna parte. ¿Por qué?

1.3. El dualismo básico

Creo que la raíz de la interna desunión de la psicología consiste en la defectuosa comprensión del dualismo esencial de los datos con que opera. Este dualismo se ha expresado con una abundante lista de términos contrapuestos: espíritu y materia, alma y cuerpo, mente y cerebro, conciencia y organismo, experiencia privada y conducta pública, la psicología como ciencia social, cultural, histórica o humanística (como Geisteswissenschaft) y como ciencia natural (como Naturwissenschaft).

¿Puede ser superado este dualismo? Sí y no. No, en los datos; sí, en la realidad única a que se refieren. Me explicaré.

No, en los datos. El hombre se conduce y sabe que lo hace, vive y es consciente de su vida, acomete acciones que otros pueden observar y tiene experiencia de ellas. Hay datos psicológicos que son observables en la conducta pública, y datos psicológicos de los que se tiene experiencia en la conciencia privada. El estudio de los primeros permite y exige la elaboración de una psicología de la conducta como objeto, a la manera de las ciencias naturales. El estudio de los segundos permite y exige una psicología de la experiencia privada, que en lo que tiene de actividad automática o regida por leyes y relaciones funcionales reclama ese mismo tipo de investigación, y en lo que tiene de significación personal permite y exige una psicología comprensiva que, a la manera de las ciencias culturales, describa los fenómenos subjetivos y trate de comprender su sentido.

Ahora, mientras escribo, me mantengo alerta, muevo las manos, recuerdo, pienso y trato de razonar, mi actividad pone en marcha múltiples y complejos mecanismos y dinamismos físicos, fisiológicos y mentales, cuyas relaciones y leyes sólo pueden indagarse, que sepamos, mediante las técnicas empíricas y experimentales de la llamada ciencia natural. Pero lo que yo realmente hago, a través de toda esta actividad, es escribir este capítulo, intentar esclarecer ciertos problemas y comunicarme con los demás. Lo que directamente realizo es una acción mía dotada de sentido y cuya significación personal sólo es indagable mediante la descripción de mis proyectos y vivencias, articulados en el curso de mi propia biografía en el mundo histórico y cultural en el que vivo.

Este dualismo ha existido siempre, y es claro que siempre existirá. Nunca podremos los psicólogos prescindir de ninguna de sus dos vertientes. ¿Puede la ciencia psicológica ser una y reconocer, al tiempo, este dualismo?

2. La unidad de la psicología. El desarrollo histórico

No hay duda de que, como queda expuesto, en la historia de la psicología hay una patente desunión. Creo, sin embargo, que esa misma historia muestra una cierta tendencia profunda hacia la unidad.

Ante todo, no simplifiquemos la historia. No es del todo cierto que la psicología tenga un largo pasado y una historia corta. Desde Wundt, ha transcurrido un siglo. Desde los primeros intentos experimentales, han pasado ya casi dos. Johannes Müller empezó su Manual de Fisiología, con amplia consideración de los problemas psicofisiológicos, en las primeras décadas del siglo XIX. Helmholtz publicó, en 1856, la primera parte de su Óptica, y midió por esos años la velocidad del impulso nervioso. Las Lecciones de Claude Bernard, y el Origen de las especies, de Darwin, aparecieron en 1859, y los Elementos de Psicofísica, de Fechner, en 1860.

La ciencia psicológica tiene, por lo menos, un siglo y medio o dos de existencia. Yo creo que tiene más: unos veintitrés siglos. Aristóteles elaboró su Perì Psykhés, el primer libro sistemático de psicología, hace unos dos mil trescientos años. ¿No era todavía ciencia? Según y cómo. No era, por supuesto, el tipo de ciencia que inventó el pensamiento occidental muchos siglos después. Pero con aquel libro se pusieron los fundamentos sobre los que se construyó la ciencia moderna. Mencionaré sólo dos: uno, atenerse a los fenómenos; otro, explicarlos (sózein tà phainómena) mediante argumentos racionales (lógon didónai).

A partir de estas bases, la psicología ha proseguido su empresa histórica. Yo veo, en lo que concierne al tema que vengo examinando, cuatro grandes períodos que pueden ser interpretados, sin forzar excesivamente las cosas, como un intento relativamente continuo hacia la unidad. Están representados por Aristóteles, Wundt, Watson y la psicología actual.

Aristóteles o la ciencia psicológica como epistéme: conocimiento racional coherente basado en los fenómenos.

Wundt o la psicología como nuova scienza: conocimiento racional coherente basado en los fenómenos mediante pruebas empíricas y existenciales.

Watson o la psicología como ciencia positiva: conocimiento racional coherente basado en los fenómenos mediante pruebas empíricas y experimentales en el único campo en que pueden realizarse: en la conducta de los seres vivos.

La psicología actual: un intento diverso por sistematizar los conocimientos psicológicos, según la metodología dicha, aplicada a la conducta de los seres vivos en cuanto vivos, es decir, aplicada a la conducta significativa de un sujeto.

Este desarrollo histórico apunta, entre incontables ensayos y errores, hacia una ciencia psicológica unificada, con un objeto: la conducta, y un método: la comprobación empírica y experimental en la conducta observable del sujeto.

2.1. La posible unidad

La posible unidad de la ciencia psicológica sólo es defendible si se aceptan dos precisiones, una sobre su objeto y otra sobre su método.

Doy, primero, por supuesto que la psicología versa sobre fenómenos como sentir, percibir, emocionarse, desear, querer y pensar. Entiendo, en segundo lugar, por ciencia el tipo de conocimiento inventado por la cultura occidental renacentista y barroca que se llamó ciencia nueva.

Pues bien, en cuanto a lo primero creo que esos fenómenos han sido siempre el objeto de estudio de los psicólogos, incluso de aquellos que intentan prescindir de esos términos o denegar sus referentes, como Watson o Skinner.

Por ejemplo, Watson (Watson y Rayner, 1920), cuando trató al pequeño Alberto, lo que hizo, según él mismo declara, es mostrar cómo puede condicionarse y extinguirse el miedo. Asimismo, Watson ofreció su conductismo con el propósito de ayudar al hombre a comprender realmente los primeros principios de su propia conducta, a aspirar impaciente a reordenar su propia vida, a desear prepararse para educar a sus hijos de un modo sano (1925, p. 248).

Cuando Skinner habla de los resultados obtenidos con la aplicación de su técnica operante a los pacientes de un hospital, dice que éstos «muestran tanta dignidad y contento como su patología permite» (1969). O, en otros lugares, subraya la importancia del autocontrol, y distingue entre el sujeto que controla y el sujeto controlado, incluso en el caso en que los dos estén dentro de la misma piel (1972, p. 255).

