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Psicothema was founded in Asturias (northern Spain) in 1989, and is published jointly by the Psychology Faculty of the University of Oviedo and the Psychological Association of the Principality of Asturias (Colegio Oficial de Psicología del Principado de Asturias).
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PSICOTHEMA
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Psicothema, 1992. Vol. Vol. 4 (nº 1). 297-315




WATSON Y LA PSICOLOGÍA DE LAS EMOCIONES: EVOLUCIÓN DE UNA IDEA

Francisco Tortosa Gil y Luis Mayor Martínez

Depto. de Psicología Básica . Universidad de Valencia

Durante sus años de estudiante en la Universidad de Chicago, donde se doctora en 1903 con una tesis sobre "Educación animal" que le dirige James R. Angell, el joven zoopsicólogo John Broadus Watson conoce directamente el ideario evolucionista y pragmático de los funcionalistas frente al estructuralismo. Unos años después expresará su firme convicción de que el conductismo era "el único funcionalismo consistente y lógico" (Watson, 1913a1, p. 406), en la medida en que llevaba a sus últimas consecuencias el intento de construir una psicología objetiva basada en la observación de la conducta.

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En esta línea, la concepción de Watson acerca de las emociones sería un punto clave en el desarrollo del proyecto conductista, como vamos a ver. En realidad, aunque a veces se haya escrito lo contrario, les concedía mucha importancia. Suyas son, en efecto, estas palabras que siguen, escritas en su etapa de plena madurez:

"No somos las criaturas de razón que pensamos ser. Por el contrario, incluso las personas más austeras, son criaturas con potentes sistemas emocionales. Tras actuar dominados por nuestras vísceras, solemos 'racionalizar' nuestros actos para ocultar nuestra debilidad" (Watson, 1928a, p. 347).

Dos de los 12 capítulos de Behaviorism2 los dedica Watson al análisis de la vida emocional, lo que muestra su interés por esta faceta humana. Piensa Watson que, a excepción quizá del instinto, sobre ningún otro tema se ha escrito tanto y con tan poca base científica, por ello se propone "simplificar los problemas acerca de la emoción y utilizar métodos experimentales objetivos para su esclarecimiento" (p. 140).

LA INTERPRETACION DE LAS EMOCIONES

Como es sabido, Watson distinguía en la personalidad tres categorías de hábitos: manuales, verbales y emocionales. Los primeros implicaban la musculatura estriada e incluían la organización de hábitos corpóreos explícitos o motores, que intervienen en las respuestas de movimientos (coger y manipular objetos, caminar, etc.), mientras que los verbales, o laríngeos, eran los hábitos propios del lenguaje y pensamiento. Centraremos nuestras consideraciones en los hábitos emocionales. La concepción de Watson acerca, de los dos primeros, cambiante por cierto a lo largo del tiempo (cfr. Gondra, 1980, 1989), salvo en lo que atañe a su nexo con la organización motivacional y emocional, queda fuera de los límites de este trabajo.

La aportación más genuina de Watson a la psicología de las emociones es quizá su insistencia en una de las dimensiones o niveles posibles de análisis. Al igual que la teoría de James-Lange, sugería que la conducta precede a la emoción, pero frente a la idea de William James de que la experiencia de los cambios corporales es la emoción, Watson piensa que las emociones son simplemente reacciones corporales a estímulos específicos en las que la experiencia consciente no es en modo alguno un componente esencial. Identifica así las emociones con las "respuestas o hábitos viscerales", esto es, aquéllos en los que participan el estómago, los intestinos, la respiración, la circulación. Esta afirmación, sin embargo, hay que matizarla, pues -como veremos- incluyó también dentro de las emociones otros movimientos corpóreos externos (llanto, agitación, etc.). Lo que Watson persigue, en cualquier caso, es construir la psicología como una ciencia natural que adopta la conducta como único objeto posible. Supuesto esto, consideraba los estados emocionales concomitantes de los estados motivacionales, pues una situación que motivaba una determinada conducta manifiesta producía también cambios viscerales determinados. Dicho de otro modo, las emociones constituían el producto de conductas implícitas preparatorias de ciertos cursos de acción y, por tanto, eran indisociables de la motivación. En cuanto a los métodos psicológicos apropiados a su finalidad, si bien habló de varios otros (Watson, 1919b, pp. 24-47; 1930, pp. 37-59), en la práctica solamente se sirvió de dos de ellos: el reflejo condicionado, del que se vale en el análisis del condicionamiento motor y emocional, y el método genético, que aplica al estudio del desarrollo de las emociones en el niño.

Según nuestro autor hay tres emociones básicas, el miedo, la ira y el amor, cada una de ellas elicitada de modo innato por una clase específica de estímulos. Tal concepto, que formula ya a partir de 1919, constituye un ejemplar paradigmático de las aproximaciones que preconizan que las diferentes emociones son elicitadas por estímulos o grupos de estímulos específicos. Todas las demás emociones las considera una amalgama de las tres reacciones básicas o un producto del aprendizaje. Estímulos muy diferentes, en principio neutros, se convierten en estímulos emocionales a través del condicionamiento, mediante su emparejamiento con un estímulo incondicional.

Para demostrar lo anterior, Watson llevó a cabo el estudio experimental con el pequeño Alberto, pretendiendo ver en los resultados obtenidos una confirmación de sus ideas. Lo que pretende en el fondo, como conductista, es poner cualquier manifestación periférica de las emociones en relación con estímulos específicos. Un aspecto que llama la atención, presente ya en sus primeros trabajos, es el concepto tan restrictivo que tiene de las emociones como elementos que perturban de manera importante la conducta del organismo.

A juicio de Watson, el retraso en el estudio y en la aplicación y control de la vida emocional se deben en una parte no desdeñable a los prejuicios de los teóricos, por lo cual emprende la crítica de las formulaciones de McDougall y, sobre todo, de William James, cuya teoría educa a casi toda su generación e influye en los más destacados psicólogos norteamericanos.

Recordemos que para James, la emoción no desempeña, como para Darwin, una función biológica ni social, ni es suscitada por un excitante determinado, es sólo la conciencia de procesos periféricos desencadenados por una representación:

"Mi teoría sostiene -decía- que los cambios corporales siguen inmediatamente a la percepción del hecho excitante, y que el sentimiento que tenemos de estos cambios a medida que ocurren, es la emoción" (James, 1892; ed. castellana de 1963, p. 344).

Distinguía por otro lado James entre las que llama "emociones groseras" (dolor, miedo, ira, amor) y las, "emociones delicadas", y agrupaba éstas bajo el rótulo de sentimientos morales, intelectuales y estéticos, cifrando su objetivo según sus propias palabras, en encontrar "la gallina de los huevos de oro", esto es, una fórmula general para todas las emociones particulares posibles, "porque entonces -añadía la descripción de cada huevo sería asunto secundario" (James, op. cit., p. 344). En palabras de Watson:

"Evidentemente ni a James ni a ninguno de sus continuadores jamás se les ocurrió pensar, y mucho menos experimentar, sobre la génesis de las formas emocionales de la respuesta. Para él se trataba de genuinas herencias de nuestros primitivos antecesores. Mediante esta formulación vacía, verbal, James despojó a la psicología de su campo acaso más hermoso e interesante. Impuso al estudio de las emociones una condición de la cual resulta harto difícil librarse, porque su fórmula fue asimilada por todos los más destacados psicólogos norteamericanos, quienes seguirán enseñándola durante un número de años demasiado grande como para pensarlo sin perder la serenidad" (Watson, 1930, p. 142).