Cualquiera que sea la interpretación final que estos autores dan a esos términos, no hay duda de que lo que tratan de explicar o modificar es el miedo, la comprensión, las aspiraciones y deseos, la dignidad y el contento, el control de sí mismo.

Sobre el término ciencia, el acuerdo será más dudoso. Entiendo por ciencia un sistema de conocimientos que, en última instancia, se basa en la comprobación empírica y experimental, pública y repetida. Otros métodos podrán conducir a conocimientos psicológicos, no a la ciencia psicológica. Se puede aceptar o no este criterio. Si no se acepta, habrá que proponer otro. Para mí, el que he expuesto es el único históricamente válido.

Lo que intento mostrar es que la aplicación de la metodología científica a los fenómenos de la conducta abre la posibilidad de una ciencia unificada que estudie la zona de la realidad que llamamos psicológica: sentir, percibir, querer, pensar y demás fenómenos de esa índole.

2.2. El significado de la conducta

Partamos del intrínseco dualismo: los datos de la experiencia privada y los datos de la conducta pública (Kendler, 1981). Este dualismo no es incompatible con la unidad de la ciencia psicológica. Abre, más bien, el camino a dos enfoques diferentes, pero compatibles y complementarios. Porque los dos se refieren a una y la misma realidad: la conducta. Y los dos pueden adoptar, desde diferentes perspectivas y mediante distintas técnicas iniciales e intermedias, una metodología finalmente común: la comprobación de sus enunciados, o de las implicaciones de sus enunciados, en la conducta observable, considerada como acción significativa del sujeto vivo.

En efecto, de una parte, los datos de la conciencia y de la experiencia privada pertenecen a la acción, al menos a la acción humana, en el mundo espacio-temporal en el que el sujeto significativamente vive. De otra, la conducta observable es también acción significativa: perseguir o escapar, comer o dormir, aprender o resolver un problema, dar una conferencia, como Watson dijo (1924), o conducirse, como declara Skinner, con dignidad y cierto contento. Sólo puede hablarse de conducta en la medida en que tiene algún significado, biológico o personal, para el sujeto activo.

La conducta no consiste sólo en movimientos físicos o relaciones físicas entre esos movimientos. Los inevitables componentes físicos de la conducta pueden variar, y varían, sin que la conducta cambie. Una misma conducta de saludar puede realizarse mediante muy distintos movimientos musculares, siempre que sea la misma la intención significativa del sujeto que los ejecuta. La rata de MacFarlane muestra la misma conducta -recorrer el laberinto sin error- tanto si, después de haberlo aprendido, lo hace nadando, cuando el laberinto está inundado, como corriendo, si está seco, aunque en cada caso sus movimientos sean distintos (MacFarlane, 1930; Yela, 1974a). Y al revés, los componentes físicos de la conducta pueden permanecer invariables y, sin embargo, la conducta cambiar. Con los mismos movimientos de mis piernas yo puedo dirigirme a la universidad, evitar un encuentro o simplemente pasear. Holt lo expresó claramente en los comienzos del conductismo. The behavior, la conducta, es lo que el organismo hace -what the organism is doing-, y no sólo los movimientos por los que lo hace: «Un hombre pasea tras mi ventana; no, me equivoco, no es que pasee tras mi ventana, es que va al teatro; ¿o me equivoco otra vez?» (1915, pp. 161-162). Como tantos, hemos repetido, después de Köhler y Koffka (Köhler, 1984; Koffka, 1926), si la conducta se redujera a movimientos y conexiones físicas, la conducta del psicólogo que observa la acción de otro no sería una conducta de observación. El psicólogo sólo ejecutaría movimientos; no observaría nada. No podría, siquiera, tener él mismo ni dar a otros la impresión aparente de que observaba, porque nadie tendría la experiencia, fuera o no aparente, de observar; nadie haría propiamente nada, sólo habría movimientos.

La conducta humana es acción significativa en el mundo. Significativa para el sujeto, es decir, subjetiva y mental. En el mundo espacio-temporal, es decir, físicamente real. La conducta como acción es a la vez un hecho psicofísico y un suceso con sentido. Los fenómenos conscientes, subjetivos y mentales son características de la acción significativa, que es físicamente real. Los fenómenos físicos, orgánicos y fisiológicos son características de la acción física, que es realmente significativa.

La conciencia no se muestra como una cosa. Es un término que denota la propiedad que tienen las acciones psicoorgánicas del hombre de estar, en algún grado, presentes al sujeto y de ser significativas para él. Desde luego, no todo en la acción es consciente ni significativo, ni su significación tiene que ser inequívocamente segura y completa para el sujeto o el observador, y ello, precisamente, porque la acción acontece en el mundo espacio-temporal, no en una conciencia o mundo mental separado, autónomo y transparente. Sin embargo, esta propiedad de ser, al menos, parcialmente consciente distingue a la conducta humana de todo hecho meramente físico o fisiológico, como la caída de una piedra o la excitación de una neurona. Sin esta propiedad no habría acción humana, ni conocimiento, ni ciencia, ni la posibilidad de investigar la conducta, ni de intentar descubrir lo que en la conducta no es consciente.

Los dos componentes de esta dualidad de la acción son diferentes e irreductibles entre sí. Mi conciencia intelectiva de una implicación -mi comprensión de que si A es mayor que B y B es mayor que C, entonces A es, necesariamente, mayor que C-, es algo diferente e irreductible, tanto a las cosas o sucesos físicos que pueda estar considerando como a cualesquiera patrones nerviosos que sean necesarios para que yo pueda, en efecto, entender la implicación. La implicación lógica y la causalidad fisiológica son fenómenos diferentes e irreductibles entre sí, como Piaget ha explicado en numerosas ocasiones.

Pero los dos componentes lo son de una conducta psicoorgánica, de una acción significativa físicamente real. Eso es la conducta observable. A través de su experiencia consciente, el sujeto se da más o menos cuenta de la acción y es el único que, en efecto, tiene conciencia de su experiencia privada. Por la observación externa, los otros pueden darse cuenta de la realización física de la misma acción significativa.

Los dos tipos de datos permiten y exigen, como dije, dos enfoques en el estudio de la conducta; si se quiere, dos paradigmas, desde luego diferentes, pero, para emplear la terminología del último Kuhn, dos paradigmas conmensurables. Porque los dos tratan de lo mismo: la conducta. Y los dos tienen que recurrir, en la medida en que pretenden ser científicos y a pesar de las profundas diferencias que puedan existir en los procedimientos y técnicas que usen, al mismo método final: la comprobación empírica y experimental en la conducta observable.