Tampoco convencen a Watson las ideas de McDougall, que lleva a cabo una clasificación de las emociones basada en el criterio de que cada uno de los instintos principales tiene una emoción concomitante (p. e., el instinto de huida la emoción de miedo; el instinto de curiosidad la emoción de asombro, etc.). Esta clasificación y otras que dieron lugar a numerosas listas de emociones, carecen para él de todo valor "por cuanto al confeccionárselas no se procedió con método objetivo" (op. cit., p. 142).

Frente a las interpretaciones introspectivas, el planteamiento conductista persigue la utilización de una metodología objetiva que permita establecer, dada una respuesta emocional, que estímulos la han producido y a qué tipo de adaptación conduce. Se halla interesado, más concretamente, en la modificación vida emocional, mediante las técnicas de condicionamiento, descondicionamiento y recondicionamiento. En la opinión de Watson:

"Conforme progresa en el estudio de las series de reacciones que exhiben los adultos, el conductista se convence cada vez más de que el mundo de objetos y situaciones ambientes provoca reacciones más complejas que las exigidas por el uso o manipulación eficientes del objeto o de la situación. En otras palabras: el objeto parece estar "cargado", parece suscitar miles de reacciones corporales accesorias no requeridas por las leyes del hábito eficaz. Un ejemplo de ello lo constituye la clásica pata de conejo de los negros: para nosotros, la pata de conejo es algo que cortamos del cuerpo del animal y tiramos. Acaso se la demos al perro, como comida. Mas, para muchos negros, la pata de conejo no es un objeto frente al cual se puede reaccionar en forma tan sencilla /.../. En general, no reaccionan ante ella como ante una simple pata de conejo, sino como el religioso frente a la Divinidad" (p. 143).

Tales reacciones difieren mucho de unas personas a otras, aunque ciertamente los adultos, en el estado actual de la civilización, tienden a una normalización en sus formas de respuesta. A estas reacciones tipificadas se superponen muchas otras que constituyen precisamente las emociones de los individuos y los grupos sociales. Watson enumera sus distintos tipos y describe después ejemplos ilustrativos de las mismas, caracterizándolas como:

"Reacciones accesorias, reacciones lentas, falta de reacciones (parálisis), reacciones inhibidas, reacciones negativas, reacciones castigadas por la sociedad (robo, homicidio, etc.), reacciones que propiamente corresponden a otros estímulos (sustitutas)" (p. 144).

Por la complejidad que alcanzan, mediante condicionamiento a partir de las tres emociones infantiles básicas, las respuestas emocionales del adulto, estima Watson que la observación debe dirigirse hacia los niños, aunque ya a los tres años muchos niños, señala, "están colmados de toda suerte de reacciones inútiles y verdaderamente perjudiciales, conocidas bajo el nombre genérico de emociones" (p. 147).

¿Cómo ha surgido en los niños pequeños -se pregunta- ese repertorio tan amplio de respuestas emocionales? Dado que aparecen tan pronto, ¿debemos concluir, como se ha hecho históricamente, que las reacciones de amor, ira, vergüenza, etc. son hereditarias?. El piensa que tales términos no son sino "meras palabras " para designar tipos generales de conducta y apunta que, para probarlo de un modo objetivo, los mejores sujetos son los niños sanos y robustos que han nacido y se han criado en las maternidades, pues permiten un control máximo del condicionamiento anterior. Las prolijas observaciones que en ese ambiente realiza, llevan a Watson a concluir:

"Estos tests con niños no condicionados emocionalmente, probaron en forma terminante que son meros cuentos de hadas las clásicas versiones acerca de respuestas hereditarias a objetos y animales con pelaje" (p. 149).

Miedo, ira y amor son tres tipos de respuesta "de evidente origen no aprendido", designadas con unos términos a los que hay que despojar de su antigua connotación. Solamente algunos estímulos específicos parecen desencadenar desde un principio ciertas reacciones emocionales. Veamos, en términos del propio Watson, la descripción de los respectivos estímulos desencadenantes de las tres emociones básicas.

En cuanto al miedo:

"Nuestros experimentos con niños, y en especial los efectuados con criaturas que carecen de hemisferios cerebrales, en quienes la reacción al ruido es más acentuada, pronto nos enseñaron que los ruidos fuertes casi invariablemente suscitan una marcada reacción desde el mismo momento del nacimiento. Por ejemplo, un golpe de martillo sobre una barra de acero, provocará un brinco, un sacudimiento, una pausa de la respiración, seguida de una respiración acelerada con pronunciados cambios vasomotores, cierre repentino del ojo, apretar de los puños, fruncir de los labios. /.../ El otro estímulo que provoca la reacción de miedo es la pérdida de la base de sustentación, en especial cuando el cuerpo no está preparado para compensarla. Puede apreciarse mejor en los recién nacidos, cuando están a punto de dormirse. Si se los deja caer, o si bruscamente se tira de la sábana sobre la cual yacen, de modo de arrastrar al niño, por lo general tiene lugar dicha respuesta" (pp. 150-151).

Por lo que respecta a la segunda de las reacciones básicas:

"La obstaculización de los movimientos corporales promueve la serie de respuestas que llamamos ira. Ello es factible de observar desde el nacimiento, pero con mayor facilidad entre los 10 y 15 días. Si con delicadeza se les sujeta la cabeza con las manos, los brazos adosados a lo largo del cuerpo, y se les mantiene las piernas estrechamente unidas, la conducta de ira empieza a manifestarse. Hasta hoy no han sido catalogados en forma completa los elementos de la respuesta no aprendida de la ira. Empero, algunos de éstos son de fácil observación: la rigidez de todo el cuerpo, los movimientos desordenados de pataleo y manoteo y la retención de la respiración" (p. 152).

En cuanto al amor, finalmente:

"Son evidentes estímulos de las respuestas amorosas el acariciar la piel, las cosquillas, el mecimiento suave, el coqueteo de la barbilla. Esta respuesta es particularmente provocada con mayor facilidad por la estimulación de aquellas zonas que -a falta de un término más apropiado-, podemos llamar erógenas: tetillas, labios y órganos sexuales" (p. 153).