Por eso hay, y pienso que siempre habrá y debe haber, psicologías biográficas, históricas, culturales y humanísticas, que intentan elaborar sistemas coherentes para comprender la significación subjetiva de la conducta humana. Cualesquiera que sean sus procedimientos, sólo podrán contribuir a la elaboración de una ciencia psicológica unificada en la medida en que sus enunciados sean puestos finalmente en conexión con comprobaciones empíricas y experimentales en la conducta pública.

Hay, por eso, también, y creo que siempre habrá y debe haber, psicologías directamente interesadas en el estudio de los mecanismos y procesos de la conducta como fenómeno público, físicamente registrable. Cualesquiera que sean sus procedimientos, sólo podrán contribuir a la construcción de una ciencia psicológica unificada en la medida en que sean capaces de integrar sus resultados en una consideración de la conducta física como acción significativa.

2.3. La verificación de la experiencia privada

El problema radical consiste en cómo los enunciados sobre la subjetividad (the private experience, die Erfahrung, das Erlebniss, le vécu) pueden ser sometidos a comprobación empírica y experimental en la conducta pública (the behavior, das Verhalten, le comportement).

Mi contestación es ésta: directamente, de ningún modo; indirectamente, del mismo que los enunciados sobre la conducta pública. Es decir, mediante la verificación o refutación en la conducta observable de expectativas de regularidades y de implicaciones deducidas a partir de hipótesis. Lo que ocurre es que, en el caso de los enunciados sobre la subjetividad, estas expectativas e implicaciones hipotéticas tienen su origen en el examen del significado de las acciones, es decir, en la descripción fenomenológica y en la comprensión del sentido de la experiencia subjetiva.

Todas las teorías, hipótesis, modelos, constructos y previsiones que guían al psicólogo en sus pesquisas, sea cual fuere su origen inicial, sólo son públicamente comprobables en la medida en que son públicamente formulados, y sus implicaciones son comparadas con los resultados de la observación en la conducta pública. ¿Por qué no puede ser la descripción rigurosa de la experiencia subjetiva, además de una técnica para dilucidar el sentido de la acción significativa, una fuente de expectativas de regularidades y una base para elaborar hipótesis cuyas implicaciones puedan ser sometidas a comprobación empírica y experimental en la conducta públicamente observable?

Negar esto es negar la posibilidad de una ciencia psicológica. Porque supone negar o bien el carácter científico de la psicología, que exige la comprobación empírica y experimental, o el carácter psicológico de la investigación científica de la conducta, que es una realidad subjetivamente significativa.

De hecho, el psicólogo no estudia nunca meros procesos o conexiones físicas o fisiológicas. No estudia tampoco meros mecanismos ni computaciones mentales. Estudia todo eso en el contexto de la acción significativa. Por ejemplo, los psiconeurólogos, como Sperry o Luria, no indagan la actividad del sistema nervioso en función de la estimulación. Lo que hacen es estudiar la actividad del sistema nervioso en situaciones estimulantes experimentalmente controladas que tienen una significación comportamental. Hay neuronas que se activan cuando un ser vivo hambriento mueve un miembro para alcanzar la comida, pero que no se activan cuando, saciado, realiza el mismo movimiento para palpar. La disposición previa, la orientación atencional, la motivación, la meta que el sujeto percibe y a la que se dirige, son dimensiones intrínsecas de la acción total, cuya estructura psicoorgánica depende de la significación del contexto (Bloch y Paillard, 1982; Buytendijk, 1958; Yela, 1974a).

¿Qué modo hay de identificar y descubrir esos significados comportamentales, como el exclusivo o predominantemente biológico de buscar el alimento, o el personal de buscar la verdad? ¿Cuándo la situación estimulante o la acción tienen éste o el otro significado? Sin atender a estas cuestiones, con las que el psicólogo siempre, lo manifieste o no, se ocupa, es vano pretender la elaboración de una psicología fisiológica, una psicología social o una psicología tout court.

Tal vez nunca estemos absolutamente seguros del significado completo de una acción, incluidas todas sus raíces y componentes, porque la acción no transcurre transparentemente en una conciencia pura. Pero, ¿es que acaso podemos estar absoluta y definitivamente seguros de ninguna interpretación teórica si nos mantenemos dentro de los procedimientos verificadores y refutadores del método científico? Al menos podremos ir acreciendo la fiabilidad y consistencia de las iterpretaciones, mediante la reiterada confrontación de los significados e hipótesis con los datos públicamente observados.

La construcción de una ciencia psicológica unificada exige la descripción fenomenológica del significado de las acciones, la elaboración de hipótesis y teorías acerca de los componentes, procesos, reglas y mecanismos que intervienen en la actividad psicoorgánica por los que la acción se realiza, y la comprobación empírica y, en lo posible, experimental de las implicaciones que de esas hipótesis se siguen. Estas comprobaciones confirmarán o refutarán las conjeturas e interpretaciones sobre el significado y sobre los componentes de la actividad, o, tal vez, exigirán su parcial modificación. Lo cual llevará a mantener las interpretaciones por el momento comprobadas, o a nuevas indagaciones sobre el significado y a nuevas interpretaciones hipotéticas que requerirán nuevas comprobaciones empíricas. Es el proceso indagador de toda ciencia, referido peculiarmente, en la ciencia psicológica, a la conducta como acción significativa. Ejemplos de este modo de proceder son los trabajos de Michotte (1946, 1962), y de Gibson (1966, 1979), y, a su manera, los de Piaget (1976), Sperry (1969, 1983) o Luria (1979), sobre la fenomenología experimental de la percepción, la psicofísica ecológica, el desarrollo cognoscitivo y en relación a la neuropsicología de la ciencia.

De nuevo, ¿es la psicología una ciencia? Puede serlo, porque cabe asignarle unidad de objeto y unidad de método. ¿Ciencia natural o cultural? A su modo, las dos cosas, porque versa sobre la conducta, que es acción física subjetivamente significativa, y porque sus enunciados, cualquiera que sea su fuente (la experiencia privada o la conducta externa) han de ser finalmente sometidos, en sus implicaciones, a comprobación pública empírica y, dentro de lo posible, experimental.

2.4. El desarrollo convergente de la historia de la psicología

En la historia de la psicología destacan dos orientaciones generales: la que parte de la conciencia y la mente, o subraya o admite su estudio, y la que se atiene lo más estrictamente posible a la indagación de la conducta externamente observable. Ambas confluyen, a mi juicio, hacia la concepción que aquí defiendo. He mostrado esta convergencia en otros lugares (1963, 1975a, 1980). Resumiré aquí mis ideas.