Si estas observaciones fueran verdaderamente completas, parecería que las reacciones emocionales del niño son muy sencillas y escasos los estímulos que las suscitan, según hace observar él mismo. Pero, ciertamente -argumenta Watson- estamos aún lejos de poder concluir de modo taxativo que estas tres clases de conductas son las únicas de base hereditaria, y que no existen otros estímulos que las provoquen. Ahora bien, lo que en realidad resulta importante es saber si las reacciones emocionales más complejas proceden de estos tipos elementales. Watson está, desde luego, convencido de que cuanto menos constituyen "el núcleo del cual proceden todas las futuras reacciones emocionales" (p. 154) y, puesto que estas respuestas se condicionan con gran rapidez, concluye que sería preferible denominarlas "respuestas no aprendidas", en vez de seguir hablando de respuestas hereditarias.

El problema central, evidentemente, es el que sigue: ¿Cómo se desarrolla y se complica la vida emocional?.

"¿Cómo es posible -se plantea Watson- que objetos y situaciones que en un principio no suscitan emociones puedan hacerlo después, acrecentando así la riqueza y peligros de nuestra vida emocional?" (p. 156).

Watson estima imperiosa la necesidad de estudiar este campo mediante la experimentación, tratando de demostrar que la ampliación de las emociones puede realizarse por la vía del condicionamiento, aun reconociendo los problemas que implica el procedimiento:

"En un primer momento -dice- teníamos cierta resistencia hacia esos experimentos, pero era tal la necesidad de este tipo de estudio, que finalmente decidimos experimentar la posibilidad de fabricar miedos en los niños y estudiar luego los métodos prácticos para eliminarlos" (Watson, 1926b, p. 51; 1930, p. 156).

El análisis pormenorizado del comportamiento de Alberto, un bebé de 11 meses de edad extraordinariamente "bueno", que había pasado toda su vida en una institución hospitalaria, demuestra fehacientemente a nuestro autor el origen condicionado de la respuesta de miedo a una rata blanca, al tiempo que otras observaciones le indican que puede de hecho producirse una transferencia hacia objetos de estructura análoga. Así, a partir de un estado emocional indiferenciado se van discriminando y enriqueciendo, mediante el condicionamiento, las reacciones emocionales, justamente como lo hace el restante equipamiento de hábitos.

"Estos estímulos incondicionados, con sus respuestas incondicionadas relativamente simples, son nuestros puntos de partida en el establecimiento de las complicadas pautas de hábitos condicionados que más tarde denominamos emociones. En otras palabras, las reacciones emocionales se forman como la mayor parte de nuestras otras pautas de reacción y siguiendo un orden parecido. No sólo aumenta el número de los estímulos que provocan la respuesta (sustitución) por condicionamiento directo y transferencia (ampliándose así enormemente el campo de estímulo), sino que además se introducen pronunciadas adiciones y otras modificaciones de las respuestas" (1930, p. 162).

Estamos ante reacciones en las que son manifiestos el movimiento de los ojos, los brazos, las piernas y el tronco, pero que se caracterizan por el predominio de factores viscerales y glandulares que, debido a "su naturaleza disimulada" (implícita, oculta), la sociedad no ha podido disciplinar.

Hacia 1920 finaliza Watson los experimentos que le sirvieron de base a lo expuesto hasta ahora. Su relación con el pequeño Alberto termina al ser éste adoptado y abandonar el Hospital Harriet Lane. A fines de 1923, la doctora Mary Cover Jones3 reinicia los experimentos, tratando de encontrar respuesta a nuevos interrogantes (Jones, 1924): ¿Pueden olvidarse, destruirse, las emociones?, ¿mediante qué métodos?. Según concluye Watson, el método de mayor éxito para eliminar el miedo es el descondicionamiento (o recondicionamiento), que fue experimentado con Peter, un niño de tres años, inteligente y vivaz, cargado de miedo a numerosos objetos. De las pruebas practicadas se desprende la relativa ineficacia del método del desuso para eliminar las respuestas de miedo, y en cuanto a los otros métodos -el verbal, la aplicación frecuente del estímulo, la socialización- los resultados de los ensayos son poco claros.

Watson tiene siempre presente el fin práctico de sus investigaciones, por lo que vislumbra de inmediato la posibilidad de:

"Criar al ser humano a través de la infancia y de la niñez sin que llore o manifieste reacciones de miedo, excepto en presencia de los estímulos incondicionados (malestar, sensaciones dolorosas, ruidos fuertes) que provocan dichas respuestas" (p. 173).

La excesiva frecuencia del llanto en los niños es una muestra, en su opinión, de los defectuosos sistemas de educación familiar mediante los cuales "perjudicamos la adaptación emocional del niño con la misma rapidez con que torcemos una rama" (p. 173). Apela Watson en este punto a las conclusiones de la doctora Jones sobre las más de cien situaciones que provocan el lloro infantil, pudiendo decirse otro tanto acerca de la frecuencia de las situaciones que desencadenan la risa.

En principio -hace observar- los mismos estímulos pueden provocar la risa o el llanto, en función de la situación global (si se viste a un niño dulcemente, sonreirá; si se hace con dureza, llorará). Ello demuestra las posibilidades de utilización del condicionamiento en un sentido favorable al metabolismo del individuo. Las respuestas condicionadas de miedo, así como las respuestas de ira, son las más nefastas para el niño, pues le acarrean graves perturbaciones viscerales; por el contrario, la conducta amorosa hacia él activa su metabolismo. Sin embargo, la educación requiere la elaboración de toda una serie de respuestas negativas. ¿Cómo hacerlo?. Watson se opone rotundamente a la práctica de golpearles y azotarles, pero cree no obstante:

"En la utilidad de administrar una palmadita sobre los dedos de los niños cuando los llevan a la boca, cuando toquetean constantemente sus genitales, cuando toman y tiran platos u otros objetos, o abren las llaves del gas o las canillas de agua, etc.: ello, siempre que se sorprenda al niño al realizar tales actos y el padre pueda administrar la palmada en forma inmediata y absolutamente objetiva" (p. 179).

Muestra también Watson especial interés en otros dos tipos de emociones, los celos y la vergüenza, que pasan en general por innatas y que para el conductista no son sino "vastas superestructuras" (como la pena, el dolor, el resentimiento, la rabia, etc.), establecidas a partir de los tipos simples de conducta no aprendida antes citados.

Para Watson, la vergüenza se relaciona de alguna manera con la primera masturbación deliberada. Puesto que en la infancia se frena y castiga la tendencia masturbatoria, más tarde distintas situaciones vinculadas de algún modo a los órganos sexuales son susceptibles de condicionar respuestas, como el rubor, características de la vergüenza.

En cuanto a los celos, considerados por muchos autores un instinto innato, son para Watson una forma de comportamiento cuyo estímulo es un estímulo de amor (condicionado) y cuya respuesta es la ira (una forma de ira que probablemente involucra los componentes viscerales originales y además partes de muchas pautas de hábitos, como luchar o hablar).

Al término del segundo de los capítulos que dedica a las emociones, Watson insiste en la necesidad de sustituir la introspección por métodos científico-naturales, aún admitiendo que "todas sus conclusiones se basan por ahora en hechos demasiado escasos y experimentos harto limitados" (p. 188).