El estudio experimental de la conciencia se inicia, como es sabido, con Wundt. Los fenómenos de conciencia que él consideraba inaccesibles a la introspección podían ser estudiados, y las conclusiones sometidas a prueba, mediante el examen sistemático de los productos culturales. Las limitaciones de la técnica introspectiva de Wundt llevaron a las varias corrientes del funcionalismo europeo y americano a subrayar el estudio de las funciones de la conciencia y a indagar su valor adaptativo. Si la conciencia es, de algún modo, producto de la evolución, negar su valor adaptativo sería negar el concepto mismo de evolución, como señaló William James en sus Principios de Psicología. Esta conciencia, que permite alcanzar a los seres vivos una creciente adaptación a su medio, ajustarse más eficaz y flexiblemente a él y ejercer sobre él mayor dominio y control, es la que hoy está siendo recuperada por prácticamente todas las orientaciones psicológicas, desde el conductismo mediacional y cognitivo a las teorías del procesamiento de la información, las psiconeurociencias y las distintas corrientes de la psicología social, ecológica y ambiental (Pelechano, 1980; Pinillos, 1980, 1983; Yela, 1963, 1974a).

Gilgen (1970) usa casi mis mismas palabras cuando defiende «una psicología cognitiva fisiocomportamental», y piensa que disponemos de procedimientos para instaurar, después de un período de mentalismo prematuro y de otro de fecundo, pero limitado, conductismo, una fase de mentalismo maduro, caracterizado por el estudio del funcionamiento total, comportamental y mental del ser vivo. El conductismo paradigmático de Staats apunta en la misma dirección (1983a y b).

La admisión explícita de la actividad consciente y de su papel activo en la conducta ha estado siempre presente en la psicología experimental europea: Binet, los psicólogos de la Gestalt, Bartlett, Michotte, Piaget... Los procesos conscientes desempeñan un papel eminente, incluso en los estudios de Piéron y McDougall, los primeros en intentar construir, antes de Watson, una psicología de la conducta (Piéron, 1908; McDougall, 1912). La conciencia, la introspección y sus limitaciones y posibilidades son temas tratados copiosamente en la psicología actual4.

Por supuesto, todas las corrientes llamadas cognitivas tratan, de algún modo, de lo mental. Pienso, además, que todas ellas convergen explícitamente hacia la noción de significado. Como señala Mayor: «...toda actividad cognitiva es articulación solidaria de estructuras y procesos cognitivos, del conocimiento del mundo y del modo de manejar dicho conocimiento, de la experiencia y del contexto, pero tal articulación es posible sólo en la medida en que el sujeto extrae de todo ello un sentido, en cuanto que construye un significado, en tanto que comprende» (1980, p. 243).

Incluso comienza de nuevo a defenderse el poder causal de la mente y la conciencia, al modo de entidades autónomas, como hacen Sperry (1969) y Popper y Eccles (1977). La conciencia sería capaz de dirigir los patrones de excitación cerebral y de interrumpir la cadena de causación fisiológica para modificar los procesos cerebrales según sus intereses y deseos. Como muestra Pinillos (1983), es indudable que existe una creciente tendencia a aceptar tanto los hechos mentales como los fisiológicos y a admitir la interacción entre ellos en las dos direcciones. Se insinúa, de nuevo, el viejo dualismo psicofísico. Por mi parte, estimo, como ya he dicho, que ese dualismo es inevitable en los datos, pero no en la acción efectiva. Tanto los datos mentales, en parte al menos conscientes, como los datos físicos y fisiológicos, lo son de una sola realidad: la acción subjetivamente significativa del hombre en el mundo. No veo ninguna razón para admitir, ni modo alguno de entender, la entidad autónoma de una conciencia que, actuando como un homúnculo desde un plano puramente mental, suspenda el curso de una causalidad puramente fisiológica que transcurra por su parte a un nivel físico, para coordinarlas y dirigirla por nuevos derroteros (Yela, 1963). Esta interpretación no corresponde a la experiencia consciente, pues no tenemos conciencia de los procesos cerebrales y corre el peligro de ser una versión moderna del cogito cartesiano, interactuando ininteligiblemente con los espíritus animales en la glándula pineal. Mi interpretación consiste en que no es la conciencia o la mente la que actúa, desde un puro plano mental, sobre unos procesos que sean puramente físicos. Es el hombre, como un organismo vivo y consciente, el que, en alguna medida que hay que ir averiguando, y siempre mediante actividades psicoorgánicas, conoce y proyecta, decide y dirige su acción significativa en el mundo (cf. Zubiri, 1986).

No es la conciencia, es el hombre consciente el sujeto de la acción. Es el hombre el que puede hacerse relativamente autónomo y desarrollar cierto control del mundo y de sí mismo. Puede hacerlo porque percibe y piensa, prevé y forja planes con sus acciones subjetivamente significativas elaboradas mediante actividades psicoorgánicas. Estas actividades se coordinan, según el significado de la acción intentada, en varios niveles de percatación, vigilancia, activación y subjetivación que se influyen entre sí en una compleja funcionalidad psicoorgánica en la que predomina lo psíquico o lo físico y que, siempre psicoorgánicamente, procede de forma ascendente y descendente -botton-up y up-down- y con múltiples retroalimentaciones -feedbacks-, en la forma que ha de desvelar la investigación. Estas actividades psicoorgánicas, en las que lo mental es una nota de la estructura total, como lo es lo físico y lo fisiológico, se articulan en acciones que abren al hombre a sí mismo, a lo otro y a los otros, y permiten la apropiación y personalización de su conducta en el mundo físico, biológico, social, histórico y cultural en que vive.

Dicho de otro modo, la conducta del hombre implica dimensiones metacomportamentales. Las llamo metacomportamentales, no porque estén fuera del comportamiento, sino porque versan sobre el comportamiento mismo, porque son integrantes de la conducta que responden a la conducta misma, proyectada o cumplida. Ello es debido a que el hombre, al responder a las situaciones, no sólo responde, sino que sabe que responde; no sólo ejecuta su respuesta, sino que se encuentra con ella, como reconoce el conductista Staats (1983a, p. 3). El hombre se encuentra, en alguna medida, con la situación a que responde, con los resultados de su respuesta, con la acción y la actividad con que responde, consigo mismo respondiendo. Con todo ello, en formas y grados diversos según su biografía, su experiencia y aprendizaje y los contextos sociales, históricos y culturales en que le ha tocado vivir, el hombre se va encontrando, va haciéndose problema de ello, puede por eso indagarlo y apropiárselo, personalizarlo, disponer de ello y hacerse responsable de ello. El hombre, por ejemplo, recuerda y se da cuenta de que lo hace, toma conciencia de sus modos de recordar y desarrolla tal vez estrategias para recordar mejor. Es lo que los psicólogos de nuestros días llaman metamemoria. Toda la conducta del hombre incluye y puede elaborar y perder dimensiones metacomportamentales. El hombre puede, por eso, apropiarse más plenamente o enajenarse, disponer o no más ampliamente de sí mismo y de las situaciones que busca y por las que pasa, mejorar el mundo en que vive, que en parte va construyendo, o perderse entre las cosas y empeorar y destruir el mundo de su vida; puede proyectar y planear mejor o peor sus acciones; puede, incluso, hacerse cuestión de sus actividades psicoorgánicas, como el ver o el oír, indagar sus mecanismos y leyes y disponer de ellos en mayor o menor medida, mediante gafas, microscopios, osciloscopios, audífonos y sonares, mediante, en fin, el conocimiento, la ciencia y la técnica.

Ciertamente, la acción del hombre, que es significativa para él, no se reduce a serlo. Está, asimismo, limitada, influida, condicionada y determinada en formas y grados diversos por factores físicos, biológicos, mentales, sociales e históricos que desconoce. A través de su conducta, y precisamente porque ésta es acción significativa y, en parte, consciente, puede, sin embargo, ir descubriendo estos factores y, de algún modo, dominarlos, haciéndose cargo de ellos y responsable de su influjo y manipulación (Yela, 1986, 1987b).

En este contexto, las psicologías que se han denominado comprensivas, fenomenológicas, históricas, psicoanalíticas, personalistas y humanísticas han abordado cuestiones y ofrecido respuestas que pueden y deben enriquecer la ciencia psicológica, con tal de que sus concepciones y hallazgos sean sometidos finalmente y de alguna manera a comprobación empírica rigurosa. En definitiva, la tarea de la psicología podría resumirse con las conocidas palabras de Freud: Wo Es war, soll Ich werden. Es decir, donde actuaban las fuerzas desconocidas que limitan y determinan la conducta del hombre, procuremos que opere, lo más plenamente posible, la acción significativa y personal del sujeto.

Hasta aquí, las psicologías que parten de la conciencia o, de algún modo, la admiten o estudian. Propenden a considerar la conciencia en el contexto de la conducta, y la conducta como acción física subjetivamente significativa.

Hacia esta misma noción de la conducta convergen, a mi juicio, las psicologías que parten del comportamiento observable. Los más radicales conductismos consideran la conducta como una relación funcional, E-R, entre estímulos (E) y respuestas (R). Pero ¿qué son los estímulos y las respuestas, en tanto que elementos de la conducta? Los conductistas apenas se han planteado la cuestión. Como dice Neal Miller (1959, p. 242), los defensores de la teoría E-R no estudian el estímulo ni la respuesta; no son propiamente psicólogos de la conducta; más bien «son especialistas del guión y podrían más apropiadamente llamarse psicólogos del guión».

Cuando se examinan con cuidado los estímulos y las respuestas, el estímulo al cual se responde resulta ser finalmente una situación estimulante. Es estimulante porque excita a un organismo vivo que, según su estructura, delimita en el campo físico ciertos patrones adyacentes y secuenciales de energía que le suministran información sobre el ambiente al cual tiene que adaptarse (Gibson, 1966, 1979; Michotte, 1962; Yela, 1974a). Es una situación porque en ella se sitúa un organismo vivo. El ser vivo, en el curso de su desarrollo ontogenético y según sus posibilidades biológicas y cognoscitivas, sus necesidades y motivos, sus experiencias y aprendizajes, descubre y configura un ambiente, y, en el caso del hombre, un mundo culturalmente interpretado, que se articula significativamente en objetos-meta y objetos-medio (Nuttin, 1980; Yela, 1974a, 1984).

Incluso para Watson el estímulo como elemento de la conducta es la situación total -the whole situación-; por ejemplo, «this audience I speak to» (1919, pp. 10 y ss.). Skinner, asimismo, declara que el estímulo que estudia el psicólogo no consiste en simples energías físicas, sino en una clase de objetos, una porción del mundo, una parte natural y pertinente del medio (1935, p. 44; 1938, pp. 9 y 325; 1975, pp. 511 y ss.). A su vez, la respuesta es ciertamente un movimiento físico, pero no consiste en él; es, finalmente, para el psicólogo que la indaga, una acción significativa. Es, por ejemplo, lo que hace «el hombre total» -the whole man- cuando «da una conferencia» o «construye un rascacielos» (Watson, 1924). Es una clase de respuestas, una porción natural de los actos del organismo (Skinner, 1953, pp. 91 y ss.; 1975, pp. 511 y ss.).

Pero, si los estímulos y las respuestas no son meras energías ni movimientos físicos, sino objetivos para un sujeto y acciones de un sujeto, «se elimina toda base para distinguir entre el status epistemológico del lenguaje E-R y el del lenguaje que se ha llamado "subjetivista"» (Koch, 1959, III , p. 769). Koch tiene razón, pero no en el sentido, como él cree, de que los dos lenguajes sean «subjetivistas», sino en el doble sentido de que los dos convergen hacia la consideración de la conducta como acción significativa en una situación que es significativa también, y de que los dos tienen finalmente que someterse a la comprobación empírica y experimental.

Además, el guión mismo ha resultado ser algo más que mera contigüidad. A través del juego de variables «intervinientes» y de «constructos hipotéticos» de creciente significado real -surplus meaning-, el «sujeto entero» -the whole man- de Watson va siendo recuperado por las corrientes conductistas, y no sólo en tanto que responde a la situación total, sino en tanto que va a la situación para informarse y realizar y someter a prueba sus planes y proyectos (Miller, Galanter y Pribram, 1960; Hebb, 1960; Yela, 1974a, 1984).

Hull (1952) terminó por estimar insuficiente y prematuro su intento de construir una teoría matemáticamente formalizada para dar cuenta de la conducta como una cadena de estímulos y respuestas. Kendler y Spence (1971) admiten la necesidad de incorporar otros constructos al lenguaje E-R. Tolman 1973, p. 200; 1959, pp. 98, 147 y 148) y Guthrie (1959, p. 165), por mencionar sólo a los grandes fundadores del «behaviorismo» y «neobehaviorismo», terminan por mostrar que los estímulos y las respuestas son, en efecto, situaciones y acciones físicas, pero sólo identificables, como componentes de la conducta, por su significado (Yela, 1974a).