EVOLUCION DE LAS IDEAS DE WATSON

Para, el análisis de la vida emocional que lleva a cabo Watson nos hemos basado en Behaviorism, obra en la que el fundador del conductismo resume y actualiza sus trabajos anteriores. Sin embargo, su concepción acerca de la organización de las emociones había ido cambiando con el tiempo al compás, fundamentalmente, de la evolución de sus ideas sobre la dotación instintiva humana.

En sus primeros estudios aceptó que los instintos jugaban un papel en la determinación de la conducta y se apoyó sistemáticamente en este concepto. Así, en su primer libro, Behavior: An Introduction to Comparative Psychology, decía que "a pesar de su pasado, el término es útil y conveniente", puesto que gran parte del comportamiento animal puede describirse en términos de "respuestas congénitas que se despliegan ante la estimulación apropiada", y describía con detalle nada menos que 11 instintos (Watson, 1914). Hacia 1925, Watson rechaza de plano la virtualidad explicativa del concepto y transforma su anterior posición instintivista en un ambientalismo extremo.

Sólo después de que enunciase un modelo más artificioso, que convertía el reflejo condicionado en la auténtica base del desarrollo conductual, se opondría a los instintos y con ello, indirectamente, a la posibilidad de una psicología comparada de la conducta (Logue, 1978; Samelson, 1981). Para llegar a pensar que los instintos no eran sino otro artificio mentalista, contaba con la obra de Zing Yang Kuo, psicólogo chino formado en los Estados Unidos para quien la conducta instintiva era realmente aprendida in utero (experimentos de 1921 y 1922). Estos y estudios similares convencieron a Watson de que distintas conductas, a primera vista instintivas, eran en realidad aprendidas, aunque reconocía la dificultad de demostrarlo. Otras dos razones de peso ayudan a comprender el cambio que se opera en el pensamiento de Watson. Por un lado, la acentuación de la dimensión práctica de la psicología, una perspectiva que sintonizaba mejor con la noción de la moldeabilidad completa del organismo; por otra, el descrédito del lamarkismo por parte de la moderna genética, que obligó a Watson a renunciar a su inicial creencia en la validez de esas ideas. El proceso de aprendizaje constituía el único medio por el que el entorno podía afectar a la conducta, y el método del condicionamiento le permitía precisamente explicar la forma en que aquél ocurría. Finalmente llega a pensar que todos los aspectos del ser humano aparentemente instintivos son respuestas condicionadas por la vía social y, yendo si cabe más lejos, acaba postulando que no existe ningún tipo de capacidad, de temperamento o de talento hereditario. No hay instintos, las conductas que parecen ser instintivas constituyen un resultado del aprendizaje temprano, tal vez prenatal (Watson, 1930). Este cambio total en la posición que mantiene Watson respecto a la controversia de los instintos se reflejará, como vamos a ver, en su manera de conceptualizar la organización de las emociones, que si en 1919 la incluye entre los modos hereditarios de respuesta, en 1930 pasa a considerarla, por el contrario, un sistema de hábitos.

Watson expuso al gran público sus ideas contra la psicología de la conciencia y el método introspeccionista, por vez primera, en las conferencias que dicta en 1912 en la Universidad de Columbia, recogidas un año más tarde en "La psicología tal como la ve el conductista" (Watson, 1913a). Este artículo constituye un fuerte alegato contra la psicología tradicional y, en cierto modo, cabe considerarlo su ruptura formal con el estructuralismo y el funcionalismo, los cuales habrían fracasado, en su opinión, por razones tanto conceptuales -hacer de la conciencia el objeto de la psicologíacomo metodológicas -utilizar para este fin la introspección-. En sus propias palabras:

"La psicología, tal y como la ve el conductista, es una rama experimental puramente objetiva de la ciencia natural. Su meta teórica es la predicción y control de la conducta. La introspección no forma parte esencial de sus métodos, ni el valor científico de sus datos depende de la facilidad con que se presten a una interpretación en términos de conciencia" (Watson, 1913a, p. 400).

Parece plausible pensar que su restricción del objeto de estudio a los estímulos ambientales y las respuestas manifiestas, no es sino una consecuencia o efecto, quizá el principal, de las exigencias metodológicas que impone sobre los contenidos teóricos. No cabe olvidar que Watson procedía del campo de la psicología comparada y que 'trata de estudiar la conducta humana con los mismos métodos objetivos de la psicología animal:

"El conductista, en sus esfuerzos por lograr un esquema unitario de la respuesta animal, no reconoce ninguna línea divisoria entre el ser humano y el animal. La conducta del hombre, con todo su refinamiento y complejidad, sólo forma una parte del esquema total de investigación del conductista" (Watson, op. cit., p. 400).

Su propuesta, como ha señalado Buckley (1989), surgía con varios rasgos distintivos: era pragmática, al insistir en que el objeto de estudio propio de la psicología no era la mente, sino la conducta; era naturalista, pues derivaba directamente de la psicología animal; era positivista, porque Watson no aceptaría estudiar nada que no pudiera observarse y verificarse a partir de la conducta abierta. En síntesis, Watson dotaba a la psicología de una teoría y una metodología que satisfacían los requisitos para ser una ciencia; pero, además, el conductismo satisfacía a la vez los requisitos contemporáneos para los usos de la ciencia, es decir, la predicción y el control de los fenómenos naturales (en este caso, la conducta humana) en vistas a la eficacia, el orden y el progreso, con lo que su pretensión sistémica mostraba también una clara dimensión tecnológica y profesional.

Frente a la conceptualización estructuralista de los afectos como estados elementales de conciencia distintos e irreductibles a la sensación, en su trabajo de 1913 "Image and affection in behavior" Watson reduce aquéllos a meras sensaciones orgánicas sexuales. Reconoce así en este punto -digámoslo de pasada- los aciertos de la teoría sexual de Freud, con la que coincide en la importancia a conceder a la sexualidad en la conducta humana aunque no, evidentemente, en otros aspectos (cfr. Leys, 1984; Gondra, 1985). Placer y displacer, los dos procesos afectivos fundamentales, son para Watson sensaciones conectadas con la tumescencia y detumescencia de los genitales y demás zonas erógenas. En sus propias palabras:

"Lo que voy a decir en respuesta a estas cuestiones no sorprenderá a nadie que haya seguido el recientemente aparecido movimiento freudiano. Puedo indicar al introducir mis propios planteamientos que no sigo este movimiento en todas sus extravagancias. Sin embargo, siento que ha acertado plenamente en su punto de vista relativo a las referencias sexuales de todas las conductas. Desde que estudié por vez primera ese movimiento, me ha sorprendido bastante el hecho de que nadie haya relacionado el placer con la actividad de los receptores estimulados por la tumescencia de los órganos sexuales, y el displacer con la de los receptores estimulados por el hundimiento de los mismos. A quienes presentan objeciones intrínsecas a admitir que los aspectos religiosos, estéticos y artísticos de la vida son en el fondo sexuales, esta idea no les parecerá convincente" (Watson, 1913b, pp. 426-427).

Al acotar de este modo el área de los afectos, y reducir asimismo las imágenes a respuestas implícitas en el lenguaje, Watson concluye que ya no queda parte alguna del objeto de la psicología a la que no puedan aplicarse los métodos del conductismo, pues no deja de reconocer que los afectos constituyen, junto con el pensamiento, uno de los mayores obstáculos para el desarrollo de una psicología objetiva. Si para resolver uno de los problemas, acaba Watson reduciendo los procesos ideacionales a "hábitos laríngeos" o "habla implícita", en relación con los estados afectivos va a afirmar que lo agradable-desagradable es reducible a reacciones musculares y glandulares implícitas. El objetivo de Watson era objetivar, al igual que los instintos, la emoción, de ahí que no reconociera la vertiente subjetiva de ésta y, consiguientemente, no admitiera la existencia de algo similar a los sentimientos.

Su obra Behavior: An Introduction to Comparative Psychology (Watson, 1914) puede verse, según apunta Caparrós (1984), como "el logro concreto que posibilitado por los supuestos del nuevo paradigma es presentado como aval y garante del futuro de una nueva psicología científica cabal" (p. 164). En este su primer libro relaciona cada emoción con cambios viscerales específicos, conceptualizando los sentimientos como eventos sensoriomotores. Nuestro autor recoge aquí los puntos principales que abordara un año antes. Los órganos reproductores y las zonas erógenas asociadas funcionan en relación al afecto de forma muy parecida a como lo hacen los hábitos laríngeos en los procesos ideacionales. A su juicio, las zonas erógenas son capaces de iniciar dos clases fundamentales de impulsos: Unos están relacionados con la turgencia, las contracciones musculares rítmicas y el aumento de secreciones glandulares, y funcionan con plenitud durante la excitación sexual; otros, de sentido contrario, tienen que ver con la tumescencia de los órganos sexuales, el relajamiento muscular y la inhibición de secreciones, y se hacen predominantes al irse extinguiendo la excitación sexual manifiesta. Pues bien, según asegura Watson, los impulsos aferentes vinculados con los fenómenos del primer grupo son los sustratos corporales de lo agradable, mientras que los impulsos aferentes relacionados con el segundo grupo de procesos lo son de lo desagradable. Cree así que toda la actividad nerviosa está constituida por impulsos aferentes y eferentes conectados en la corteza o en otros centros y por lo tanto no constituye aquélla una función exclusiva del córtex. La posición de Watson está, por tanto, ligada a su concepción general del sistema nervioso y en concreto acerca de la fisiología cerebral. Como hace observar Gondra (1980), su enfoque "periférico" implica a la postre una concepción mecánica del córtex como mero sistema de conducción y conexión de reflejos completos. Por lo demás, conviene remarcar, en relación con lo dicho en el párrafo inicial de este epígrafe, que en esta obra Watson considera aún a los afectos "formas de conducta instintiva" (Watson, 1914, p. 21).

Se plantea, asimismo, la cuestión de cómo objetos o estímulos inicialmente no conectados con los procesos sexuales llegan a suscitar sentimientos de placer o de malestar. Watson remite la respuesta a los mecanismos ordinarios del hábito y del condicionamiento, aunque sin aportar pruebas concretas de ello. Está convencido también de que los impulsos sexuales desempeñan un papel decisivo en la conducta artística, estética y religiosa. Finalmente, propone diversos procedimientos para verificar la validez de su teoría y realizar al tiempo estudios conductuales de los procesos afectivos. Watson pretendía, en concreto, identificar los movimientos emocionales de los órganos genitales y las sensaciones producidas por ellos, a través de dos métodos fisiológicos: los registros galvanométricos y pletismográficos y la extirpación de las vías nerviosas aferentes. Pero lo cierto es que dejó esta investigación para centrarse en el estudio experimental del pensamiento.

Poco antes de ser elegido en 1915 Presidente de la "American Psychological Association", influenciado, según reconoce el propio Watson, por R. Yerkes y especialmente K. S. Lashley, había comenzado a interesarse por los reflejos condicionados: "Estoy seguro dirá- al recordar que éste fue el primero en utilizar el término "reflejo emocional condicionado" en uno de mis seminarios" (Watson, 1936). El discurso tradicional como Presidente de la A.P.A. lo centró en la teoría de Pavlov acerca del reflejo condicionado, cuya influencia se concretaría en su famoso programa de investigación sobre el establecimiento de reacciones emocionales condicionadas en los niños, dirigido a determinar su equipamiento instintivo. Desde entonces, el método del reflejo condicionado iría ganando un lugar cada vez más central en su sistema. Como señala Bruce (1986), tras este discurso se inicia en Watson un cambio sustancial de su perspectiva biológica sobre los problemas psicológicos, aproximándose a un formalismo del tipo estímulo-respuesta. El principio del control como un objetivo teórico de la psicología, iba a cobrar mayor importancia en su pensamiento (Buckley, 1989).

El proyecto de investigación que acomete en 1916 en la Clínica Phipps de la Universidad Johns Hopkins, interrumpido a causa de la 1ª Guerra Mundial, culminaría con el experimento del pequeño Alberto, quien iba a entrar de la mano de Watson en la historia de la psicología (Watson y Rayner, 1920). A partir de 1916, es un hecho bien establecido que los principios del condicionamiento fueron adquiriendo significativa relevancia para Watson y sustituyendo progresivamente su inclinación instintivista de los primeros escritos, hasta llegar a afirmar que el recién nacido era una "no entrenada bola de protoplasma" completamente mutable, y manipulable, y conductualmente inocente (Watson, 1928b).

Puede observarse la coherencia de Watson en sus ideas. Hasta 1916, estaba plenamente convencido de que el conductismo podía aplicarse con igual éxito a humanos e infrahumanos, defendiendo la equipotencialidad de las leyes del aprendizaje a lo largo de la escala filogenética (Logue, 1985a y b). Tan sólo un año después, para muchos como una consecuencia del inicio de su programa experimental con niños, aparece un fuerte cuestionamiento de estas afirmaciones. La hipótesis continuista y la heredabilidad de los instintos, que habían sido aspectos centrales de su pensamiento, comenzaban a ser puestas en duda al estudiar las emociones humanas (Logue, 1978). Finalmente, llegaría a la afirmación de "cuán inseguro es generalizar sobre la base de estudios con animales infrahumanos en lo que hace referencia al equipamiento no aprendido del hombre" (Watson, 1926); y en otro momento dirá: "El que /el ser humano de 1927/ haya tenido una historia evolucionista, no constituye ninguna prueba de que deba tener instintos como el tronco desde el que ha saltado" (Watson, 1927a).