La misma tendencia se observa en la psicología soviética. De Sechenov, Bechterev y Pavlov a Komilov, Vygotsky, Rubinstein, Luria y Leontiev, la psicología soviética ha ido convirtiéndose en el estudio de la conciencia a partir de sus fundamentos biológicos, sociales e históricos. El conductismo fisicalista, se nos dice, es insuficiente no porque estudie la conducta, sino porque al tratar de eliminar la conciencia elimina la significación humana de la acción. El mentalismo idealista es insuficiente no porque acepte la conciencia, sino porque la estudia al margen del contexto de la acción humana y de sus raíces biológicas y sociales (Rubinstein, 1958, 1962).

En resumen, creo que no es excesivamente aventurado afirmar que todos los conductistas actuales son, explícita o implícitamente, «conductistas subjetivos» o «subjetivistas comportamentales», como Miller, Galanter y Pribram (1960) terminaron por descubrir, no sin cierta divertida sorpresa, que ellos mismos lo eran. Resulta cada vez más claro, asimismo, que todos los psicólogos que estudian la conciencia, la mente y los procesos «cognitivos», tratan de hacerlo en el contexto de la conducta. La psicología camina hacia un conductismo explicativo y comprensivo, como, en general, lo hacen todas las ciencias antropológicas (Laín, 1985).

No es extraño. Siguen en esto las pautas de la filosofía occidental. El cisma cartesiano, que divide al hombre en dos sustancias cuya interacción resulta ininteligible -la res cogitans y la res extensa-, ha dado lugar a dos lineas de pensamiento filosófico, hoy en alguna medida convergentes. La idealista, que reduce al hombre a conciencia empírica y, finalmente, transcendental (Descartes, Berkeley, Hegel, Husserl), y la materialista, que reduce, primero, el organismo a corps machine, y, finalmente, a la persona a homme machine (Descartes, Malebranche, La Mettrie, Watson). Pero estas reducciones han resultado indefendibles (Yela, 1963).

Las últimas obras de Husserl, desde Erfahrung und Urteil (1954, p. ej., p. 38), reconocen la imposibilidad de derivar al hombre empírico a partir de una pura conciencia trascendental. La conciencia empírica no puede ser constituida por una conciencia transcendental porque ni el sujeto consciente lo es por entero ni los objetos son para ese sujeto intencionalmente puros; ambos, sujeto y objetos, están siempre ya dados en un mundo previo: el mundo de la vida, die Lebenswelt.

En este punto coinciden, por lo que aquí nos importa, la filosofía existencial, de Heidegger a Merleau-Ponty (1949, 1963) y la filosofía española contemporánea de Ortega y Zubiri.

Ya en 1913, el mismo año del manifiesto conductista de Watson, Ortega iniciaba la elaboración de su fenomenología del yo ejecutivo (Ortega y Gasset, 1946, 1947, vol. I, pp. 245-261; vol. VI, pp. 250 y ss.; Marías 1960a, pp. 247 y 22., 1960b, vol. V, pp. 411 y ss.). Ortega muestra que la reducción fenomenológica no nos pone en la vía de la realidad radical. Efectivamente, como defiende la tradición cartesiana, yo puedo dudar de todo, menos de que dudo, es decir, de que pienso y pienso algo; lo indudable es el cogito-cogitatum. Pero esto no puede ser la realidad radical sobre la que fundar la filosofía. Cuando yo veo algo, lo que es primario y radical es la acción de ver efectivamente ejecutada. Esta acción está, por supuesto, repleta de incertidumbres respecto al yo que ve y a lo visto. Pero lo que es absolutamente indudable es que yo estoy viendo lo que veo. Puedo, en un nuevo acto, reducir fenomenológicamente el acto previo de ver y considerar solamente su significado intencional. Pero, inevitablemente, lo hago mediante un nuevo acto efectivamente ejecutado. Haga lo que haga no puedo saltar sobre la realidad ejecutiva de mi acción, como no puedo saltar sobre mi propia sombra, ni puedo partir de nada más radical y previo. La realidad radical y absolutamente indubitable no son las cosas sin mí, ni yo sin las cosas, ni mi conciencia de ellas. Soy yo tratando ya con las cosas, soy yo viviendo. Es la vida humana, en la cual, y al mismo tiempo, se dan yo y mi circunstancia, sin que ninguno, ni mi circunstancia ni yo, sea previo ni más fundamental: Yo soy yo y mi circunstancia (1946, I , p. 322).

Pero lo que aquí interesa, podemos concluir: la tradición idealista ha tenido que superarse a sí misma. El hombre no es pura conciencia: al hombre hay que estudiarlo a partir de su conducta como acción significativa que se ejecuta mediante operación física en el mundo.

Aunque profundamente diversa en muchos puntos, a lo mismo llega la filosofía de Zubiri (Zubiri, 1963, 1986; cf. Gracia, 1986; Laín, 1985). La vida del hombre es, desde luego, bíos , acontecer biográfico elaborado mediante el trato significativo con las cosas; pero su biografía está apoyada sobre su zoé, sobre su biopsicología. Cada nota del hombre lo es de su estructura total. La inteligencia lo es de una estructura que es orgánico-sensorial. La sensibilidad orgánica lo es de una estructura que es inteligente. La inteligencia del hombre es sentiente, como su sentimiento es afectante y su voluntad tendente. La conducta del hombre es acción biográfica e históricamente significativa realizada mediante actividades psicoorgánicas.

A la misma conclusión se encamina la línea que toma su punto de partida en el cuerpo. Del conductismo fisicalista al cognitivo y subjetivo, y a los recientes intentos de un conductismo paradigmático (cf. Staats y Fernández Ballesteros, 1987), del materialismo mecanicista al dialéctico, esta corriente converge hacia la misma noción de conducta: acción significativa físicamente real.

No sería difícil, por lo demás, mostrar la presencia, casi permanente, de esta noción, aunque diversamente formulada, interpretada y fundamentada, a lo largo de todo el pensamiento occidental.

Recordemos, por ejemplo, las primeras páginas del libro Sobre el alma, de Aristóteles. Las pasiones, se nos dice, son lógoi ényloi. La ira, valga por caso, es algo así como «deseo de venganza» -órexis antilypéseos-. Pero, añade el filósofo, eso no es propiamente el fenómeno de la ira, es sólo su significado, su logos, que interesa especialmente al lógico o al dialéctico. El fenómeno real, el que importa al «naturalista», es cierto proceso físico y orgánico como «el hervor de la sangre en torno al corazón» -zésis toû perì kardían haímatos-. Mas, de nuevo, eso no es propiamente la ira real, es su componente físico, su hýle. La ira es ese proceso físico en tanto significa deseo de venganza o algo similar; es, al mismo tiempo, lógos y hýle, lógos énylos: proceso fisicofisiológico subjetivamente significativo.