Los resultados de su investigación los presenta en 1917, elaborándolos después teóricamente en varios escritos (Watson, 1917 y 1919a y b; Watson y Morgan, 1917). Frente a formulaciones teóricas como las de Freud, Thorndike o James, con la seguridad de quien cuenta con apoyo empírico, afirma Watson en su artículo con Morgan que los niños muestran tres reacciones emocionales básicas:

"Tras observar un gran número de niños, especialmente durante los primeros meses de vida, apuntamos que el siguiente grupo de reacciones emocionales pertenece a la naturaleza original y esencial del hombre: miedo, ira, y amor (empleando el término amor aproximadamente en el mismo sentido que para Freud tiene el término sexo)" (Watson y Morgan, 1917, p. 165).

Inmediatamente después pasa a considerar los estímulos específicos capaces de desencadenar esas tres reacciones emocionales, a los cuales ya nos hemos referido al glosar Behaviorism (1925), obra que populariza las ideas conductistas. En este artículo que firma con Morgan, Watson hace jugar al aprendizaje un papel relevante, pues opina que la complejidad emocional del adulto surge de las tres emociones elementales de la infancia como producto del mismo, y quiere ser justo con Freud en este punto, por lo que aclara a continuación que no es completamente cierto que hasta entonces nadie hubiera intentado introducir de un modo explícito el concepto de la formación de hábitos en el campo de la emoción, pues, en su opinión.

"El concepto de Uebertragung, por muy místico e ininteligible que lo hayan hecho los freudianos, no es otra cosa que la formación de un hábito (aunque ellos no lo hayan presentado así)" (Watson y Morgan, 1917, p. 168).

A finales ya de 1919 y comienzos de 1920, Watson obtuvo cierta confirmación de sus hipótesis con el experimento del pequeño Alberto, a través del cual pretendía, en síntesis, tres objetivos: 1° Condicionar el miedo a la rata blanca mediante presentaciones conjuntas del animal y un ruido potente y repentino; 2° Comprobar su generalización a estímulos similares; y 3° Verificar si esos temores eran persistentes. Watson concluye:

"Los resultados obtenidos parecen indicar que sí tienen lugar transfers emocionales. Parece, además, que puede ser muy grande el número de transfers resultantes de una reacción emocional condicionada producida experimentalmente" (Watson y Rayner, 1920, p. 10).

Dado esto así, Watson se plantea qué métodos de laboratorio podrían utilizarse para eliminar esos miedos, y menciona la extinción, el contracondicionamiento con respuestas sexuales y alimentarias y la implantación de actividades "constructivas" (Watson y Rayner, 1920, pp. 3; 12-13). Lamentablemente, la prematura marcha de Alberto impidió a Watson concluir su programa de investigación experimental de las emociones. Los detalles del estudio que llevó a cabo son de sobra conocidos, por lo que no redundaremos en ello, pero es interesante señalar dos aspectos en su significación que parecen centrales: De un lado, los datos obtenidos facilitan a Watson un argumento empírico nada desdeñable frente a sus críticos, por más que hoy puedan cuestionarse, y de otro, apuntaban las grandes posibilidades del condicionamiento emocional en el terreno terapéutico. No obstante, cuando comenta Watson el trabajo de su discípula Mary Cover Jones sobre la eliminación de una respuesta emocional condicionada de temor utilizando procedimientos de condicionamiento directo, señala:

"A partir de la descripción de sus temores, podría pensarse que Pedro era sencillamente Alberto B. ya crecido. Tan sólo debo recordar que los temores de Pedro fueron `adquiridos en casa', y no experimentalmente producidos como lo fueron los de Alberto" (Watson y Rayner, 1928).

A caballo de las fechas citadas, Watson da a la luz su trabajo psicológico quizás más general y sistemático, Psychology from the Standpoint of a Behaviorist (Watson, 1919b). En esta obra, que insiste en que los métodos del estudio animal y los principios conductuales derivados pueden aplicarse a los seres humanos, defiende todavía una concepción instintiva, si bien algunas observaciones del desarrollo emocional infantil le llevan a adjudicar al condicionamiento un importante papel. Comentaremos a continuación, brevemente, algunos de estos puntos.

De acuerdo con la mayor parte de los psicólogos de la época, Watson consideraba ahora que emociones e instintos eran conductas heredadas, en contraste con las conductas adquiridas o hábitos, a los que describe como "un modo determinado de actuar, de carácter explícito o implícito, que no pertenece al equipo hereditario del hombre" (Watson, 1919b, p. 270). En la opinión de Watson:

"Instintos y hábitos están compuestos, indudablemente, de los mismos reflejos elementales. Difieren en cuanto al origen del pattern (número y localización de los arcos reflejos simples implicados) y en cuanto al orden (relación temporal) del despliegue de los elementos que componen el pattern " (Watson, 1919b, pp. 272-273).

Como ha apuntado Gondra (1985) en un clarificador trabajo sobre la actitud de Watson hacia el psicoanálisis freudiano, el fundador del conductismo todavía recurre en este momento a la teoría sexual freudiana para explicar las tendencias reactivas dentro del capítulo de las conductas instintivas. Prescindirá en este punto de la teoría de Freud, ya en 1925, tras renunciar en su libro Behaviorisrn al planteamiento instintivista. De la importancia que ahora le concede son expresivas las palabras siguientes:

"Las actividades centradas en torno a los objetos y personas amados desde la infancia hasta la vejez, son con facilidad los factores más importantes de toda nuestra vida. No es de extrañar que nuestras acciones tengan que vincularse a esa referencia (sexual) y evaluarse por ella" (Watson, 1919b, p. 252).

Pero aun así, se muestra muy escéptico en cuanto a considerar hereditarios los patrones de conducta más elaborados y reconoce sólo como emociones originarias -ya hemos apuntado- el miedo, la ira y el amor, tres respuestas conductuales complejas que vienen desencadenadas por estímulos específicos: el miedo es la respuesta innata a los ruidos súbitos y a la falta repentina de sustentación (Watson,1919b, pp. 199-202), la ira es la respuesta a la limitación de los movimientos (pp. 200-201), y el amor es la respuesta a las caricias o manipulación de las zonas erógenas (pp. 201-202). Watson se refiere a estas reacciones, y a los estímulos capaces de suscitarlas, en los términos literales de escritos anteriores (Watson y Morgan, 1917). El patrón de reacción hereditario característico del miedo consiste en contener de pronto el aliento, cerrar los ojos, fruncir los labios y realizar movimientos involuntarios para empuñar manos y brazos. Las respuestas de la ira son endurecer el cuerpo, gritar y agitarse o golpear con los brazos y piernas. Las respuestas del amor incluyen sonreir, arrullar y extender los brazos como abrazando al experimentador. También aquí, una vez más, se refiere Watson con detalle al proceso por el cual, a partir de los tres patrones emocionales básicos, va surgiendo el amplio espectro de emociones humanas a través del condicionamiento y el hábito.

Frente al subjetivismo y al método introspectivo, Watson formula una definición explícita de las emociones que se asemeja a la que años atrás hiciera de los afectos:

"Una emoción es una reacción estructurada (pattern-reaction) hereditaria, que implica profundas modificaciones en todo el mecanismo corporal, especialmente en los sistemas visceral y glandular. Por reacción estructurada –añade- queremos decir que los elementos de la respuesta, cada vez que se presenta el estímulo excitatorio, aparecen con una cierta regularidad, constancia y aproximadamente en el mismo orden secuencial" (Watson, 1919b, p. 195).

El desarrollo de ese concepto de emoción implica que ésta supone siempre una disrupción de la actividad organizada y que los patrones originarios de las reacciones emocionales no son aprendidos. Otro aspecto de interés es la distinción que hace Watson entre el tipo básico de reacción y el nivel de actividad. Consecuente con su perspectiva conductual, aclara a continuación que persigue un estudio psicológico de las emociones que sea autónomo respecto al análisis fisiológico o neural y que, por tanto, vincula la actividad emocional con los procesos fisiológicos sólo por razones prácticas. Esta observación en una nota al pie de la misma página, señala un cambio apreciable en relación al planteamiento más fisiologista anterior (Watson, 1914), del que ya nos ocupamos. La definición de emoción que propone aquí, no permite identificar sin más los hábitos glandulares y viscerales con el correlato conductual de las emociones, puesto que Watson incluye dentro de éstas otros movimientos corpóreos externos, como vimos.

En este momento, Watson dividía las acciones humanas en modos hereditarios y modos adquiridos de respuesta, e incluía en los primeros tanto las respuestas emocionales como las instintivas y en los segundos los hábitos. Diferenciaba las reacciones emocionales de las instintivas en que aquéllas ponían al organismo en un estado caótico, al menos momentáneamente. Por lo general, cuando las adaptaciones que lleva consigo el estímulo son internas y están confinadas al cuerpo del sujeto, estamos ante una emoción y cuando el estímulo entraña una adaptación de todo el organismo a los objetos, estamos ante un instinto (por ejemplo, las respuestas de defensa). Posteriormente, Watson modificaría esta posición en el sentido de considerar que la reacción llamada instintiva era en realidad adquirida por vía de condicionamiento. La emoción también, pero ésta implicaba una respuesta más amplia y limitada en el tiempo, enredada en toda una serie de respuestas accidentales o deformadas que traducen la adaptación imperfecta del individuo a un conflicto dado (cfr. el comentario a este punto de Naville, 1963).

En el verano de 1920, por razones sociales que son conocidas, Watson abandona la Universidad y deja truncada, casi en sus comienzos, su prometedora investigación experimental de las emociones. En los años siguientes, realiza una labor fundamentalmente propagandística y, en torno a 1925, extrema su posición ambientalista frente a la herencia. Se produce también en esta época la elevación del reflejo condicionado a la categoría de método conductista por excelencia (cfr. Gondra, 1989). Antes, sin embargo, tuvo lugar un hecho digno de mención. Como antes se ha recordado, Watson procedió a cambiar en varias ocasiones su concepción acerca del pensamiento, incluyendo finalmente en sus dominios la organización visceral (Watson, 1924a), con lo que destaca el papel que las emociones juegan en la resolución de problemas y hace pasar a un primer plano el tema de la integración de los distintos sistemas de hábitos. Lo que Watson piensa es que pocas veces actuará una sola organización de hábitos, lo ordinario es la interacción entre ellos (cfr. Gondra, 1980).

En 1925, en la 1ª edición de Behaviorism, postula ya decididamente una psicología sin instintos, con una firmeza expresiva de su interés por la predicción y control de la conducta y por la psicología aplicada (Heidbreder, 1967). Como apunta certeramente Gondra (1985), esto le lleva a renunciar a su planteamiento sexual de inspiración freudiana pese a lo cual, en otro escrito de esa época, retoma su idea y dice en una nota a pie de página:

"Todavía me inclino a mantener mi primitiva posición de que los procesos tumescentes (emocionales) han recibido el nombre de 'placer', y los detumescentes el de 'displacer' "(Watson, 1924 b, p. 280, nota 1).

En Psychologies of 1925 realiza Watson (1926a y b) la síntesis más completa de las primeras investigaciones sobre el condicionamiento y recondicionamiento de las respuestas emocionales en niños (Watson, 1926). Finalmente, en 1928, publica Psychological Care of Infant and Child, obra dirigida a los padres preocupados por criar niños felices en la que expone sus postulados acerca del desarrollo y sus radicales y espartanas opiniones sobre la educación, remarcando en todo momento la necesidad de proceder a la planificación de la crianza infantil. Aunque este libro fue un auténtico best-seller, su autor se arrepiente en su autobiografía de haberlo escrito, "no por su superficialidad, sino porque no tenía los suficientes conocimientos y experiencia para escribir el libro que deseaba escribir" (Watson,1936). Ciertamente, no deja de ser significativa esta revelación de Watson, en momento tan avanzado de su biografía intelectual.

De lo que en modo alguno se arrepintió es de su interés por enfatizar la dimensión aplicada, de uso, tecnológica en una palabra, de su propuesta. El método del condicionamiento y el experimento con las reacciones emocionales de Alberto -un auténtico "ejemplar" en su "paradigmática" propuesta, si aceptásemos la visión kuhniana acerca de Watson, sin duda discutible (Tortosa y cols., 1991)- jugarán un papel progresivamente más nuclear no sólo en sus elaboraciones científicas y divulgadoras, sino también en su actividad profesional en el mundo del marketing y la publicidad (Buckley, 1989).

Así, en 1927, al hablar del enfoque conductista sobre la personalidad escribía:

"Esta perspectiva nos enseña que el ser humano se construye, no nace. Se nace con dos piernas, dos ojos, dos brazos, un tronco y un conjunto de movimientos muy simples y desorganizados. La sociedad toma ese material sin refinar y sin ayuda de la herencia (el conductista no cree en la herencia de los rasgos mentales, las habilidades especiales, las inclinaciones vocacionales, la moralidad o la inmoralidad) construye a John Jones y Paul Smith... En otras palabras, la personalidad no es sino el producto final de nuestro sistema de hábitos, de nuestro condicionamiento" (Watson, 1927b).

Y ya al final de su vida como comunicador de ideas en activo, decía:

"Esa cosa que llamamos mente no es sino la suma total de reacciones simples y complejas que el ser humano ha aprendido a realizar desde su nacimiento hasta la edad que posea en un momento dado ... después de todo, son los factores emocionales los que controlan nuestras vidas, activando lo mismo nuestra conducta social que impulsándonos a comprar un cañón, una espada o un arado. El amor, el miedo y la ira son iguales en Italia, Abisinia o Canadá" (Watson, 1935; las cursivas son nuestras).

EVALUACION Y CRITICA

Digamos, como síntesis, que la concepción de Watson acerca de las emociones se ha visto desautorizada, en sus líneas generales, por la investigación experimental posterior. No obstante, el condicionamiento y extinción de la respuesta emocional subsisten en la actualidad como referencia paradigmática de las posibilidades de aplicación de la psicología a ámbitos diversos de la realidad social. Consideraremos brevemente estas dos cuestiones, antes de proceder a una evaluación más global de las aportaciones de Watson en este campo.