Eso es lo que, en cada caso, sea cual fuere su última interpretación, estudia el psicólogo. Es, después de todo, «lo que hace el hombre entero en la entera situación», como decía Watson. Es lo que repite Gilgen cuando habla de una physiobehavioral cognitive psychology (1970, p. 5) y, casi literalmente, lo que escribe Kornilov: «La conducta de una persona... representa la unidad de forma y contenido de elementos cualitativos y cuantitativos y de significados biológicos y sociales» (1930, p. 269; subrayados míos).

3. Hacia una ciencia psicológica unificada

No creo que se encuentren dificultades insuperables para aceptar la noción de conducta que he esbozado. Más difícil será el acuerdo sobre el término ciencia.

Como hace tiempo señaló Bills (1938), no existe ningún decálogo mosaico que dicte lo que es ciencia y lo que no lo es. Que cada cual estudie, pues, con rigor y sin imposiciones autoritarias, lo que estime pertinente. Que cada uno explore a su manera los heterogéneos psychological fields (Koch, 1974), y aporte a su estudio sus esfuerzos creativos y libres (Feyerabend, 1970, 1981). Entre todos, tal vez vayamos comprendiendo al hombre.

Bel et bien. Pero, sin necesidad de someterse a paradigmas impuestos ni de coartar la creatividad indagadora, parece razonable reconocer el peso de las pruebas acumuladas en la historia del pensamiento y la ciencia. No cerremos los ojos a la historia.

Las reflexiones del positivismo lógico, aunque exclusivamente dirigidas a esclarecer la naturaleza abstracta de las ciencias naturales en estado avanzado, como la física, arrojaron no poca luz sobre la epistemología del método científico. El desarrollo posterior de la epistemología, la historia y la sociología de la ciencia, ha puesto de manifiesto tanto la parcial validez del punto de vista neopositivista, especialmente en el llamado contexto de la verificación, como sus insuficiencias, especialmente en el contexto del descubrimiento.

El positivismo lógico es insuficiente incluso en el análisis de la verificación, como Popper demostró (1959, 1963, 1972). Las proposiciones universales referidas a hechos empíricos, como «los A son B», no pueden ser del todo verificadas. Siempre existe la posibilidad de que un nuevo hecho las refute. No es permisible aceptarlas como definitivamente establecidas, sino como, en principios refutables. Las proposiciones existenciales o particulares, como «algún A es B», no pueden ser del todo refutadas. Siempre cabe la posibilidad de que un nuevo caso las verifique.

Es preciso añadir que incluso la refutabilidad de las proposiciones universales no es rigurosamente equívoca. Cuando una hipótesis resulta refutada, queda siempre la posibilidad de, o bien modificarla ad hoc para hacerla concordar con los resultados, o bien atribuir los datos negativos a las condiciones fácticas o instrumentales de la observación. ¿Cuándo deben considerarse las modificaciones ad hoc como enriquecimiento de la teoría y cuándo como autoengaños artificiosos? ¿Cuándo y cómo podemos considerar definitivamente adecuadas las condiciones en que la observación se realiza? No hay, a mi entender, en el método científico, ni reglas lógicas suficientes para solventar estas cuestiones, ni hechos objetivos que absolutamente las resuelvan.

Bien, pero si la ciencia no se reduce a reglas lógicas y hechos objetivos incontaminados por la teorías ¿dependerá tan sólo de las decisiones subjetivas del investigador o de paradigmas o modelos adoptados por la comunidad científica por motivos en gran parte psicosociales? (Koch, 1981; Kuhn, 1962).

Creo, como Kendler (1981), que hay un tertium quid. Ni pura lógica y objetividad, ni decisiones puramente convencionales. Más bien, desarrollo histórico autocrítico y autocorrectivo del conocimiento dentro del contexto de la lógica y de los hechos. La ciencia es algo más que lógica y hechos, pero la lógica y los hechos constituyen su núcleo fundamental (Carpintero, 1973, 1976; Kendler, 1981; Kuhn, 1970, 1977; Pelechano, 1980; Pinillos, 1975, 1980, 1983; Popper, 1959, 1963, 1972; Seoane, 1980; Staats, 1983a; Suppe, 1977; Toulmin, 1972; Yela, 1963, 1974a, 1980; Zubiri, 1983, 1986).

El pensamiento creador del psicólogo, que acontece siempre en unas determinadas condiciones sociales e históricas, elabora esbozos libres, formula cuestiones y preguntas, dirige su observación hacia ciertas regularidades, selecciona aspectos que describe y cuyo significado capta o conjetura, idea explicaciones hipotéticas y construye teorías. La lógica es la herramienta más poderosa para coordinar, sin contradicciones o inconsistencias, las cuestiones, las descripciones, las hipótesis y las teorías. Los sistemas teóricos coherentes tienen implicaciones lógicas y conexiones de sentido que conducen al investigador a buscar ciertos hechos y sucesos en ciertas condiciones. Estos hechos, sucesos y condiciones no son independientes de la teoría. Si no fuera por ella no se buscarían. Pero esto no quiere decir que los hechos y sucesos carezcan de importancia para la ciencia. Son, por el contrario, lo que la ciencia busca y el fundamento más firme en que se apoya. Unas veces los halla y otras no. Desde luego, los hechos y sucesos no están ahí hablando en voz alta para que los escuchemos. Sólo hablan cuando se les pregunta y sus contestaciones dependen de las preguntas que les hacemos. Pero, finalmente, responden a ellas con un sí, un no o un quizás, tal vez siempre, como dije, provisionales. La ciencia es un método de indagación interminable. Pero es también una empresa autocorrectiva.

Es la historia la que nos aconseja cuándo, por la acumulación de hechos y sucesos observados, confirmados y esclarecidos, es pertinente mantener y acrecentar este o aquel sistemas de leyes empíricas y teorías, y cuándo, por la acumulación de fallas, ambigüedades y contradicciones, no lo es. Los resultados históricamente reiterados y fecundos proceden no sólo de su valor pragmático, sino también de la interacción entre el pensamiento y la intuición inventivos, la coherencia lógica, los hechos observables y los sucesos descriptibles. Este modo de proceder, que se apoya finalmente en la comprobación empírica o estrictamente experimental, hace posible, aunque no necesariamente seguro, el progreso autorrectivo de la ciencia, mediante lo que recientemente viene llamándose programas de indagación (Lakatos, 1970; Kendler, 1981), desarrollo de disciplinas, dominios y campos (Toulmin, 1972; Shapere, 1977; Darden, 1976) y competición de paradigmas conmensurables (Kuhn, 1970, 1977).

Resulta, sin embargo, desgraciadamente cierto que, aun admitiendo todo lo dicho, la psicología sigue siendo una ciencia dividida y dispar. Incluso permanecen vivas las polémicas acerca de si es una ciencia sólo incoada y preparadigmática (Briskman, 1972; Mackenzie, 1977; Staats, 1983a; Staats y Naitoh, 1985; Warren, 1971; Watson, R.I., 1967), multiparadigmática (Buss, 1979; Caparrós, 1978, 1979, 1980; Masterman, 1970; Scriven, 1969), o en ella se suceden diversos paradigmas (Palermo, 1971; Weimer y Palermo, 1973).

¿Es posible su futura unificación? Yo creo que sí, aunque no estoy seguro de que se logre. Para avanzar hacia ella pienso que es imprescindible distinguir claramente entre lo que llamamos ciencia y lo que no lo es. La cuestión está lejos de ser clara. Yo considero que la metodología de la ciencia psicológica consiste en un programa de investigación que, a través de procedimientos múltiples, comprensivos de significado y explicativos de hechos, recibe su sanción última en la comprobación empírica y la experimentación. Confío, asimismo, en que de entre tal tipo de programas irá predominando el que resulte históricamente más abarcador, fecundo y autocorrectivo. Esta metodología no tiene por qué suponerse incompatible con otros modos de estudiar al hombre y de explorar la realidad y la historia. Quizás existen cuestiones insoslayables sobre el sentido último de la conducta y de la autorrealización solidaria del hombre con los otros. Yo creo que existen. No acierto a ver, sin embargo, cómo cuestiones de esta índole pueden abordarse con la metodología que aquí he llamado científica. No pidamos a la ciencia lo que la ciencia no puede dar. No confundamos lo que en el curso de la historia se ha venido a llamar ciencia con otros posibles modos de conocer. Si lo confundimos, sólo obtendremos confusión.

Hay que reconocer, asimismo, que la unificación de la psicología tiene un cierto carácter utópico. La unidad de la psicología es utópica en el sentido de que no puede lograrse por un fíat externo, ya sea éste una filosofía políticamente impuesta o un paradigma convencional adoptado por la comunidad científica (Kendler, 1981; Koch, 1974; Zazzo, 1982). Sólo si los esfuerzos de la investigación libre convergen hacia una misma concepción del objeto y método psicológicos se podrá inventar y descubrir esa unidad o acercarse, tal vez asintóticamente, a ella.

En todo caso, sería una unidad en la diversidad. Diversidad de datos de observación externa y experiencia privada; diversidad de niveles, de campos, de contextos; diversidad de enfoques, perspectivas y técnicas. Pero diversidad que puede avanzar hacia la coordinación y complementación interna si hay unidad básica de objeto (tal vez la conducta como acción física significativa) y una básica unidad de método (tal vez el sometimiento último a la comprobación empírica y experimental en la conducta observable, cualesquiera que sean los procedimientos utilizados en los pasos iniciales e intermedios).

Finalmente, no hay que olvidar que la actividad científica acontece en un contexto social. El que ahora existe en el campo psicológico favorece más bien la desunión, como minuciosamente ha demostrado Staats (1983a). A los psicólogos nos urge la tarea de idear estrategias que favorezcan la unidad en el modo de elaborar coordinadamente teorías, de someter a prueba hipótesis diversas en puntos conflictivos, de organizar la publicación de resultados sin exclusivismos de escuela y de organizar coherentemente el trabajo profesional. Porque si la unidad es posible, merece la pena trabajar por ella (Staats, 1983a; Staats y Naitoh, 1985; Richelle, 1982).

Por supuesto, la concepción aquí esbozada de la conducta y de la ciencia que la estudia deja al aire muchas cuestiones y requiere, sin duda, desarrollos más pormenorizados. Muestra, sin embargo, a mi ver, que la unidad de la ciencia psicológica es posible. Si sabremos alcanzarla y cómo y cuándo, el futuro lo dirá: ai posteri l' ardua sentenza.

NOTAS

1. 1963, 1971, 1974a y b, 1975a y b, 1980, 1982, 1983b y c, 1984, 1985 y, últimamente, en Toward a unified Psychological science: The meaning of behavior, 1987, que aquí gloso y resumo.

2. Vid. p. ej. Carpintero, 1983; Carpintero y Peiró, 1981; Fraisse, 1982a y b; Kendler, 1981; Mayor, 1980; Royce, 1970; Staats, 1983a y b; Yela, 1974a, 1975a, 1980; o los trabajos que van apareciendo en la International Newsletter of paradigmatic Psychology, editada por Staats y Naitoh desde 1985.

3. Carpintero, 1983; Carpintero, Pascual y Peiró, 1977; Carpintero y Peiró, 1981; Coan, 1968, 1971; Daniel y Louttit, 1953; Higbee, 1975; Lawler y Lawler, 1965; McCollom, 1973; Pascual, 1977; Peiró y Rivas, 1981; Pinski y Narin, 1979; Small y Crane, 1979; Watson, 1967; Wrenn, 1964; Xhignesse y Osgood, 1967; etc.

4. Vid., como muestra, Brinda, 1970; Cruz Hernández, 1982; Fierro, 1982; Fraisse, 1982a y b; Hanson, 1969; Hilgard, 1980; Joynson, 1972; Leontiev, 1976; Lieberman, 1979; Mandler, 1975a y b; Montpellier, 1981; Natsoulas, 1970, 1974, 1977a y b, 1978a y b, 1979, 1981; Neisser, 1976; Nuttin, 1973; Orstein, 1972, 1974; Pilkington y Glasgow, 1967; Pinillos, 1980, 1983; Pope y Singer, 1978; Posner, 1973; Razran, 1971; Richardson, 1980; Riviere, 1986, 1987; Shallice, 1972; Shaw y McIntyre, 1974; Singer, 1975; Solso, 1975; Thinès, 1968; Valentine, 1982; Vega, 1984; Yela, 1963, 1974a y b, 1975a y b, 1980, 1983 a, b y c, 1984, 1985, 1986; y las Monografías Le Comportement, editada por la Association de Psychologie Scientifique de Langue Française, 1968, y Problemas actuales de la Psicología Científica, coordinada por Pinillos, 1980.

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