En primer lugar hay que decir que, en un sentido riguroso, Watson no formula en ningún momento una teorización más o menos acabada de las emociones, sino tan sólo algunas ideas al respecto. En vez de una teoría integrada, lo que ofreció fueron algunas hipótesis específicas y la evidencia de que disponía en su apoyo. En segundo lugar, es claro que no cabe hablar en Watson de una concepción emocional única y estable en el tiempo. Sus posiciones, por el contrario, experimentan una sustancial evolución que arranca de 1912, fecha de sus primeros artículos sobre la vida instintiva, a la cual vincula las emociones (Watson, 1912a y b), y que llega a 1930, cuando su ambientalismo extremo no deja ya espacio alguno a la noción de instinto. Pero, en sentido estricto, es discutible que Watson desarrollara una teoría sobre las emociones (e indisociablemente, en su sistema de ideas, una teoría de la motivación); tampoco lo hicieron sus seguidores. En realidad, uno y otros se ocuparon de aspectos o tipos de conducta más simples. Skinner, por ejemplo, se ocupó explícitamente de las emociones, pero sin desarrollar propiamente una teoría acerca de ellas.

Admitido lo anterior, constatemos que la conceptualización que lleva a cabo el primer Watson y su definición de emociones específicas fueron pronto objeto de crítica. Según los trabajos de Sherman (1927a y b), cuando el experimentador desconoce la situación estimuladora, las reacciones del niño no corresponden exactamente a las postuladas por Watson, lo cual parece significar que los adultos tienden a proyectar sus propios sentimientos cuando interpretan la conducta infantil. Bridges (1932) cuestionaba, por su parte, la capacidad para discriminar diferentes emociones en los niños pequeños, señalando como única segura la distinción entre un estado de excitación general y un estado de quietud. En conclusión de la propia Mary Cover Jones (1964), resulta plausible dudar de la validez de la formulación de Watson acerca de las emociones primarias, congénitas y específicas, toda vez que parece tratarse más bien de formas de reacción del organismo generales, difusas y susceptibles de ser influenciadas.

Desde la perspectiva de hoy, se nos representa con suficiente claridad que la idea de la emoción como patrón de respuestas que Watson formula en 1919, y que mantiene en 1925, conllevaba la descripción de unas reacciones-patrón (miedo, ira, amor) que son en realidad respuestas conductuales complejas ante las situaciones que las inducen. Este tipo de definición presenta ciertas ventajas y dificultades puestas de manifiesto por Madsen (1973), quien señala como aspectos positivos los siguientes:

1°. Los patrones de respuesta, analizables desde una perspectiva de estímulo-respuesta, pueden observarse objetivamente y las condiciones de su ocurrencia pueden ser controladas.

2°. Los patrones de respuesta son realmente componentes destacados de la conducta emocional.

3°. Los patrones emocionales son similares a los reflejos, en cuanto a la posibilidad de su condicionamiento y extinción.

4°. Los mecanismos neurales que integran algunos de los patrones emocionales pueden ser descritos de manera exacta.

De otro lado, esta conceptualización entraña una serie de dificultades y entre ellas que:

1°. La clase de definición a la que recurre no proporciona un criterio de distinción entre patrones emocionales y patrones no emocionales.

2°. Resulta difícil determinar de un modo preciso cuáles son los elementos de la respuesta que configuran un patrón determinado.

La recomendación de Watson de educar a los niños como adultos en miniatura adolecía, por otra parte, de importantes defectos cuya consideración detallada excedería el horizonte de nuestro trabajo. Señalemos tan sólo lo que supone en cuanto a considerar a aquéllos como entes pasivos, sometidos impotentemente al moldeamiento ambiental. Como ha señalado Kendler (1985), al enfatizar la influencia de las técnicas educativas y rechazar radicalmente tanto una posición instintivista como esencialmente hereditaria, Watson no hacía sino plasmar la idea tan arraigada en la tradición cultural americana de que a través de la educación puede llegar a superarse cualquier limitación psicológica. Como no podía ser de otro modo, también en lo que se refiere a las emociones las ideas de Watson fueron hijas de su tiempo y del ambiente en que se desarrollaron.

Pero el estudio experimental de Alberto, aunque presenta serios fallos metodológicos, y es cierto que no ha podido replicarse (Hilgard y Marquis,1940; Harris,1979), ha pasado sin duda a la historia de nuestra ciencia como un caso paradigmático del condicionamiento emocional (Hilgard,1987). En efecto, varios estudios importantes han confirmado las observaciones fundamentales de un cambio emocional condicionado, así como la extinción experimental de las respuestas emocionales, aunque ciertamente llama la atención el número relativamente escaso de estudios realizados sobre el condicionamiento y la extinción de las emociones humanas (Garrett, 1958). Desde luego, es comprensible la prevención de algunos experimentalistas y de los propios padres ante el sometimiento de los niños, en ciertas situaciones, al condicionamiento emocional, aunque cabe el recurso de la investigación preliminar con animales si no se quiere arriesgar la estabilidad emocional infantil.

A pesar de las modificaciones posteriores sobre las hipótesis de Watson, su idea básica de que los niños muestran muy pocas variedades de conducta emocional innata no ha sido refutada. Su contribución ha sido además fundamental por otras razones, entre las que hay que contar el impulso que dió a la investigación del aprendizaje de las reacciones emocionales y de los concomitantes fisiológicos de la emoción. Las numerosas limitaciones de su programa de investigación no pueden quitar valor, en definitiva, al hecho de que, con sus aportaciones sobre el condicionamiento emocional, Watson estaba anticipando la aplicación de las técnicas de modificación de conducta al tratamiento de los problemas afectivos y las reacciones psicopatológicas, cuya virtualidad terapéutica y logros alcanzados en esta dirección distan mucho, desde luego, de estar agotados.

Si bien no cabe hablar de una escuela conductista actual en el campo de la emoción inspirada directamente por J. B. Watson -como tampoco las hay auspiciadas por otras grandes figuras como Edward C. Tolman, Burrhus F. Skinner o J. R. Millenson-, es cierto que en la actualidad su filosofía impregna un gran número de importantes estudios y sigue siendo punto de referencia obligado para poder entender el desarrollo reciente de la psicología de la emoción, tanto en el nivel de las investigaciones como en el de la construcción de teorías (Plutchik,1980; Mayor, 1988). El estudio actual de las emociones sería, sin duda, difícil de imaginar sin su aportación, por más que ésta pueda parecer en algunos aspectos obsoleta.

(1) Las páginas citadas corresponden a la traducción castellana de J. Mº Gondra en: La Psicología Moderna. Textos básicos para su génesis y desarrollo histórico. Bilbao. Desclée de Brouwer (DDB), 1982.

(2) Las páginas citadas corresponden a la traducción castellana de la edición de 1930.

(3). Contamos con la versión en castellano de su monografía sobre el "Desarrollo emocional", en C. Murchison: Manual de Psicología del niño. Barcelona. Francisco Scix, 1935.

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